VOLANDO LIBRES: MAURO “EL CUERVO”

por Paloma Jiménez

Por Paloma Jiménez

De pie frente a la ventana, observas como muere la tarde, me gusta contemplarte así, como Dios te echo al mundo, no por tener un cuerpo atlético, sino por admirar tu porte elegante y tu apariencia lánguida, que comparo con la de un cuervo que está posado en la rama, con la mirada perdida, pero atento a lo que pasa. Tan sólo un suave roce de tu negro plumaje puede perderme y hacerme caer en la tentación del abrigo de tus alas.

Aunque tu apariencia es seria y fría, a la hora que te entregas eres fuego y quemas, tal vez el hecho de que esto sea una locura es lo que hace que lleguemos en picada hasta el infierno y nos prepara desde antes, al sentir como se consumen nuestros cuerpos. Pero bien vale la pena, porque sobre tus alas he podido tocar el cielo. Aunque me gustaría siempre volar contigo, debo de tener siempre los pies sobre la tierra, literalmente, hacerlo sólo de vez en cuando y planearlo con cautela, para que el aterrizaje sea de lo más suave. Cuando vienes por mí para ir a volar, te posas en las ramas altas del árbol, observas el panorama, si no hay peligro bajas para que pueda alcanzarte, yo sigo la destreza del movimiento de tus alas y juntos tocamos el cielo. Después del vuelo, te posas en el árbol para descansar entre las ramas, yo me acurruco contigo, abres tus alas y me abrazas. Yo me acomodo en un tu pecho y, aunque muchas veces he estado ahí, nunca había escuchado el sonido de la vida; será eso por lo que me parece que eres lánguido, pero es sólo tu armadura. La primera vez que dejaste que acariciara tu pecho, descubrí que es suave y tibio, y escuché acelerada la prueba de que estás vivo, cuando lo hacía me mirabas a los ojos, no tenías la mirada perdida, más bien era tierna, dulce y tu sonrisa también.  Entonces comprendí que tan majestuosa ave, con tan mala fama de que te puede traicionar sacándote los ojos, tiene que aparentar ser fría, para cuidar ese prestigio. Y haces bien, yo también lo haría, cuando alguien descubre que tienes vida, te abre el pecho para que ésta escape, no importa que la majestuosidad de unas plumas se manche con sangre, tan sólo por el capricho de tenerte cautivo. Seamos como cualquier ave y volemos, volemos hasta tocar el cielo, estudiemos el panorama con la mirada, que parezca perdida, y, si hay peligro, arriesguémonos con emoción, porque el vuelo con adrenalina es el que mejor te lleva al cielo y hace que lo toques una y otra vez. Volemos siempre en total libertad, porque en cautiverio, aunque la jaula sea de oro, no te falte agua, comida y estés protegido del peligro, se vuelve tedioso y agobiante, dejemos la jaula con la puerta abierta, para entrar y salir cuando queramos. Y ahora vuela, que la majestuosidad de tus alas negras se pierda en la tarde que muere… no sin antes contemplarte en tu forma real de hombre…

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