7. LA PERFECCIÓN (3/3)

por Alejandro Roché

ABRAXAS

 

Al tiempo extiende su mano, él la recibe con ambas y la besa, fijando sus ojos en los de ella, preguntando si puede concederle bailar la pieza en turno. Tal solicitud sorprende a Alétse, voltea a ver su esposo preguntándole qué debe hacer. Él le da la libertad de elegir.

Ella acepta, pues en el convidado hay un atractivo sexual por el cual se siente atraída. Deizkharel sentado en el sofá, los observa bailar, en principio separados, pero Dadahellux  acorta la distancia en cada movimiento hasta quedar cara a cara. Ella, sonriendo, enreda las manos en el cuello de su pareja de baile; la música es suave, lenta, acompasada. Alétse luce bella sin maquillaje, natural, radiante como una Diosa, tal vez porque quiere parecerle encantadora al amigo de su esposo; no es que guste de la infidelidad ni que haya sido infiel alguna vez, pero este hombre es atrayente. Quiere separarse de él, le asusta el enrojecimiento de su rostro y teme que su excitación sea percibida por Dadahellux o por su esposo, voltea hacia Deizkharel que tiene en sus manos un vaso con vino, se ven él uno al otro. Dadahellux susurra al oído de Alétse.

—Tu esposo es muy afortunado.

—¿Y por qué lo dices?

—Deberías mirarte en un espejo para hallar la respuesta.

—Eso me suena al espejo mágico del cuento de hadas.

—Así es, y tú eres la princesa. Pero, dime, ahora que estás casada con tu príncipe valiente, ¿eres feliz? No, no lo creo, mírale, de sangre azul, no tiene nada. En este momento los celos corroen su corazón, pero es un impotente, carece del valor para levantarse y defender lo que es suyo… Bueno, en ocasiones las mujeres sienten fascinación hacia los débiles. Dime, ¿cuántas emociones puede brindarte un hombre como él?… Pero no es Deizkharel, él no tiene la culpa, esa misma insatisfacción se repite con todos los hombres, no importa con cuantos busques tu satisfacción, no llegará, y ¿sabes por qué? Es simple, no buscas en el lugar adecuado.

Dime: ¿cuántas veces haz sentido al tener sexo, que es tan sólo una rutina? Besos, caricias y ¡zaz!, de pronto todo acabo. La misma habitación, posiciones, gestos, gemidos; siempre son iguales. Dime: ¿qué te excitaría más? Imaginarte con dos hombres o…. quizá tres… o con una mujer… ¿Por qué te sorprendes? Dime, ¿tienes miedo de sentir placer? ¿Acaso nunca han cruzado por tu mente estos pensamientos?

—¡No!

—Mhmm Mírame a los ojos. ¿A quién intentas engañar? ¿Tu piel jamás ha sentido caricias lésbicas?

—¿Por qué me dices esto?

—Porque desde que te vi me gustaste, y déjame decirte que yo no soy el, soy ella.

—¿Qué quieres decir?

—A pesar de lo que aparento, no soy hombre, y creo que no hay nada mejor que sentir un par de manos femeninas recorriendo mi piel. ¿Sabes por qué me gustan?

—¡No!

—Sus manos son delicadas, suaves, tersas, los besos son tiernos y la penetración es sólo un recurso más para llegar al orgasmo. Dime: ¿cuántas veces la eyaculación es el único objeto de tener sexo, o al menos para el, pasando por alto tu apetito de besos más profundos y prolongados, o de succiones exquisitas en tus senos, que en manos y bocas hábiles, pueden hacerte explorar mundos de sensaciones desconocidas? Dime: ¿quieres romper tu virginidad en el amor lésbico?

—¿Aquí, frente a Deizkharel?

—¡Sí! Deizkharel ha notado tu inclinación con las mujeres. Por él estoy aquí. ¿Crees que nadie notaria cómo te embelesas con la vecina del 609? ¿Recuerdas aquella mañana al bajar las escaleras? Escuchaste sus pasos y aún así seguiste de frente; la sola idea de toparte con ella te subió la libido y, al dar la vuelta en el descanso de la escalera, quedaron frente a frente. Sentiste su aliento deslizarse en tus labios y ¿qué te impedía besarla? Nada. Sin embargo, tu rostro enrojeció y bajaste la mirada para chocar en un par de pechos aprisionados en el top, que al darle el paso rozaste a propósito con el único afán de sentir uno de los pezones que se hacían notar en la suave tela elástica y transparente. Pero sólo su brazo tocó el tuyo y pasó de largo. Volteaste de reojo, admiraste el cuerpo atlético y el sudor que se embarró en tu piel lo llevaste a tus labios; por curiosidad aspiraste el aroma y tu lengua probo su agrio sabor.

Y después… nada, reprimiste tus fantasías de hacerle el amor o al menos de masturbarte imaginándote a su lado con los pechos friccionándose y sus clítoris tratando de devorarse mutuamente… y, sin embargo, a pesar de tus deseos nada pasó.

Déjate llevar, mira a Deizkharel: tranquilo, inmutable, él no siente nada, y tú con él jamás experimentarás lo que yo podría provocarte; yo se lo que tú necesitas, yo puedo hacerte sentir mujer sin siquiera tocarte un cabello.

En la cabeza de Deizkharel, su imaginación vuela y llega a recónditos lugares jamás vistos, jamás soñados; no fija su mirada en detalles, sólo deambula de un lugar a otro en aras de hallar la respuesta a una pregunta desconocida, no obstante si la encuentra sabrá que es ésa la respuesta a su interrogante.

De repente, en un paraje solitario con luz de luna como única habitante, un estruendo irrumpe el silencio del páramo; una enorme roca se desquebraja, de ella brota un chorro de agua conformando paulatinamente el cuerpo de un hombre viejo de larga y negra cabellera, camina hacia Deizkharel, en su trayecto cambia de aspecto y el agua transmuta en pequeños carbones encendidos, en su frente sólo se halla un ojo con fosforescencia brillante e intensa de arenisca etérea, en sus manos lleva dos rayos de luz, con ellos atraviesa a sombras vivientes que brotan de la tierra abalanzándose sobre él. De su cintura nacen enormes víboras jaspeadas alimentándose de las sombras que rondan el paraje. Con cada pisada brota un manantial de agua y uno de fuego. Algunas sombras se acercan al agua para convertirse en pequeñas esferas de luz elevándose hasta perderse en los cielos; en cambio, otras son tocadas por el fuego volviéndose piedrecillas.

Después de dar doce pasos hacia Deizkharel, abre la boca y de ella salen miles de aves rapaces que devoran las sombras, pues éstas detienen su andar. Una vez que las sombras son exterminadas por las aves, regresan a la boca de la criatura, cuyo cabello crece cada vez  que las aves entran en su cuerpo.

—Escucha atentamente, Deizkharel; debes sentirte agraciado, pues los dioses te han elegido para dar muerte al Demonio de…

—¡Basta ya!

Una segunda voz se presenta. Deizkharel voltea a su espalda, y ahí hay una mujer vestida de sol, con ojos felinos; su rostro es de cristal, de su cabeza brotan lenguas de fuego, sobre ésta se ciñen siete arco iris, el resto de su cuerpo cubierto por plumas de cisne irradia magnificencia, en la mano izquierda sostiene un águila altiva y serena; en la derecha un báculo, cuya punta es un ojo que ve en todas direcciones, y a sus pies retozan dos enormes gatos. Alrededor de ella caen copos de nieve que al tocar el suelo se convierten en flores de distintos tamaños, colores y formas; en cambio, si tocan a los animales, al báculo o la mujer, estos destellan en luces multicolores, produciendo sonidos melodiosos, repitiéndose a cada momento por los demás copos caídos de una pequeña nube posada sobre la cabeza de esta mujer.

—Con mentiras no lograrán nada. Escúchame. Tú no fuiste elegido por voluntad divina. Para esos seres llamados dioses, tú eres la única esperanza, porque son impotentes ante su padre. ¡Sí! Que no te sorprendan mis palabras, pues a lo que ellos llaman Demonio, es su Padre, y es él mismo al que tú, en tiempos inmemoriales llamaste Padre, y él es el mismo que me llama hija. Ese ser al que denominamos SAXARBA, pues invocar su verdadero nombre implicaría nuestra muerte, es nuestro padre, tú, yo y los dioses primigenios somos hermanos de sangre y de naturaleza; sin embargo, a ti y a mí nos une un lazo aún más profundo que la hermandad, pues ambos fuimos concebidos a un instante en el mismo vientre.

Hace tiempo, cuando este universo no existía, tú y yo éramos los hijos predilectos y privilegiados de entre nuestros hermanos; ello, aunado al recelo para con nuestro predecesor, les orilló a confabular su muerte, pero nuestro padre aún más fuerte que ellos, destruyó el universo primario para regenerar uno nuevo, desde entonces duerme, pero llegó la hora en que regrese para reclamar sus posesiones, a vengarse de cuantos se han burlado de él y a encontrarse contigo, porque ahora ya solo tú eres favorito, en otros tiempos alcé mi mano en contra de su grandeza y he caído de su gracia.

Ahora él ha llegado y ni siquiera el oráculo de Delfos quiere desenredar los hilados de las Parcas, porque incluso Febo tiene miedo de las represalias. Es por ello que los dioses en otras reencarnaciones te orillaron al suicidio, y es lo mismo que pretendieron hacer en esta vida, por eso te acosan visiones en un mundo irreal, abusan de tus creencias para provocarte el suicidio, porque tú eres el portal mediante el cual nuestro padre ha tornado a la conciencia, ya que tú naciste antes que yo, y por ende eres el primogénito. Mas, no te envidio, siempre serás mi hermano, y por ello te he protegido y cuidado, pues Amnesia se apropió de tus recuerdos. Yo he velado por tu bienestar día y noche y, aunque tú no lo sabias, tú fiel e inseparable hermana te protegió siempre que pudo, en ocasiones no me fue posible, porque algunos de nuestros hermanos son mucho más fuertes en su naturaleza.

Ahora te dejo, mi muy querido hermano. Sé que todo esto lo consideras un sueño, no es de culpar tu reticencia. A su debido tiempo nuestro padre ha de obligar a Amnesia a devolverte la memoria. Una parte de mí se alegra por ti, pues ya no serás mofa de nuestros hermanos, pero ahora tendremos que separarnos; el divino Apolo me ha obsequiado el libro de mi vida, cuyas ultimas líneas se leen en este momento y no quería marchar sin despedirme de ti.

Ahora vayámonos, Ikeniem, fiel sicario de mi hermano, el mismo que te ha torturado y por justicia kármica, Némesis  descenderá sobre de ti.

Alétse ve a su esposo que, ya despierto, la saluda alzando la mano. Ella inclina la cabeza para encontrarse en un beso con Dadahellux, la bata se desprende desde los hombros y Alétse, al quedar semidesnuda, cae desmayada. Dadahellux, sosteniéndola en vilo, camina para recostarla en el sillón.

—Mi buen Deizkharel, no encolerices, ella no es culpable, sólo es presa de sus emociones, no sabe contenerlas, no es de culparse, no puede tener control de ellas estando yo para manipularlas.

¡Ah!, comprendo tu indiferencia, no la amas, sólo es una segunda madre que botarás cuando halles la respuesta a tantas cuestiones, éstas sólo las puedes hallar en la comprensión y el amor de tu padre. Él llego, él esta aquí; por fin nos hemos encontrado. ¿Recuerdas? ¿Haz memoria? Dime: ¿sabes quién soy?

 

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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