Al descubrir que podían transmitir a nivel telepatía, supe que estábamos perdidos. Me indujeron a comprar un automóvil, ofertándolo con lujo de detalles. La idea allegó como un pensamiento propio, sorprendiéndome en el acto. Y es que ser capturado telepáticamente no es cosa de juego, tampoco una labor de convencimiento barata, como un anuncio de televisión al que puede cambiarse o descubrir el engaño. No. Al infringirse las leyes de comunicación cerebral, metiéndose en la cabeza de cualquiera, se abre la posibilidad de sugestión efectiva.
Al salir a la calle, ese mismo día, sentí la necesidad de conducir el vehículo. La encriptación estaba en su fase inicial y quizá por eso supe que algo no emparejaba en mis ideas. Se hizo evidente en la ansiedad absurda que me exigía comprarlo. Pudieron utilizar el método para un beneficio mayor, pero no era la idea. Los que pretenden gobernarnos se aprovechan del consumismo para mantener su insaciable nivel de control.
Me dirigí al distribuidor de carros más cercano, dispuesto a hacer la evaluación por mi cuenta, midiendo también el alcance que tenían sobre mí. Me sentí satisfecho sentado a la espera de ser atendido y mi sonrisa se externó franca cuando el vendedor me saludó de mano y me mostró el modelo que le solicité. Al explicar los detalles utilizó diferentes palabras, pero concordaba en las características con que formularon el influjo. La única coincidencia fue su voz, pero pienso que la aplicación es quien lo configura. Es decir, que se me hizo familiar hasta que el vendedor habló. Si hubiera sido cualquiera el resultado de identidad habría sido compatible.
La maniobra fue táctica desde el convencimiento ejercido, el sentimiento de tranquilidad que sentí en la espera y en lo referente a lo del reconocimiento de voz. El creador del método, o sus creadores, fueron muy inteligentes; la maquinación es precisa. ¡En verdad estamos perdidos!
De cualquier manera, por sí el cerrador de la compañía estaba implicado, lancé el dardo. ¿Me dijeron que comprara el color rojo o el azul?, pregunté. El tipo me vio con extrañeza, pretendiendo mantener su cara de no saber lo que acontecía, siendo trocado en su nivel de negociante experto. O quizá se sorprendió al notar el error en el sistema, porque lo vi anotar nerviosamente algunos datos en su libreta. Teniéndolo ocupado quise librarme y me retiré sin concretar la compra.
La desobediencia me acarreó problemas mayores, a partir de entonces. Me fueron introduciendo cosas cada vez más innecesarias, las que también rechacé al nivel de no soportarlo y tener que recluirme en un sanatorio mental. Dicen que tengo esquizofrenia, porque siendo la fase beta no lograron convencerme de que era yo quien tenía la elección de compra. Estén pendientes porque cuando el proyecto esté terminado y funcione al cien por ciento, todos, salvo los que nos escuchan, estaremos expuestos.
Soy Eleuterio Buenrostro, intento mejorar el método de insuflarme en la mente de terceros, soy escritor, y tengo miedo que mi portador actual se vuelva loco.
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Máscaras III >> Emil Nolde., Alemania, 1867-1956.
Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.