EL DINERO

por Tania Susano

—Sólo necesito trescientos pesos, la próxima semana se los pago, le doy la venta completa.

—Está bien, está bien. Sé que necesitas más pero yo no puedo prestártelo.

—No, yo tenía un poco, y mi hermano consiguió el resto, sólo faltan trescientos pesos para sacarlo. No nos dan el cuerpo si no pagamos completo. Lo demás es para el cajón.

Tenía hambre, la panza le reclamó durante el camino. Pensó en comprarse una torta de tamal pero recordó que justo por las mañanas siempre había gente regalando comida afuera del hospital, así que se hizo aguantar un poco más. Cuando llegó estaban repartiendo moldes, le dieron uno y le dijeron que por la noche repartirían más.

—¿Me podría regalar otro? mire usted, ya hoy me llevo a mi paciente y…

No necesitó decir más, le dieron otros dos paquetes.

Comió a prisa. Llegó su hermano y le dio el resto del dinero. Le encargó los paquetes de comida y entró por su papá.

La funeraria le incluyó el traslado hasta el pueblo, pero no los muebles para la velación. El ataúd lo pusieron en el piso. En realidad el jacal nunca había tenido piso, era la pura tierra, la pura piedra, pulida y emparejada con el paso del tiempo. Fue a la recámara, descolgó de la pared el crucifijo del entierro de su madre, que su papá había clavado a la cabecera de su cama.

Por un rato los hermanos se quedaron mirando a su padre, ahí, encerrado en ese cajón postrado en el suelo.

—Voy a buscar a la mujer.

—Si viene alguien no habrá nada que dar.

—Hierve agua en la olla grande, ahorita consigo café, a ver si tienen algunos cocoles en la tienda.

El sol era como una gran yema de huevo, pegando de frente al jacal. La puerta abierta permitía que la luz penetrara poco más allá de la mitad del cuarto. Acomodó el cajón al fondo para que el sol no cayera sobre él y aprovechó para colocar las sillas alrededor, por si alguien llegaba. Colocó el crucifijo encima del ataúd y salió por leña.

Pasó a un lado del temazcal y le vinieron los recuerdos, su cabeza se llenó de ruidos y figuras de personas que iban a curar sus dolencias, mujeres parturientas que iban al baño de hierbas, de gente que iba a cortarse el cabello, o a reparar algún zapato. Nunca le faltaba el trabajo a su papá. Se sacudió y siguió juntando leña. Regresó y puso la olla del café. Salió de nuevo al patio, era el tiempo de los alcatraces, que formaban, junto a los árboles de pirú, la cerca de la casa. Cortó algunos e hizo dos ramos añadiendo hierba y otras flores silvestres, los colocó en unos frascos que halló en la cocina y puso uno a la cabecera y otro a los pies.

El sol bajó y la habitación se fue oscureciendo. Más valdría buscar unas velas antes de que aquello quedara completamente negro —pensó. Halló suficientes velas largas y blancas en el trastero de la cocina. Halló también una caja de veladoras, era costumbre de su papá comprarlas por mayoreo, siempre había un santo o un muerto a quien ponerle una. Tomó cuatro y las colocó a los costados del ataúd. Tomó también dos velas largas y las incrustó en unos cascos de refresco pero no las encendió, —hasta que sea más tarde, la noche será larga y se consumirán, —se dijo.

Llegó su hermano con el café, el pan y la mujer. Traían más velas.

—Ya mandé a hacer la fosa, dicen los Juanes que no nos cobrarán.

—Qué buenas personas.

—Ni te creas, el mes pasado les ayudé a un colado porque me darían unos pesos, pero nunca me los pagaron, con esto pensarán que queda saldado el asunto, y pues sí.

La mujer preparó el café y partió los cocoles para que alcanzaran, por si alguien llegaba. Pusieron un plato para la limosna encima del ataúd. Pasada la media noche se acercaron algunos vecinos.

Desde afuera, con ese aspecto que le daban los adobes, el jacal parecía una cueva. Las gentes en círculo, como si hubieran sido convocados por el fuego, rezaban al muerto que tenían a sus pies.

Todos los asistentes pusieron monedas en el plato, monedas de a peso, de cinco y de diez, pero ni un billete.

—Dispénsenos —decían —ya ven cómo está la cosa.

—La cosa… la cosa siempre había estado jodida —pensaba.

De niño no conoció nunca un billete, recordaba cómo su papá contaba las monedas y las separaba en montoncitos, le daba algunas a su mamá y guardaba el resto en el trastero. Él vino a conocer los billetes hasta que trabajó de peón en la obra de la carretera. Recordó aquel día de su primera raya, le habían dado dos billetes, uno era rosado y otro café. Le dio uno a su mamá y ella se llenó de alegría.

Cuando regresó del panteón recogió los chilacayotes y rehízo la cruz de cal; contó las monedas del plato y se las echó al bolsillo. Tomó el crucifijo y lo devolvió a la cabecera pero el clavo se había despegado, tomó el martillo y lo clavó de nuevo. A cada golpe que daba el bloque de adobe se iba aflojando, hasta sobresaltarlo un poco de la pared. Colocó el martillo y el crucifijo en la cama. Sacó por completo el adobe dejando un hueco en la pared. En el hueco había una caja de lata, la sacó, la abrió, y apresurado salió del cuarto buscando la luz. Dentro de la caja había cinco fajos de billetes amarrados con listones y lazos. Desbarató los fajos, y se soltaron billetes de todos los colores y de todas las denominaciones. Su corazón latía a prisa, el sol estaba a punto de ocultarse pero le pegaba de frente con sus últimos rayos. Revisó cada uno con cuidado, nunca en su vida había tenido tanto dinero junto en sus manos. El sol se ocultó por completo. Tomó los billetes, los devolvió a la caja y entró al cuarto. Se sentó en la cama y soltó el llanto.

Lloró largo rato en la penumbra de aquel cuarto de adobe al que apenas entraba la última luz del día por una pequeña ventana.

 

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La política como plástica del ser y crítica del imaginario filoagrario >> Adolfo Vasquez

Tania Susano es egresada de la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesionista independiente en la enseñanza del español, la Literatura y el Fomento a la Lectura. Lectora en voz alta de los montajes Las Insurrectas de la Literatura; La Tierra Que Nos Dieron, conmemorando al escritor Juan Rulfo y El Amor, recital de poesía y música. Docente del Diplomado Interdisciplinario para la Enseñanza de las Artes en la Educación Básica, que dirige el Centro Nacional de las Artes.

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