INTROSPECCIÓN
Por Alejandro Roché
Y mientras los ojos desorbitados me miraban fijamente, unas manos huesudas sujetaban fuerte los brazos; a lo lejos cientos de hombres, quizás miles, comenzaban a ABALUARTAR múltiples fortines, como si fuera a empezar una guerra, a lo que el tipo zarandeándome agregó:
—¿Bestia?—, pregunté.
—Sí, los hombres armándose para la guerra son como una enorme bestia, no piensan; sólo se dejan llevar por sus impulsos, se atragantan con la juventud e, inocentes, son engullidos en las fauces de la bestia que caga demencia y miedo. No veas hacia allá; no sea que te maravilles de sus armaduras, de la belleza de su fuerza, pero no hay más que una ramera detrás de todo ello, sólo hay pena y dolor.
En eso, un hombre harapiento se monta por un costado y cabrioleando entre el filo de la carreta y la rueda comienza a hablar.
—Escuchen, éste es el canto de un loco, las lastimeras palabras de un hombre en el ocaso de su vida, en la inconmensurable soledad del abandono; en donde, inmerso por el desdén de una cenicienta, llora en el páramo yermo de este gentío, sí; el mendigo que añoró ser príncipe ahora no es más que una triste figura ABALLADA por los infortunios de la vida; viene a contar sus desventuras…
—¡Eh!, ¡tú!, ¡alto ahí!
Llegaron varios hombres con tintes violentos y algunos de ellos ABALLESTANDO sus armas. A lo que el hombre salió corriendo dejando a la multitud entre la indecisión de detenerlo o estorbar a los hombres que llegaron a sujetarle. Pero así, como todo empezó, la gente continuó caminando, deteniéndose, preguntando, entre el regateo y la compra de productos.
Por fin llegamos a donde parecía ser el lugar de venta, sólo bastó desmontar la carreta y hacer a un lado una manta que cubría las verduras y hortalizas para que Juancho comenzara a pregonar la venta. El loco de los aluxes se puso a un lado suyo.
Ahí estaba yo, en la ciudad, sin saber qué hacer y quizás un poco empequeñecido ante la inmensidad de un paisaje vivo, infinito en colores, formas y tamaños, en donde el siseo de las palabras, si te concentras, semejaba a un río, y cada gota parecía murmurar emociones de los transeúntes y, aun así, sólo los pensamientos daban sentido al ir y venir de la gente, así como el agua que fluye y es obstruida por las rocas y las ramas de árboles meciéndose a las orillas. Así que para reponerme un poco ante la inmensidad del panorama, me senté hacia donde la sombra de un árbol donde dos hombres platicaban y, como si me hubieran invitado, me acerqué a ellos y pareció no importarles mucho mi presencia.
—¿Qué es lo que a pesar de que no es, pareciera que lo es, y si lo fuera no sería “tan” porque muchas veces lo que “es”, está tan convencido de lo que “es”, que pierde su esencia, y lo otro a pesar de que “no es”, se esfuerza tanto en serlo que al menos en apariencia y quizás hasta en esencia es más lo que aparenta ser?
—¿Pero entonces sólo es una “imitación”?
—En una forma simple, sí; pero no cualquier imitación; sino la mejor imitación que incluso supera al original.
—Interesante. Pudiera ser una muñeca, pero sólo es una burda representación y no es la “gran imitación”. Quizá podría ser el actor que representa ser algo que no es, pero que si es un buen actor incluso puede superar a los hechos que relata.
—Muy interesante tu perspectiva.
—Pero también podría ser una pintura que representa a una persona, no es la persona, pero el ideal es que lo fuera.
—¿Y qué me dices de las esculturas?
—Sí, tienes razón. No son y nunca serán lo que representan, pero se acercan e incluso algunas parecieran tener vida propia, como si hubieran robado un poco de la esencia del objeto representado.
—¿Y qué me dices de la música?
—¿La música? No estaría tan seguro de que represente algo en la realidad. Quizás algunos sonidos puedan intentar imitar a la naturaleza, pero en este caso descartaría a la música según las condiciones que me has dado. Pueden ser tantas cosas y quizá ninguna de las mencionadas encaja a la perfección.
—¿O quizá todas?
—¿Todas? Entonces no hay respuesta única.
—Una respuesta, muchas respuestas. Realmente a quién le interesa la respuesta si lo más interesante de esto es la plática.
—No me digas eso, que ya me dejaste intrigado con tu planteamiento.
—La curiosidad mató al gato.
—Sí, pero murió siendo sabio.
—Pero, ¿habrá conocimiento tal, que valga la vida misma?
—Bueno, sólo es un dicho.
—En todos los dichos hay mucho de verdad y mucho de mentira.
—Bueno, pero es que, ¿acaso no quieres continuar por donde iniciamos?
—No es que no quiera, es que no es bueno forzar las cosas, las cosas nos llevaron hasta aquí, como el joven que está ahora sentado. —Y dirigiéndose a donde yo —Tú qué crees que sea lo que aparenta ser, sin ser lo que es, pero que se esmera tanto en serlo en forma física y en esencia e incluso podría ser una mejor versión de lo que inició esforzándose en ser.
—Los he escuchado y hasta el momento no sabría responder, pero si tengo preguntas, como por ejemplo, ¿por qué esforzarse en tratar de ser lo que no se “es”, acaso no es mejor la autenticidad? ¿Acaso la copia, por mejor copia que sea, siempre será una copia, o no?
—¿Pero y si la copia superara al original?
—¿Si la copia superará al original tendría sentido ello, o en otro caso; tendría sentido que existiera el original?
—Cuentan los antiguos, que los griegos lograron la perfección en la escultura, es decir; lograron reproducir con precisión la anotomía del ser humano, pero por más belleza con que trataron de dotar a sus obras, éstas carecían de esa magia. Por ello, tan pronto lograron la perfección en su arte, lo abandonaron y continuaron por el camino de la deformidad y comprendieron que la belleza del arte no está en representar la realidad tal cual, sino en aparentar que la representan pero con una distorsión tal que el observador no logra discernir la realidad de la fantasía, es ahí donde radica la esencia del arte.
.