Mi mente estaba en algún lugar, mi cuerpo reaccionaba en “piloto automático”, de forma casi increíble se movía en dirección a donde había quedado estacionado mi automóvil. Impávida, subí al auto. Una vez sentada frente al volante, miré hacia el frente, en medio del vidrio delantero encontré un punto que atrapó toda mi atención; por mis ojos se deslizaba lentamente un pequeño riachuelo salado, con el ánimo de nunca terminar de salir.
Solamente pensaba en lo que recién leí en uno de los papeles que me entregó el doctor, después de siete días de mi visita para chequeo médico.
—Positivo —retumbaba en mi cabeza y desbordaba mi razón.
Cuando acudí a esa revisión, tenía algunas sospechas de los resultados; sin embargo, prefería pensar que todo estaba bien, que sólo era un susto para aprender a interesarme más en mi cuerpo, en el correcto funcionamiento de mi organismo, y que la salud no sólo es cosa de comer equilibrado y hacer ejercicio.
Estar sano no sólo es lucir bien por fuera, cuando adentro los cambios se presentan de forma inesperada, nunca estamos, —o más bien— nunca he estado preparada para una noticia no buena sobre mi estado de salud. Inclusive, pasó por mi pensamiento una frase por demás mediocre y tonta, tan infantil como cerrar los ojos para que los otros no me vean y así, no estoy aquí ahora.
—¿Para qué vine si estaba tan tranquila sin saber lo que pasaba?
Previamente, había tenido una sesión de medicina alternativa y curaciones energéticas, en la que me recomendaron acudir al médico a una revisión, porque “se percibía algo”.
En lo personal, prefiero el tratamiento de la salud por medios naturales, menos invasivos, pero finalmente, acudí a la medicina alópata.
Y en ese momento tenía en mis manos el resultado, un “positivo” de “eso que se percibía en mi energía”.
Mi mente no encontraba un punto de referencia. Había escuchando muchas cosas sobre eso, ningún comentario igual a otro, al contrario, eran hasta contradictorios: “La vida cambia completamente”; “Todo sigue normal mientras estés atenta de todo y sigas las indicaciones”; “Nada vuelve a ser igual después de esto”; “Nada cambia, sigue tu vida normal”; “Puede ser peligroso, a tu edad”; “No es peligroso, yo pasé por eso”; “Hay personas que no la libran”…
Mientras recordaba todos esos comentarios que la gente bien intencionada hace cuando se enteran de una situación como la que yo ahora estaba viviendo, pensaba: ¿qué sigue?, ¿cuál es el siguiente paso?, ¿a quién le hablo para contarle lo que me pasa? Pasaban por mi mente nombres y rostros de muchas personas, sin ubicar al adecuado.
Necesito hablar con alguien que no me satanice, que trate de entenderme, que escuche lo que tengo que decir, que sepa del tema y me oriente, que me deje llorar si lo requiero. Hasta ese momento, mis ojos no habían cesado el salado escurrimiento y cada vez estaban más hinchados. Sentimientos encontrados.
Estaba agradecida por saber que me pasaba, así empezaría un tratamiento. Asustada por conocer mi estado actual de salud, ignorando todo lo que se puede presentar, sin saber si correr como loca a contarle a alguien sobre el resultado para recibir ánimo y orientación, o enmudecer hasta que no aguantara y llorar de ser necesario.
—¿De verdad puede ser grave? —pregunté para mí misma. El doctor no dio muestras de perturbación.
Confiaré en sus palabras: “Todo está bien, sólo hay que comenzar el tratamiento, siguiendo las indicaciones, nada grave se puede presentar”.
Respiro.
Me tranquilizo y me preparo para regresar en la fecha indicada, a la siguiente cita.
IMAGEN AL EXTERIOR
Sin título >> Óleo >> Liu Yuanshou
Manny Martínez-Torres. Año 1977, día 6, con el clima divertido y los aires que en febrero visitan la ciudad de León, Guanajuato en el centro de México, llegó a ocupar el cuarto sitio como hija de una familia de ocho hermanos. Ascendencia de arraigo desde 1700, Padres tejidos a la antigua con espíritu de progreso, la guiaron por un camino independiente.
Desde muy pequeña su gusto por socializar, la llevó a ser una niña versátil, noble y adaptable. Comenzó a plasmar sus sentimientos en papel desde su adolescencia, sin embargo, guardaba para sí un torrente de sensibilidad.
Impulsada por diferentes maestros de vida, fue tomando valor para mostrar al mundo sus escritos. Finalmente, se permitió compartirlos, gracias a un tutor literario que se convirtió en inspiración y empuje para dar a conocer hoy día, la tinta de su corazón.