Por Alberto Navia
En medio de las brumas de los albores de la historia humana, allá entre los años 1300 y 600 antes del nacimiento del Cristo, existió en el valle del río Tigris el Imperio Asirio que llegó a abarcar más de 2,000 km desde Egipto hasta Constantinopla. Más tarde sería sustituido por otro imperio aun mayor, el Persa, que comprendió más del doble del territorio ocupado por su predecesor: desde Cirenaica en África (la actual Libia) hasta Cachemira en India. Empero, todas las personas que habitaron los territorios de aquellos enormes imperios, casi con seguridad, consideraban el espacio en que se desarrollaban sus vidas como si fuera “el mundo entero”. Había pocas cosas más allá de sus fronteras que fueran de su interés o tan siquiera fueran asequibles. Las posibilidades de llegar a tener un vislumbre de su real entorno eran muy escasas para la gran mayoría de los pobladores. De hecho, los hombres anteriores a los griegos, concebían la Tierra como un territorio plano surcado, claro está, por montañas, valles y ríos pero cuyo límite último estaba establecido por los mares que le rodeaban. Existía, entonces, la idea de que un navío que lograra llegar al borde final de la Tierra se precipitaría en un insondable abismo. Y fue sólo hasta el siglo VI antes de nuestra era que Parménides o, más seguramente, Pitágoras planteó la idea de una Tierra esférica; empero, tal criterio permaneció por los tres siglos posteriores como una mera retórica filosófica. Así que fue sólo hasta bien entrado el siglo XVIII de nuestra era cuando se logró determinar la verdadera forma elipsoidal de nuestro planeta.
Hubo que esperar hasta octubre de 1957 para que la ya desparecida Unión Soviética lograra poner en órbita, alrededor de la Tierra, el primer satélite artificial, el Sputnik 1 (“compañero de viaje” en ruso) lanzado desde Kazajistán. Es así como el hombre inicia su aventura espacial que ya nos ha llevado más allá del último planeta conocido de nuestro propio sistema solar, Plutón, ¡a 345,571 millones de kilómetros de nuestro planeta!; lugar en donde, kilómetros más o kilómetros menos, se encuentra en estos momentos la zonda espacial Voyager 1 que lleva volando alrededor de 30 años por el espacio.
De tal suerte que somos nosotros la primera generación de humanos para los cuales el ámbito espacial ha dejado de ser materia incognoscible. Somos la primera generación de humanos que está a punto de abandonar, por medio de un artefacto espacial (el Voyager 1), nuestro propio nicho estelar al que conocemos como Sistema Solar. Somos, también, la primera generación de humanos que ya no se tiene que conformar con dibujitos de los cuerpos estelares observados, sino que tiene al alcance fotografías reales y vívidas de maravillosos objetos en nuestro cielo que han superado con creces la imaginación humana. Y somos, por fortuna, la primera generación de terrícolas en descubrir nuevos mundos por explorar; hasta la fecha, hemos confirmado la existencia de más de dos mil de los bautizados como exoplanetas ―alguno de ellos muy interesantes, como el llamado Kepler-452b.
Así que nuestra especie se va acercando pian pianito a una “nueva era de los descubrimientos” en donde ya no serán continentes o territorios los revelados sino nuevos planetas en otros vecindarios estelares.
Y ahora que la Agencia Espacial de los Estados Unidos ha anunciado una próxima misión tripulada hacia el planeta Marte en el año 2030, recordemos que fue en México donde un poeta, nacido en agosto de 1870 en la ciudad de Tepic, llamado Juan Crisóstomo Ruiz de Nervo y Ordaz, quien sería conocido mundialmente como Amado Nervo, se atrevió a soñar en viajes más allá de nuestro planeta. Hace más de 90 años nuestro poeta escribió su obra intitulada “El gran viaje”. En este poema Nervo se acerca sin mesura a los inciertos terrenos de la ciencia ficción preguntándose por los viajes estelares y sus consecuencias para la humanidad; inquiriendo acerca de los contactos con seres habitantes de otros mundos y del intercambio de tecnologías y la evolución de las sociedades. Aun más, el poeta va más allá de tales conceptos y se atreve ―porque ¡vaya que se atreve!― a cuestionarse sobre la mixtura de ambas razas y como serán los nuevos mestizos interplanetarios. ¿Se tornarán en realidades aquellos sueños nervianos? ¿Qué opinión le merece a usted, querido lector, lo aquí expuesto? Aquí les comparto tan maravillosa obra poética:
¿Quién será, en un futuro no lejano,
el Cristóbal Colón de algún planeta?
¿Quién logrará, con máquina potente,
sondar el océano
del éter, y llevarnos de la mano
allí donde llegaron solamente
los osados ensueños del poeta?
¿Quién será en un futuro no lejano
el Cristóbal Colón de algún planeta?
¿Y qué sabremos tras el viaje augusto?
¿Qué nos enseñaréis, humanidades
de otros orbes, que giran
en la divina noche silenciosa,
y que acaso hace siglos que nos miran?
Espíritus a quienes las edades
en su flüir robusto
mostraron ya la clave portentosa
de lo Bello y lo Justo,
¿cuál será la cosecha de verdades
que deis al hombre, tras el viaje augusto?
¿Con qué luz nueva escrutará el arcano?
¡Oh la esencial revelación
que fije nuevo molde al barro humano!
¿Quién será en un futuro no lejano
el Cristóbal Colón de algún planeta?
…
IMAGEN
La noche estrellada >> Óleo, 1889 >> Vincet Van Gogh
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1 comentario
Aquí un interesante y ameno #ensayo de #AlbertoNavia sobre la maravilla de haber nacido en #LaNuevaEraDeLosDescubrimientos, cuando los #ViajesAlEspacio, sólo después de milenios y milenios de historia y de prehistoria, son una realidad y no sólo utopías plasmadas en bellas líricas nervianas.