Por Vladimir Espinosa Román
En lugares donde lo que impera es el castigo y la violencia, el salvajismo y la supervivencia, como lo son todos los presidios del mundo, y más en México, sería impensable imaginar la alegría, el placer y la calma. Cuando los individuos están condenados irremediablemente al sufrimiento debido a los vicios sociales, el escape y la fuga psicológica al dolor tienen muchos nombres. Creo que el tema fundamental de esta maravillosa novela es la lucha por encontrar el placer en un sitio donde sólo hay cabida para el dolor y a la tristeza. Cuando el dolor se confunde con el placer surge el masoquismo, esa complacencia por sentirse maltratado o humillado. Y así sucede muchas de las veces en los sistemas penitenciarios, porque no se le puede encontrar placer a ninguna cosa.
Aunque para poder hablar del tortuoso encierro y de sus derivados habría que conocer a los que lo han vivido; así, podemos decir que a través de la novela de José Revueltas podemos imaginarnos y hasta sentir la pesadilla que padecen los presos, esa es la magia de la literatura y en particular de la prosa de Revueltas, reflejo de un verdadero artista literario, ya que las experiencias vividas las hizo arte y por ello Revueltas ha trascendido como uno de los mejores literatos mexicanos. Convencido fervientemente de su ideología, fue encarcelado varias veces y perseguido por el gobierno y, sin embargo, se mantuvo fiel a sus ideales políticos. En este sencillo trabajo analizaremos algunos aspectos sobre cómo se engendra en ese crudo ambiente el erotismo y la seducción, símbolo del placer, además de la desesperación por obtener los psicotrópicos para alcanzar el placer en el habitáculo del dolor.
Placer contra dolor
El sol caía a la mitad de la celda en un corte oblicuo y cuadrangular, una columna maciza, corpórea, dentro de cuya radiante masa se movían y entrechocaban con sonámbula vaguedad, erráticas, distraídas, confusas, las partículas de polvo, y que trazaba sobre el piso, a corta distancia de Polonio, el marco de luz con rejas verticales de la ventana.
José Revueltas, El apando.
Para algunos es inconcebible la idea de encontrar placer en el dolor, porque nuestros círculos intelectuales, a los que estamos habituados, no nos han permitido conocer el bajo mundo, o por así llamarlo el inframundo, de una sociedad sumergida en el pauperismo social. La miseria[i] que ahoga a ciertos individuos en las grandes metrópolis, donde escasamente se logra la educación elemental o primaria, y donde los vicios sociales se manifiestan por las malas políticas gubernamentales, engendra otro tipo de placeres y diversiones a los que una sociedad algo educada y perteneciente a la clase media no imaginaría. ¿Cómo puede haber placer, diversión y algo de alegría en un México donde setenta millones de mexicanos viven en la pobreza y solamente doscientas familias en extremo lujo y riqueza? ¿Cómo podría concebir el dolor alguien que pertenece a la clase política y que vive del erario público generado de los impuestos de los ciudadanos? No, sin lugar a dudas no sabemos que el ser humano se ha dado a la tarea de crear un mundo feliz dentro de un mundo de sufrimiento. Citaremos a continuación un fragmento de El apando para poder comprender lo antes dicho:
Estaban presos ahí los monos, nada menos que ellos, mona y mono; bien, mono y mono, los dos, en su jaula, todavía sin desesperación, sin desesperarse del todo, con sus pasos de extremo a extremo, detenidos pero en movimiento, atrapados por la escala zoológica como si alguien, los demás, la humanidad, impiadosamente ya no quisiera ocuparse del asunto de ser monos […] (p. 11).
Aquí vemos cómo el término mono es sinónimo de ignorancia y barbarie en el ser humano, producto de la mala, o mejor dicho, nula educación en los mexicanos. Todos son monos en la prisión, tanto reos como custodios, donde la violencia y la ley del más fuerte predominan. Y aun así, en una circunstancia miserable, se busca el placer como remedio del dolor, como le ocurre a uno de los tres personajes importantes, Albino:
El que se desesperaba más en el apando era Albino, tal vez por ser el más fuerte, hasta llorar por la falta de droga, pero sin recurrir a cortarse las venas aunque todos los viciosos lo hacían cuando ya la angustia era insoportable. Había sido soldado, marinero padrote, pero con Meche no, ella no se dejaba padrotear, era mujer honrada, ratera sí, pero cuando se acostaba con otros hombres no lo hacía por dinero, nada más por gusto, sin que Albino lo supiera, claro está (p. 24).
La droga se presenta en la vida de los reclusos como una necesidad ante la falta de placer y ante el dolor y el encierro. De una manera inevitable la consumen Apolonio, Albino y El Carajo para generar ese placer inexistente y que les ha negado una sociedad y un gobierno que han propiciado los vicios, los cuales han logrado enriquecer a unos cuantos mercenarios y ambiciosos capitalistas.
Seducción presidiaria
La marea, debajo de las tres mujeres, crecía en pequeñas olas sucesivas, despaciosas, que se aproximaban como en un paseo, los hombres sin apartar la mirada, abierta y cínica, expectantes y a un tiempo divertidos y temerosos, de las trusas negras de Meche y la Chata.
José Revueltas, El apando.
Como dice en su ensayo De la seducción Jean Baudrillard, “la seducción es el destino” (p. 169). Quiere decir que el ser humano se ha movido y se mueve por ese atractivo poderoso de las cosas y las personas llamado seducción. Así, la seducción nos invita y nos lleva al placer de los sentidos humanos. Nos envuelve, nos agita y estremece y, un ser humano que no es seducible, podemos decir que no es humano. Es por eso que en El apando se retrata esa animalización de los hombres que están a punto de perder la cualidad de seres humanos, por eso Revueltas los llama monos, pero que todavía alcanzan a salvarse porque sienten la seducción y eso los humaniza aunque sea por breves momentos.
El encierro sin razón, debido a la actitud delictiva de los hombres y mujeres enviciados, los enloquece, martiriza y deshumaniza, sin tener la debida ocupación laboral u otra, en un mundo en el que la enseñanza de amar el trabajo y las conductas éticas de la honradez, honestidad, amabilidad y afabilidad no existe. Sin embargo, José Revueltas nos pinta en su novela la cruda realidad, en donde los delincuentes en lugar de aprender la lección del castigo, se envician cada vez más hasta convertirse en sociópatas, es decir, que caen en la delincuencia una y otra vez. Pero en medio de estas terribles circunstancias, todavía existe la seducción, como veremos en el siguiente fragmento:
[…] La Chata aparecía ante sus ojos, jocunda, bestial, con sus muslos cuyas líneas, en lugar de juntarse para incidir en la cuna del sexo, cuando ella unía las piernas, aun dejaban por el contrario un pequeño hueco separado entre las dos paredes de piel sólida, tensa, joven, estremecedora. Si era visto a través del vestido, a contraluz —y aquí sobrevenía una nostalgia concreta, de cuando Polonio andaba libre: los cuartos de hotel olorosos a desinfectantes, las sábanas limpias pero no muy blancas en los hoteles de medio pelo […] (p. 22).
Al acercarnos al concepto de seducción nos aproximamos también a la idea de posesión del ser o del objeto, según sea el caso, que al final termina por poseernos a nosotros. En El apando de Revueltas, la seducción que se genera en el presidio nos lleva forzosamente al acto sexual, como fin indiscutible del placer carente en estos lugares miserables. Baudrillard le llama a la seducción masculina “estrategia irónica del seductor”, porque dice:
El seductor tiene como vocación exterminar la fuerza sobrenatural de la mujer o de la joven con una maniobra deliberada que igualará o superará la otra, que contrarrestará con una fuerza artificial igual o superior la fuerza natural a la cual, contra todas las apariencias que hacen de él el seductor, su voluntad, su estrategia, responden para conjurarla a la predestinación graciosa y seductora de la joven, tanto más poderosa cuanto que es inconsciente.[ii]
Así vemos que Albino, que no es el protagonista, porque a mi modo de ver el protagonista de la novela es el sufrimiento, nos hace una franca invitación al sexo con su danza de la seducción:
Los primeros días del apando Albino los entretuvo y distrajo con su danza del vientre —más bien tan sólo a Polonio, pues El Carajo permanecía hostil, sin entusiasmo y sin comprender ni mierda de aquello—, una danza formidable, emocionante, de gran prestigio en el Penal, que producía tan viva excitación, al extremo de que algunos, con un disimulo innecesario, que delataba desde luego sus intenciones en el tosco y apresurado pudor que pretendía encubrirlo, se masturbaban con violento y notorio afán, la mano por debajo de las ropas.[iii]
Así, tenemos una danza que nos seduce en todos los sentidos, que hace que los movimientos del vientre se impregnen en la memoria, de tal suerte que cuando Meche, la mujer de Albino, pasa a la revisión de la visita, se transforma en su imaginación en su hombre: “La celadora, pues, y sus manoseos, eran la fuente del doble, del triple, del cuádruple recuerdo que se encimaba y se mezclaba, sin que Meche pudiera contener, remediar, reprimir, una estúpida pero del todo inevitable actitud de aquiescencia, que la mona ya tomaba para sí con un temblor ansioso y un jadeo descompasado […]”.[iv]
Nos remitiremos necesariamente a Baudrillard de nuevo en el fragmento antes leído, ya que la seducción es sin lugar a dudas, un juego que nos conduce al goce en el momento de llevarlo a cabo, cito: “Sin duda hay que deshacerse, para captar la intensidad de la forma ritual, de la idea de que toda felicidad proviene de la naturaleza, de que todo goce proviene del cumplimiento del deseo. El juego, la esfera del juego, al contrario, nos revela la pasión de la regla, el vértigo de la regla, la fuerza que proviene de un ceremonial y no de un deseo”.[v] Por último, concluimos este capítulo con las sensaciones de Meche, la cual transitaba por otra vía de la seducción con la celadora:
[…] Meche parecía transformarse —o se transformaba, en virtud de una sediciosa trasposición— en el vientre de aquél (ella, Dios mío, como si se dispusiera a funcionar en plan de macho respecto a la celadora) al filtrarse dentro de estas sensaciones la imagen de Albino, durante aquellas escenas de la primera vez, cuando a horcajadas a la altura de sus ojos infundía esa vida espeluznante y prodigiosa a las figuras del tatuaje brahamánico, y ahora Meche imaginaba ser ella misma la que en estos momentos hacía danzar su vientre —idénticas, bien secretas invisibles oscilaciones— como instrumento de seducción dirigido a la mona y a sus ojos cercanos […].[vi]
El erotismo inimaginable
¿Quién pensaría que dentro de una prisión, espantosa y aterradora como lo fue el palacio negro de Lecumberri, donde reina el castigo y el dolor, habría alguna imagen o sugerencia al erotismo? Y sin embargo, José Revueltas nos muestra en El apando que el ser humano se las ingenia para disfrutar lo poco que puede o le dejan de la vida. Un danzante al estilo árabe, tatuado, es quien hace la sugerencia para que en la imaginación de los presidiarios se logre el erotismo: Albino. La ambigüedad del deseo es lo que nos sorprende en esta novela, pues tanto hombres como mujeres son atraídos por su danza erótica. Como dice Georges Bataille en su ensayo El erotismo: “El erotismo es uno de los aspectos de la vida interior del hombre. En este punto solemos engañarnos, porque continuamente el hombre busca fuera un objeto del deseo. Ahora bien, ese objeto responde a la interioridad del deseo” (p. 33). Así, vemos cómo todos los presos en su interior son movidos por el deseo sexual, cosa que los lleva a ese erotismo inimaginable, como veremos:
Tenía tatuada en el bajo vientre una figura hindú —que en un burdel de cierto puerto indostano, conforme a su relato, le dibujara el eunuco de la casa, perteneciente a una secta esotérica de nombre impronunciable, mientras Albino dormía profundo y letal sueño de opio más allá de todos los recuerdos—, que representaba la graciosa pareja de un joven y una joven en los momentos de hacer el amor y sus cuerpos aparecían rodeados, entrelazados por un increíble ramaje de muslos, piernas, brazos, senos y órganos maravillosos […].[vii]
Un tatuaje es la primera insinuación al erotismo, y puesto en movimiento por la danza prodigiosa de Albino ha hecho que las imaginaciones de presos y mujeres visitantes queden cautivadas:
[…] bastaba darle impulso con adecuadas contracciones y espasmo de los músculos, la rítmica oscilación, en espaciado ascenso, de la epidermis, y un sutil, inaprehensible vaivén de las caderas, para que aquellos miembros dispersos y de caprichosa apariencia, torsos y axilas y pies y pubis y manos y alas y vientres y vellos, adquiriesen una unidad mágica donde se repetía el milagro de la Creación y el copular humano se daba por entero en toda su magnífica y portentosa esplendidez.[viii]
En el terrible claustro de la penitencia y en un ambiente lúgubre, Albino ejecuta la danza del coito para complacencia de sus mujeres, ya que las tenía cautivadas a las dos, a Meche y a la Chata, además de sus compañeros Polonio y El Carajo, el cual estaba junto a su madre, pero para ellos daba lo mismo estar o no estar. Porque como dice Bataille, efectivamente “hay una importancia decisiva” en el erotismo:
El erotismo, como dije, es, desde mi punto de vista, un desequilibrio en el cual el ser se cuestiona a sí mismo, conscientemente. En cierto sentido, el ser se pierde objetivamente, pero entonces el sujeto se identifica con el objeto que se pierde. Si hace falta, puedo decir que, en el erotismo, YO me pierdo. Sin duda no es ésta una situación privilegiada. Pero la pérdida voluntaria implicada en el erotismo es flagrante: nadie puede dudar de ella.[ix]
Así, podemos sostener que la tesis respecto al erotismo de Georges Bataille se cumple en la novela de El apando, como a continuación se cita para ejemplo de los lectores:
En el rincón de la sala, a cubierto de las demás miradas por el muro de las cinco personas: las tres mujeres, El Carajo y Polonio, se había desbraguetado los pantalones, la camiseta a la cintura como el telón de un teatro que se hubiera subido para mostrar la escena, y animaba con los fascinantes estremecimientos de su vientre aquel coito que emergía de las líneas azules y se iba haciendo a sí mismo en cada paso, en cada ruptura o reencuentro o reestructuración de sus equidistancias y rechazos, en tanto que todos —menos El Carajo y su madre, que evidentemente luchaba por ocultar sus reacciones— se sentían recorrer el cuerpo por una sofocante masa de deseo y una risita breve y equívoca —a Meche y a la Chata— les bailaba tras del paladar.[x]
Con esto concluimos este capítulo, el cual nos deja con la reflexión de que en la vida humana todos tenemos derecho al placer y al erotismo, contrario esto a las doctrinas enseñadas en la Iglesia Católica.
Conclusión
La vida no puede estar privada del dolor, desde que nacemos, nacemos en dolor y con dolor. Pero al igual que no podemos evitar los sufrimientos de la vida humana tampoco podemos evitar el placer, sería un absurdo vivir sin placer, sin erotismo y seducción lo mismo que sería un absurdo pensar que no existen los sufrimientos y los ires y venires del dolor natural, circunstancial de esta vida terrena. Así, pienso que lo más sano para todos es quedarnos con ambas caras de la moneda, y en la medida de lo posible, cultivar la reflexión y el pensamiento sobre los sucesos cotidianos de nuestro andar en este mundo.
Obras consultadas
Bataille, Georges, El erotismo, Barcelona, Tusquets, 3ª ed., 2002.
Baudrillard, Jean, De la seducción, Madrid, Cátedra, 2001.
Revueltas, José, El apando, México, Era, 4ª ed., 1981.
Sampedro, José Luis, Las fuerzas económicas de nuestro tiempo, Madrid, Guadarrama, 1967.
[i] Como dice José Luis Sampedro en Las fuerzas económicas de nuestro tiempo, p. 13: “la humanidad padece de hambre mientras posee la máxima técnica productiva de la historia. El hombre de la calle lo comprueba en su diario de la mañana, no sólo cuando le informan sobre la lucha que, contra la pobreza norteamericana, ha tenido que emprender en su propio suelo el presidente de la nación más rica del mundo. A nuestros abuelos el hambre podía suscitarles solamente compasión y caridad, pero no les creaba angustia puesto que la consideraban natural e inevitable. A nosotros nos la presentan como técnicamente suprimible y por eso ha de llevarnos al asombro, la indignación y la rebeldía”.
[ii] Jean Baudrillard, De la seducción, pp. 95-96.
[iii] José Revueltas, El apando, pp. 24-25.
[iv] Ibid., p. 28.
[v] Op. cit., p. 126.
[vi] Revueltas, op. cit., pp. 28-29.
[vii] Revueltas, op. cit., p. 25
[viii] Ibid., pp. 25-26.
[ix] Georges Bataille, El erotismo, p. 35.
[x] Revueltas, op. cit., pp. 26-27.