Por Eleuterio Buenrostro
Mi abuela María no murió, tampoco era esa a la que mi hermano Emigdio, hincado sobre la tierra, pedía no la enterraran. No es que trate de negarme a su muerte, sino que sé que ese cuerpo que velamos no era ella. Mi abuela era fuerza, una taza de café infinita en sus manos, una voz de enojo que hacía cimbrar a cualquiera. Esa última que reposaba tendida sobre la cama, tenía una cara pálida,
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SOMBRA DEL AIRE, AVISO LEGAL.
César Vega
2018-06-11 19:29:40