SOY ACTOR DE CINE

por Alejandra Díaz Márquez

Sábado en la tarde. “El día nublado con amenaza de lluvia por la noche”, anunció el noticiero del clima, de los días favoritos de Mario para ir al cine con su novia Sandra. Ya llevaban seis meses de relación y todo iba tan bien que se sentía raro; “él era singular pero divertido, de humor ácido y de inteligencia malabar”, decían sus pocos amigos. La vida le cambió desde que conoció a la chica que le robó el corazón y los sentidos, aparte le devolvió las ganas de salir después de esa larga e insoportable cuarentena por el horrible virus que atacó a nivel mundial.

Terminó la planeación semanal para las clases de literatura inglesa que daba en la universidad privada donde trabajaba hacía ya más de un año, un lugar que no era de su total agrado, pero del que recibía una buena paga. Algo desvelado aunque sin sueño después de tres tazas de café, de tres lecturas sobre el desplazamiento de primogénitos fuera de la burguesía durante el siglo XVI, y de revisar ensayos de sus alumnos para obtener más puntos en su calificación, se dio un baño y hasta se exfolió el rostro, lo que significaba que estaba muy enamorado. En la ducha escuchó a lo lejos notificaciones de su celular, era su novia preguntándole cómo iba.

Apurado, salió de la regadera, se secó y rocío de spray desodorante con aroma a madera, vio su celular mientras se cepillaba los dientes, y le envío un mensaje de voz a Sandra:

—Egtog pog galig, ¿quiegeg palomitaj?

Mensaje de voz:

—Ja ja ja ja no te entiendo nada, Mario, voy por unas papitas, con mucho picante…

Otro mensaje de voz:

—¡Vgaaa!

Una vocecita le dijo al oído a Mario: “¡debes apurarte!”. Se vistió rápidamente, se acomodó su cabello castaño rizado al que le dedicaba más tiempo en todo su arreglo antes de salir. Dio un portazo para después tocarse las bolsas traseras del pantalón y luego las bolsas delanteras de su camisa con la finalidad de verificar que llevara las llaves, la cartera y el celular.

Caminó tres callejones, dio vuelta a la izquierda y, casi cerrando los ojos, corrió para cruzar una última calle. Ésta tenía una acera tan limpia que parecía falsa, una calle simulada. Sus pasos no se escuchaban, era extraño, pero no importó, tenía prisa, debía llegar a tiempo. Subió un puente peatonal apresuradamente, ése que cruza la avenida Río Churubusco. Bajó, resopló para calmarse y se dirigió a la entrada del cine. Se encontró en un abrazo con Sandra, un beso tronado, la alegría de verse. Se dirigieron a la sala correspondiente. Sentados en calma, inició la función. Un golpe en su pecho lo hizo abrir asombrado los ojos, era él en la pantalla grande, su rostro algo pálido, serio, ojos cerrados, sus rizos caían en la acera intactos. De pronto, de su boca cerrada salió un hilito de sangre.

—No puede ser, ¡¿cómo?, ¿soy actor de cine?! —pensó Mario. Esta fue su última reflexión antes de partir de este mundo, luego de que un auto lo hiciera volar por los aires cuando cruzó una calle.

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IMAGEN

Fin de la lucha de los ángeles >> Alberto Savinio., Grecia, 1891-1952.

Alejandra Díaz Márquez nació en la Ciudad de México un 23 diciembre, estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Tomó diplomados de Cuento, Creación Literaria y Español avanzado en la misma facultad y en la Casa del Libro de la misma institución. Cuenta con un diplomado en Diseño Editorial impartido en el Centro Mascarones. Es amante de la poesía, la literatura y el arte, autodidacta en temas de dibujo y composición de imágenes. Ha publicado breves reportajes sobre algunos restaurantes emblemáticos de la CDMX, como El Bar La Ópera, Los Girasoles y el Mesón del Cid; así como reseñas de libros y películas en un Boletín Empresarial. Editora, redactora y correctora en el mundo laboral. Está trabajando el material para un poemario, llamado tentativamente “Poeminis”. Forma parte de la Segunda Antología de Sombra del Aire, y es una colaboradora destacada en dicha revista.

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