Subo la montaña de camino hacia el bosque. Me topo de cara con una corza, nos miramos. ¡Qué bella es! Da media vuelta y su pie trasero derecho, aún en el asfalto, patina un poco; por un instante todas sus bellas líneas se musculan y desaparece en la espesura atlántica. Quedo solo, emboscado, peatón montés, pedestre, lento, seguro, ensimismado, mecido por el vaivén de mis pasos mudos, imperceptibles hasta para los animales. La preciosa estampa de la corza deja en mí una impronta de espiritualidad creciente, jubilosa.
La hembra del corzo, como las nuestras, son más bellas, lo mismo ocurre con los gatos, que no con los perros; el gato joven aún guarda en sus líneas mucha frescura, pero luego, de adultos sus músculos se amazacotan y compactan, borrachos de imperante testosterona. Barajando estas cartas viene a mi mente una imagen de un sueño de esta noche: Estaba con N A* y su familia, ellos criaban toros de Lidia. Después, estando dentro de un coche, se acerca una niña pequeña, bonita y graciosa, con dos ratas grandes cogidas por el rabo, cada una en una mano, muertas; con esfuerzo entra sus tiernos bracitos y los cadáveres al interior del vehículo, y al soltar sus manos los cuerpos, veo cómo éstos caen sumergidos en un relajante líquido amniótico azul, verdeado apenas por algún rayo de sol. Dentro de este líquido miro como los cuerpos de las ratas fluctúan lentamente, bocabajo, casi en posición fetal, y tomo consciencia de la hermosura de cuanto veo. Ahora me sorprendo a mí mismo preguntándome cómo pude percibir tanta armonía donde otros sentirán seguramente, repulsión. Sudo, la cintura de mi pantalón tiene una franja de veinte centímetros oscurecida del sudor, éste me chorrea por los brazos hasta los dedos de las manos, y de ahí bajan hasta la Tierra, serpenteando por mi cayao (volver a mi casa precisa vocación). Ahora escribo esto bajo una tormenta de verano, con fuerte aparato eléctrico; los truenos retumban en mis tripas vacías. De pronto recuerdo que llevo varios días pensando en un poema del librito que acompaña a tsunami, utopía, para entregar a la revista; un poema abrupto y expeditivo, igual que un trueno:
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13.
atesoramos circunvalaciones repletas de secretos
extrañamente poderosos y nunca revelados
capaces de aniquilar vuestra noción de realidad
–control–
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escaneamos ciudades contra la pared
por cuerpos policíacos paramilitares destinados
a nunca proteger (por norma) al ciudadano
–orden–
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exportamos vampiros smithsonianos
para enturbiar (aún más) asuntos de por sí nada claros
relacionados con nuestra ancestral ciencia del exterminio
–ubicuidad–
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vigilamos personas a petición corporativa o particular
localizando en ellos pozos negros o en su defecto
provocando su catastrófica caída en ellos
–caos–
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creamos sorprendentes movimientos demográficos
y programamos certeras tendencias mercadotécnicas
adoctrinando desde su infancia a las masas
–educación–
..
Tras tal poema espero que quede bien claro el porqué del título que abre esta entrega; además espero que no pocos resolverán el acertijo implícito que este encierra.
Nota:
N A y yo tuvimos aquel día una pequeña comunicación, lo que me llevo a soñar con ella dos veces esa misma noche, que serán debidamente reportadas en el Cierro los ojos pertinente (Biografía es terminal).
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IMAGEN
Pollopera correcaminos de once cabezas, 1986 >> esmalte sobre plancha de aleación plomiza de mobiliario suburbano >> Alias Torlonio
Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.
Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.