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Por Antonio Rangel
Después de tantas lunas en poemas
habría que exiliar esa brillante
sustancia femenina de los versos
me lo impide aquella luna de Taxco
quebrada, caminable y escondida
que supo amoldarse a roces crecientes,
asimilarse a miradas menguantes
al famoso amor y sus pasos curvos
que son exactamente incalculables
que gozan la infinitud y padecen
el fin, el límite, lo cerrado.
Aquella luna amarilla tomada
por los mágicos ojos digitales
pedía a gritos luminosos
ser un punto en el ciclo de los amantes.