Hemos estado esperando que el milagro de la vida ocurra. Hemos estado buscando el más mínimo indicio de vida entre este enormísimo campo de espacio que se despliega a nuestros sentidos. Mundos y más mundos que desde el insondable, aún, campo estelar lanzan sus raudos rayos lumínicos que en algún momento nos alcanzan y que, ahora, vamos siendo capaces de interpretar. Millones de millones de estrellas sembrando el campo infinito e imperturbable del Universo del que sólo alcanzamos a vislumbrar una insignificante porción y que, a pesar de su mínimo tamaño, resulta gigantesca para la escala humana. Nuestro tamaño corporal, el tamaño de nuestra propia Tierra e incluso el tamaño de nuestro Sistema Solar con su radiante estrella y los planetas y diversos cuerpos celestes que arrastra en su rauda carrera al derredor del centro de nuestra propia galaxia, se quedan diminutos ante las vastísimas proporciones del Universo. Empero, somos la primer especie que la evolución de la vida en este planeta ha creado, que comienza a tener conciencia de las dimensiones del espacio que habitamos y de las insondables distancias que nos separan de los demás cuerpos celestes mas allá de nuestro propio sistema planetario.
Hemos comenzado a descubrir lo cotidiano que resulta la existencia de planetas alrededor de las estrellas, lo que nos da un espacio probable de vida de dimensiones tremendas. Si el espacio está poblado por millones de millones de estrellas y, orbitando cada una de ellas, existen probables planetas de distintos tamaños y con diferentes superficies y condiciones químicas y físicas, entonces las probabilidades de que exista algún otro planeta en donde la vida haya surgido son un poco más que seguras.
¿Cuáles son entonces los impedimentos que han detenido al hombre para descubrir tales indicios de vida? El principal impedimento es que sólo conocemos un ejemplo de vida planetaria: el nuestro propio, y aun éste nos brinda frecuentemente sorpresas evolutivas. Así, estamos sujetos al condicionante del agua. Toda la vida que conocemos está basada en los ambientes acuosos, lo que nos orilla a la búsqueda incesante de agua en los demás cuerpos celestes y, con ello, a la probabilidad de la existencia de vida parecida a la que conocemos. Derivado de nuestro condicionamiento de la vida terrestre, el otro problema que se nos plantea es la definición de “vida”. ¿Qué es la vida? ¿Cómo determinar que “algo” está vivo? Hasta hace poco se creía que no podía existir vida bajo determinadas condiciones que se consideraban totalmente asépticas, sin embargo, el descubrimiento más o menos reciente de los llamados extremófilos ha cambiado radicalmente la idea que se tenía de aquello que determinamos como “condiciones de vida”, es decir, los requerimientos mínimos que un organismo necesitaba para existir. Superando tales criterios se han ido descubriendo, en nuestro propio planeta, organismos que soportan la desecación o altos índices de salinidad o acidez, calor extremo, falta de oxígeno e, incluso, la mortal radiación. Y no tan sólo logran sobrevivir en tales ambientes, sino que éstos les son favorables. Así que la pregunta se reedita para una posible modificación: ¿Qué es la vida y cómo determinarla? Empero, hay quien opina que la mera existencia no puede ser considerada como “vida”: una colonia de bacterias extremófilas existirá sin jamás tener conciencia del potencial ambiente que les rodea. ¿Pero, hasta dónde podemos considerar verdadera tal aseveración? Aquí mismo, en nuestra Tierra, todas las plantas, todos los animales y nosotros mismos tenemos un mismo ancestro: las bacterias y algas primigenias. Así que ¿cómo determinas el potencial evolutivo de una colonia de bacterias o algas? En nuestro caso, a la evolución le tomó algo así como 3,500 millones de años para crear la especie humana que apenas existe en los últimos dos y medio millones de años. Somos, como podrán ver, unos recién llegados. Y nuestras vidas se extienden apenas entre 50 y 90 años, lo que nos lleva al otro problema que tiene nuestra especie para valorar la vida en el universo: los grandes ciclos geológicos y biológicos están mucho más allá de nuestra percepción del tiempo. Hacen falta generaciones tras generaciones de humanos para apenas poder pretender la comprensión de uno de estos luengos ciclos. Nuestra especie apenas acaba de abrir los ojos hacia la contemplación del Universo que nos contiene. Aun no estamos suficientemente preparados para ir más allá de nuestro lugar nativo. Aun a nuestras mentes les resulta extraña la noción de tiempo relativo, de gigantescas distancias imposibles de medir con nuestros cotidianos valores, de sucesos de tremenda energía cuyas huellas energéticas apenas vamos descubriendo. Hemos estado demasiado tiempo envueltos en nuestro capullo terrestre, pero la gran maravilla que atesoramos es nuestra mente que ha resultado capaz de comprender y analizar conceptos tan extremos.
Somos polvo de estrella, estamos formados, al igual que cada animal y planta que conocemos, de materiales elaborados en los hornos estelares del Universo y es tal vez consecuencia de ello nuestra insólita comprensión del concepto del Universo, aun cuando apenas comencemos a vislumbrarlo y a asombrarnos con sus fantásticas maravillas. Así que, ¿tú qué opinas estimado lector? ¿Encontraremos vida en algunos otros lugares del Universo?