Lo infinito es aquello que no tiene límites; lo inconmensurable; difícil de asir; de empuñar o abrazar por su extensión. Es el todo y la nada.
No puedo percibir lo que está demasiado cerca, tampoco lo que mis sentidos no alcanzan, ni lo muy pequeño ni lo muy grande.
O lo infinito es lo que conozco y no; otra vez, el todo y la nada.
Infinito y lo infinito no es lo mismo. Lo infinito es aquello que participa de lo indefinido, inabarcable, inagotable.
¿Somos tú y yo parte del infinito?
Sí, como piezas de lo conocido y lo ignorado. Piezas conocidas o ignoradas por nosotros mismos u otros.
Formamos parte del infinito, pero, ¿de lo infinito?
Una cosa es “pertenecer” y otra muy diferente “ser”.
Lo infinito debiera ser cualidad del “ser”.
Un hombre infinito es aquel que se sabe amplio; amplísimo; sin límites en el pensamiento; que rechaza cualquier muro físico, mental o espiritual.
El hombre infinito es quien ya consciente del lugar que ocupa en el todo y la nada se reconoce a sí mismo como sujeto de amplitud; reconoce su cualidad de infinito.
El hombre infinito no puede ni quiere enmarcar el cosmos (el todo y la nada) para luego cortarlo en varias partes y apegarse a unas cuantas piezas. Es partícipe de todo el rompecabezas, sin apegarse a una sola pieza, o si lo hace será siempre sospechando de su convicción; de su creencia finita.
El hombre limitado, al que llamaré Periférico, es el que vive en función solo de ciertos pedazos del rompecabezas; adheridos a éstos como sanguijuelas, sin conciencia del infinito a su alrededor y dentro.
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