RUIDO DE AZOTEA

por Alejandra Díaz Márquez

Era la sexta noche que no podía dormir bien, sólo le eran posibles dos horas seguidas, no más. Magda, como siempre, seguía un ritual antes de acostarse, que consistía en un té de jengibre con gotas de miel; después, ir al baño, lavarse el rostro, cepillarse los dientes y el cabello. Nada de televisión ni celular en la recámara, fueron indicaciones del médico.

Era el tercer mes del año, la semana tercera, que decidió tomar el somnífero recetado en caso de insomnio severo. Magda se resistía, no deseaba volverse adicta a una pastillita; sin embargo, la vanidad la llevó a ingerirla. No quería que en su rostro tan cuidado surgieran manchas debajo de sus ojos, detestaba las ojeras, y más las bolsitas que pudieran hacerla ver vieja. No en vano había invertido cierta fortuna en masajes, cremas y mascarillas, para evitar el paso del tiempo.

Se acercaba la noche, vio su reloj de pulsera y calculó el tiempo en que la pastilla haría efecto, pero también pensó en esos ruidos de azotea. Eran sonidos extraños, de alguien que caminaba lento, se arrastraba, suspiraba largamente, raro, en la azotea, justo arriba de su recámara, eso exactamente no la dejaba dormir. ¿Cómo es posible?, se preguntó, si la semana siguiente que escuchó ese ligero alboroto en el techo, subió a revisar. Nada, no había nada, todo limpio, el impermeabilizante intacto, aparte no había modo de que algún roedor o gato subiera, era un piso muy elevado, y los cristales que cubrían la estructura no funcionaban para escalar. Desde su ventana, sólo era posible que algo ascendiera volando diez metros, y la puerta que da a su azotea cerraba perfectamente, bien sellada al hacer clic.

Estaba fresca en su dormitorio, amplia cama, sábanas suaves, con un dulce aroma a sándalo, lista para dormir. Dieron las dos de la madrugada y los ojos bien abiertos. Se levantó y, decidida, tomó esa pastillita, la hubiera tomado antes, los efectos tardarían. Volvió a la cama, sintió calor, se quitó el camisón, pero se soltó el cabello, estaba decidida a descansar. Pasaron dos horas, varias vueltas en la cama. Entrecerró los ojos, suspiró, y un viento fresco la llevó al sueño, la sábana blanca parecía una nube que la envolvía, durmió como hacía muchos años no lo lograba.

6:50 de la mañana y un rayo de sol cayó directo a los ojos de Magda, que la obligó a abrirlos, cada vez más y más, casi desorbitados, Se levantó de un golpe, sentada, inhaló con fuerza aire, como si le faltara para respirar, no creía lo que estaba viendo, volteó para todos lados, casi formando un círculo, sus cabellos ondulados marcaron el rápido movimiento. La boca entreabierta de la mujer, temblaba, sus labios rosados se abrieron para dar un alarido, para convertirse en llanto, después cubrió su rostro con las manos, sollozaba. Ella se encontraba en medio de la azotea de su recámara, de aquel edificio alto que por los cristales se reflejaba el cielo y el alto sol.

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IMAGEN

Mujer despertar >> Eva Gonzàles, París, 1849 – 1883.

Alejandra Díaz Márquez nació en la Ciudad de México un diciembre de hace muchos años, estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Amante de la poesía y el arte, autodidacta en temas de dibujo y diseño. Ha publicado breves reportajes sobre algunos restaurantes emblemáticos de la CDMX, como El Bar La Ópera; así como reseñas de libros y películas en un Boletín Empresarial. Redactora y correctora en el mundo godín. Actualmente está cocinando un proyecto llamado tentativamente “POEMINIS” textos para los apresurados, hiperactivos, o hasta ansiosos, líneas para leer como una pequeña dosis diaria.

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