Ese largo beso se convirtió en otra noche juntos. Compartimos mucho más que caricias y miradas. Impregnaste mi alma y fusionamos nuestro ser. Sincronizados en una danza homogénea y abrupta, nos acoplamos a la armonía del espacio y el tiempo.
Nunca dos almas se habían reconocido tan completas para amoldarse con el otro. Seres con respeto por sus propias alas. Libertad de ser y estar donde se aceptaban con sus destellos y oscuridades, donde el otro y su voluntad se convertían en el elemento cúspide de unión.
Me abrazas. Te arropo. Sonreímos con sonoras carcajadas. Nuevos mundos resuenan a nuestro paso. Volamos al infinito entre magnéticas nebulosas. Caminas en la playa hacia el mar, y yo me deslizo hacia ti conectada a tu mano. La quietud del agua nos envuelve y, al sumergirnos, nos transporta hacia un habitad mágico aderezado con armonía, color, letras y olor a café…
¡Olor a café! —Salté de la cama mientras hacía consiente un espantoso ruido: Ti-ti-ti-tiii. Ti-ti-ti-tiii. Ti-ti-ti-tiii…
El sonido de mi despertador se mezclaba con el olor del café proveniente de la casa contigua. Todos los días, a las 7:00 a.m., mi vecina tiene listo un delicioso y aromático café —alguna vez me invitó a su casa, charlamos y me agasajó con esa delicia—. Ese olor me indica que tengo que salir corriendo porque ya es tarde. Ahora me doy cuenta de ¡que es tardísimo!
En el tránsito rumbo a mis actividades del día, apareces nuevamente en mis pensamientos.
¡Otra vez como un sueño!
¡Otra vez esa hermosa sensación de estar en ti se esfuma en un instante!
¡Otra vez se va de golpe la oportunidad de irradiar energía descomunal!
Era tan mágico aquel momento que me daba pena dudar de él. Desechaba la idea de que fuera producto de mi onírica imaginación.
Alejarme de ti y del cálido lecho. Deambular por una lánguida jornada. En este caminar de “ojos abiertos” tengo que aceptarte a distancia.
Muchas veces pude ignorar el escándalo del despertador y deleitarnos con un café recién cocido. Desafortunadamente, éste no era el caso. Ya era tarde. Tenía prisa por estar en pie y salir corriendo a una monótona y habitual rutina, donde sólo te puedo saber en otro lugar y, ocasionalmente, dirigirte un saludo detrás de una fría pantalla en una hoja blanca, cerrar los ojos y recordar nuestra reciente separación.
Hoy, como cada día, con la misma encomienda, ¡vivir con la ilusión de volver a estar juntos!, sonreiré al extraño abatido, saludaré al loco susurrante, emularé el brillo del sol y la ligereza del viento.
Así que, cuando retorne a casa, ¡no perderé tiempo! Al mirarte en el espejo, sé que aguardas por mí. Confirmo que no hay fronteras en el infinito. Mi más grande y amoroso amor amante. Cada noche de besos creamos nuevos cosmos a donde transitar desde una sola mirada.
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Manny Martínez-Torres. Año 1977, día 6, con el clima divertido y los aires que en febrero visitan la ciudad de León, Guanajuato en el centro de México, llegó a ocupar el cuarto sitio como hija de una familia de ocho hermanos. Ascendencia de arraigo desde 1700, Padres tejidos a la antigua con espíritu de progreso, la guiaron por un camino independiente.
Desde muy pequeña su gusto por socializar, la llevó a ser una niña versátil, noble y adaptable. Comenzó a plasmar sus sentimientos en papel desde su adolescencia, sin embargo, guardaba para sí un torrente de sensibilidad.
Impulsada por diferentes maestros de vida, fue tomando valor para mostrar al mundo sus escritos. Finalmente, se permitió compartirlos, gracias a un tutor literario que se convirtió en inspiración y empuje para dar a conocer hoy día, la tinta de su corazón.