Dedicado al tiempo que mis abuelos —Juan, Mercedes, Cruz y Roberto— invirtieron en mi formación.
Existen múltiples teorías sobre viajes en el tiempo, las cuales se encontrarán en un futuro en la enorme red de internet, aunque durante el ciclo en el cual entrego este escrito, siendo marzo de 2025, únicamente hallarán información mal teorizada y suposiciones.
Bajo un intento experimental, voy a documentar la construcción de una máquina del tiempo, relatando la experiencia en este escrito. En este campo experimental, hago mención sobre la máquina a construir, la cual no alterará el espacio tiempo, ya que no existe forma de intervenir o alterar el espacio tiempo seleccionado a visitar; funciona exclusivamente como una visita memorial.
El primer elemento es un tocadiscos mueble Arkona 21. Necesitan que la radio funcione en amplitud y frecuencia modulada. El segundo elemento será una máquina de coser Singer, que tenga pedal y una manivela al frente, la cual servirá de vehículo para manipulación. Luego, necesitaremos un reloj análogo de manecillas, y cable del número 12 para transferir la energía que se va a generar. El tocadiscos se conecta a la energía eléctrica. Nuestro cable debe ir colocado de la manivela de la máquina de coser, a la parte de atrás del enorme reloj. La energía moverá las manecillas. La parte final de la cuerda se colocará en el mecanismo del tocadiscos y en la punta de la aguja de la máquina de coser.
La mente es el elemento más importante de todos, deben imaginar el tiempo al que van a viajar.
Para este experimento, bombeo con rapidez el pedal debajo de la máquina Singer, muevo frenéticamente el volante frente a ella. La radio detecta la oscilación de la aguja y comienza a moverse a la frecuencia 690 de AM.
Mi viaje comienza una vez que el locutor dice: “El fonógrafo te da la hora: son las 12:20. Y la temperatura…”
***
Son las 12:20 de la tarde. El enorme reloj en la pared del salón de clases sigue avanzando. Es marzo de 1994. El país espera pronto un mundial de futbol y a futuro, un cambio radical en la economía. Pero, somos todos niños de ocho años, esperando a que suene el timbre para poder ser libres. El viernes ha llegado sin mucho esfuerzo, el tiempo transcurre de forma diferente cuando eres niño, porque el juego lo vuelve infinito.
El profesor Pedro tranquiliza los ánimos de mis compañeros en el salón. Jala las patillas de un par de ellos; por cierto, eso era permitido en aquellos años, la disciplina del profesor, si era física, era bien vista y aprobada. Anota los detalles finales de la tarea, adicional a la visita el fin de semana de una biblioteca pública.
Suena el timbre. Todos salimos corriendo a la puerta del salón, atravesamos el patio hacia las enormes puertas que se van abriendo lentamente. Y sí, ahí enfrente de la barrera de metal de color verde está mi abuelita, como siempre ha estado. Ella me decía que cuando me dejaba en la escuela, se quedaba sentada en la banqueta con su tejido a esperar mi salida. Años después, tristemente descubrí que una vez que entraba a clases, hacía el quehacer de toda la casa, iba al mercado si hacía falta algo de comida, preparaba el arroz y parte de otro guisado, mientras escuchaba el programa de Héctor Martínez Serrano, para estar al día con las noticias.
Mi abuelo, por otra parte, comenzaba sus mañanas con un desayuno de frutas, regularmente papaya con plátano, endulzado con miel, con granola encima, una taza de avena y otra de café. Tras esto, subía a su cuarto donde comenzaba la magia de ser sastre; zurcir y remendar ropa, porque antes la cultura de la reparación era también un arte. En ocasiones, acudía al centro por insumos, telas, hilos y las deliciosas grecas que algunas veces subía a escondidas a comer.
Pregunta mi abuela sobre las tareas y si hay algo que comprar en la papelería, pero en esta ocasión no hay nada. Enfilamos al mercado de la Río Blanco, donde compramos lo restante de la comida; llegamos al fondo del inmueble por una cerveza de raíz, y con el señor de los helados, por un Raspatito o una paleta de murciélago o en forma de lápiz.
Al llegar, era de rutina saludar al tío Chucho, quien tenía su imprenta en la planta baja de la casa. Subíamos corriendo las escaleras al primer piso para dejar mi mochila. Luego, ascendía por las escaleras de metal para ver si mi abuelo estaba en su cuarto de sastrería. Antes, tenía que saludar a todos los perritos: Chiquita, Canis, Mané, Quimba y Winnie. Este último, cuenta la historia, fue escogido por mi papá para adopción, aunque nunca lo tuvimos en casa porque nunca le gustaron los perros; el abuelo Juan así lo había educado.
Regularmente, mi abuelo estaba sentado en su máquina de coser Singer, cosiendo un pantalón y cantando una alegre canción; esa tarde era una melodía de Alberto Cortez. Me saluda, espera al fin de semana para que el Atlante, su equipo predilecto, consiguiera una victoria en el torneo; mientras que mis elegidos rayos del Necaxa, tal vez no volverían a hacer gran cosa. Le digo que ya vamos a comer y entonces, me bajo rápido las escaleras de metal. Mi abuela nos llama porque mi mamá está al teléfono. Bajo de inmediato para tomar la bocina, he de decirle que estamos bien, que no han pedido nada de tarea o papelería, mientras mi abuela regaña a mi hermano por andar corriendo en la azotea.
El aroma del arroz me apresura para cambiarme de ropa. La comida de esa tarde era arroz, con una pechuga empanizada, una ensalada de lechuga con jitomate y la incomparable agua de jamaica sin azúcar, porque si no no quita la sed.
Terminada la comida, habrá que acabar la tarea, ya habrá oportunidad de encender la televisión y ver algún programa, aunque mi hermano, al ser muy pequeño y sin obligaciones escolares, coloca la televisión en el canal 11 en el segmento “Ventana de colores”.
El tiempo transcurre, mi mamá llega del trabajo y comienza el proceso de recalentado y preparación de comida para los adultos. Mi abuelo, en su cuarto, entona la canción “Bombero” que, años más tarde me entero, el autor es Alberto Cortez. Ahoga cualquier sonido fuera de la habitación con su entonación, como si estuviera presentándose frente a un escenario con mil personas. Mi mamá y mi abuela se debaten en gritarle constantemente para que baje a comer; mas no oye, está muy centrado.
Suena el timbre tres veces. Papá llegó.
Los viernes eran increíbles, porque pasaba por el nuevo juguete del restaurante McDonald’s, así que ya esperábamos lo que traería esa tarde en la cajita feliz. Mas, no venía solo. Mi tía Lupe y mi tío Chucho lo acompañan. Mi abuela coloca más sillas alrededor de la mesa y más comida. Mientras los adultos tienen conversaciones que hoy más o menos entiendo, iniciaba la reta de futbol en el pequeño patio con mi hermano. Yo estaba de portero, porque sí, Jorge Campos era la estrella del futbol nacional y se esperaba que él hiciera los honores al detener todos los disparos del resto de las selecciones, para así ganar el mundial. Qué ilusos éramos.
La radio emite el repertorio, el cual comparsa melodía de compositores y cantautores de la talla de Roberto Carlos, Pandora, José Luis Perales, Facundo Cabral y Alberto Cortez. Dan las 6 de la tarde.
Mi tío termina su jornada laboral y se va a su casa junto con mi tía. Mi mamá platica con mi abuela de la casa a donde vamos a mudarnos ,y yo no quiero irme de la Rio Blanco o estar lejos de mis abuelos, pero me reconforta saber que todas las tardes, en el noticiero, vería a mi abuelita dar las noticias. La situación en este punto era que mi imaginación y el parecido de mi abuela con la conductora Lolita Ayala era inmenso, por eso es que todas las tardes, aunque no me interesara nada del noticiero, la persona ahí presente me evocaba a mi querida abuela.
En aquel entonces, vivíamos tan sólo a unas cuadras de donde los abuelos, pero ahora estaría mucho más lejos, no podía vivir con eso, así que trataba de disfrutar cada segundo que me quedara de cercanía.
Abrazo a mis abuelos, es hora de ir a casa a descansar. Mi abuela enciende el radio. Mi abuelo vuelve a subir a la azotea. Todos los perritos se agolpan para buscar su comida que ya lleva en una cazuela.
De pronto, recuerdo que esto es tan sólo un viaje en el tiempo, un retroceso imaginativo que está por terminarse una vez que la estación de radio diga: “El fonógrafo. Música ligada a su recuerdo”…
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Me he agotado de mover el pedal de la máquina. La aguja se ha roto. El reloj ha dejado de hacer girar las manecillas.
La radio sigue sonando. El locutor menciona todas las maneras en las que puedes escuchar ahora “El fonógrafo”: internet, redes sociales y dispositivos Alexa.
“A continuación, les dejamos con la participación de Gloria Estefan y esta bonita canción titulada: “Con los años que me quedan”. Son las 6 de la tarde en punto. 6 de la tarde en punto. Bienvenidos”.
La máquina del tiempo ha quedado parcialmente descompuesta, a excepción del radio y mi imaginación, enorme y grandiosa que cultivaron mis abuelos. No existe artefacto alguno que nos haga retroceder en el tiempo para cambiar los sucesos ocurridos. La gente aguarda la introspección de la ciencia en este punto y volver en el tiempo para pedir perdón, decir adiós, corregir sus errores o simplemente volver por el hecho de volver.
El tiempo se escribe con base a nuestros errores, los cuales hay que convertir en aciertos. Me di cuenta después que la máquina del tiempo jamás funcionó. Todo lo descrito en el experimento fue mi imaginación infantil mientras jugaba debajo de la máquina Singer a las carreras, al astronauta o al viajero atemporal.
Ahora, con los años que me quedan por vivir, demostraré a los abuelos, el amor que sólo ellos pudieron dar.
El tocadiscos emite las últimas notas de la canción. Cambio ahora a la frecuencia modulada, listo para hacer otro viaje, ahora sintonizando el actual 88.1 de FM. El locutor inicia diciendo: “Esto es universal estéreo. Los clásicos de universal”.
Me recuesto en mi cama, cierro los ojos y pienso en el año a viajar…
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Radio de tango >> Óleo sobre tela (137 x 122 cm) >> Hernán Aguilar
Lord Crawen, Jezreel Fuentes Franco nació el 29 de junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el IPN; luego, su pasión por la Literatura lo llevó a formar parte del Taller de Creación Literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán, y del impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en cuatro obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de Literatura del horror, en el auditorio del Centro Cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante” y actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.