Ella se despierta tarde. No sabe qué hora es. Poco a poco, como si fuera un goteo, comienza a recordar las cosas que debe hacer. Que debe hacer pero no quiere. Se levanta al baño y en el camino se ve en el espejo donde se detiene un momento a reconocer su belleza. De perfil, de frente. De perfil pero del otro ángulo. Le gusta más de perfil y del lado izquierdo, definitivamente. Piensa que el cabello se le ve espectacular. Todos lo reconocen. Todos lo reconocemos. Definitivamente vale la pena ese tratamiento capilar. Es hermosa. Se sabe hermosa. Va al baño. En algún momento tendrá que pagar para que arreglen el wáter. Hace días se escapó el agua. Sale del baño y toma su teléfono. Regresa. Vuelve a verse en el espejo. Se vuelve a acostar. Revisa el teléfono. Revisa los mensajes. Revisa los likes en sus redes sociales. Deja el teléfono. Piensa en su novela. No sueña, nunca sueña nada. Piensa en esa novela que ha comenzado y que será la más importante en su carrera. Se vuelve a dormir. Despierta después de dos horas. Piensa que ha dormido muy bien. Se estira como gato fino. Se levanta al baño. No quiere bañarse. Observa por la ventana el pasto que no deja de crecer. Piensa en las lluvias. Piensa que las lluvias son increíbles. Las lluvias que hacen crecer el pasto en una sola noche. Hay un par de niños jugando a la pelota en el pasto. ¿Por qué hay niños a esa hora, no deberían estar en la escuela? No quiere bañarse pero hoy saldrá. Quisiera volver a acostarse. Quisiera dormir todo el día. Quisiera ser un gato dormilón. Alguien le ha dicho que ronca como gatita. Quisiera volver a dormir, pero sabe que se reprocharía a sí misma por eso. Se baña, se seca. Piensa en su novela. Enciende el noticiario. Ha terminado el que le gusta. En éste sólo describen accidentes viales, incendios. Duda. Al final opta por la música. Dua Lipa. Baila. Se prepara el desayuno. Come salmón. Come verduras. Le encanta el salmón. Podría comer salmón todos los días. Y camarones. Decide que hoy también comerá camarones. Coloca los platos sucios en la tarja. Los nuevos platos sucios se unen con los sucios de la cena. Duda. Lavarlos o no. Los lava. Piensa que el orden es un asunto de disciplina. Piensa que la disciplina es un conjunto de hábitos. Va al baño. Sale. Apaga la música. Regresa y se lava los dientes. Sale. Se sienta un momento a revisar los libros que compró el día de ayer. Ayer leyó uno entero. Hoy leerá otro. Está en esos momentos en donde se le antoja leer febrilmente. En cuanto regrese se volverá a acostar y volverá a leer. Quisiera una vida en la que sólo debiera leer. No sabe qué ponerse. Ningún día sabe qué ponerse. Pero es como un juego. Es parte de las sorpresas de cada día. Va a uno de los closets. Saca una dos tres prendas. Se las pone pero nada la convence. Las va arrojando en el sofá. En el sofá va brotando una colina de ropa. Pero tiene que ponerse algo. Elige un saco púrpura que destaca la blancura de su piel. Debería volver a colgar la ropa en el closet. Debería pero siempre hay un después. Siempre hay tiempo. Toma un collar de plata que le regalé. Elige las perlas. Elige un anillo que le regaló un novio y que hace mucho no usa. Se ve en el espejo una vez más. Toma las llaves del auto y voltea una vez más hacia el espejo. Pone el seguro al picaporte. Sale. Se escuchan sus pisadas en las escaleras. Pongo especial atención. A veces olvida algo y regresa. Hoy no. Las pisadas se pierden rápidamente. En el departamento solitario recuerdo muchas cosas. Las ratas, por ejemplo. Las ratas que había en la vieja casa. Las ratas que en época de lluvias se asomaban de las coladeras de la vieja casa. Chillaban frustradas, impotentes. Habían buceado entre las aguas negras en busca de un lugar seguro. En busca de un lugar seco. Y se encontraban con unos barrotes que echaban por tierra el tremendo esfuerzo. Las ratas chillaban pues sabían que tendrían que volver. Entre los barrotes, las ratas nos veían con sus ojillos suplicantes. Los chillidos de las ratas atemorizaban a los gatos que corrían a esconderse entre las risas de las visitas. Las ratas chillaban y se aferraban con sus manitas en los barrotes de las coladeras. Así yo. Así yo sujeto los barrotes del presente y desde allí la veo. Veo desde allí lo que no existe. Lo que ya no existe para mí. Veo fantasmas. Veo a lo que no puedo acceder. La vida de la que alguna vez fui parte, y que ya no existe para mí.
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Mujer sentada con la pierna doblada >> Egon Schiele., Austria, 1890-1918
Alejandro Rosen (Cd. de México, 1972). Licenciado en Comunicación, maestro en Comunicación y Política, y doctor en Ciencias Sociales. Docente a nivel bachillerato desde hace 22 años. Cuentista con profundas influencias de Asimov, Tabucchi, Rendón, y Kafka. Denuncia a diario las figuras que adquieren las nubes, y escribe frenéticamente cuando está enamorado. Ha publicado sus trabajos en diversas páginas electrónicas, así como en los periódicos Excélsior, El Financiero y La Jornada Semanal. Tiene un libro de microrrelatos: Arco Voltáico (Los Reyes, 2005). No come ni comerá carne. Es impuro, pero admite trasferencias y pagos en efectivo.