Una noche te encontré en silencio, mirándome,
a la entrada fatal de mi osadía.
Me pediste el púrpura de mis labios
y la reencarnación de mi piel en las sábanas dormidas de la cama,
suplicaste las dadivosas mareas de mis ojos ínfimos
regodeándose en una sensualidad callada y decadente.
.
Íbamos a la baja
y un estallido de pájaros me emergió de la boca.
Yo sí quería, pero al final las aves vencieron
por encima del silencio prolongado de la ocasión.
Manantiales de miel quedaron estancados
cuestionando las convenciones inhóspitas de la espera,
la falta de momento o el instante sobrado,
trepidaciones irrenunciables de sabor pastoso…
.
Herido por el hato de ruiseñores oscuros, te reíste también…
—A qué morir, si el silencio es la muerte en sí—.
.
Fuimos a tomar un café y a imaginarnos en versos la vida juntos,
hipercolocando dentro de las concatenaciones del mundo
las soberanas imágenes poéticas
poéticas de falta de elocuencia ferruginosa
ferruginosa de temores noctámbulos y limítrofes
limítrofes como nuestras independencias emocionales,
siempre marginados a la espera de un cubito más de crema,
una pizca de azúcar
o el pastelito para tragar mejor el amargo del grano.
.
Íbamos ambos flotando entre ideas,
mirándonos estructurales
a través del agujero negro creando entre nuestros ojos.
Íbamos con las risas,
con los cacharros,
con una libreta que sacaste del morral,
con una pluma que pedimos prestada al mesero
de verso en verso
acomodando al frontispicio de la ocasión nuestras tentaciones,
el brillo inocuo, todavía flotante, de lo que ya no pasó.
.
Mi mano estaba tiesa cada vez que me rozabas,
mis labios se escondían
y las aves dolientes en explosiones bocales
acallaban las notas de anhelos no resueltos por hoy.
.
Yo pensaba entonces que somos adultos
que no podemos conducirnos por instinto cual helechos
que las circunstancias deberían ser mejores
que había que esperar cual callados peces.
.
Tú, supongo que nunca entendiste,
supongo que aquellas aves nocturnas y oscuras
te abandonaron mareado en sus festividades
con gotas de pensamientos benignos entre las sienes
y piedras de confusión en parte del calzado.
Libábamos los mundos transitando las banquetas.
***
IMAGEN AL EXTERIOR
Espectros >> Grafito sobre papel >> Alias Torlonio
Nidya Areli Díaz (Ciudad de México, 1983) es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. En 2011, sus inquietudes creativas la llevaron a fundar la revista Sombra del Aire, de la que es editora y donde ha publicado poesía, narrativa y artículos de corte académico. Promotora del panorama literario principalmente de México y Latinoamérica, ha gestionando, desde esta plataforma, diversos conversatorios y encuentros literarios, y de igual forma, ha editado y gestionado tres antologías literarias de autores y géneros diversos. Su vena didáctica le ha permitido ser tallerista en escritura creativa y lectura crítica desde 2019, así como dirigir proyectos de escritura de largo aliento. En 2016, cofunda Ganthä, casa de creación de contenido para cine y televisión, donde se desempeña como script doctor, correctora de estilo y miembro del cuarto de escritores. Con formaciones en materias de escritura creativa, edición, género y gestión de empresas culturales, cursa actualmente el Diplomado en Estudios de Guion del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. En 2011, participó como investigadora, correctora de estilo y lexicógrafa en la reedición del Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua. Antes, obtuvo dos premios en Poesía por el IPN y uno en cuento por el Gobierno de la Cd. de Méx.