LA ABOMINACIÓN DESOLADORA

por Diony Scandela

Siniestra es la existencia humana, y carente aun de sentido. —Friedrich Nietzsche

Horas en aquella base secreta me proporcionaron una ilimitada cantidad de tiempo para meditar en la vida que llevaba: el tiempo es un inquisidor que va cincelando en la memoria los peores errores que has cometido, anulando tus éxitos casi a cero. Momento perfecto para meditar en el famoso memento mori. Y aquel sujeto pálido de gafas negras y rostro cuadrado, esa complexión hercúlea oculta tras un lujoso traje gris de corbata negra, parecía decirme con su mirada que estaba jodido, que la élite me tenía donde quería, acorralado como un roedor en un laberinto. La habitación hermética de paredes blancas y lisas, el escritorio metálico, frío y carente de sensibilidad; un aire acondicionado graduado en el nivel más alto de enfriamiento. De las mil veces que pregunté donde me hallaba, sólo recibí “una base secreta de la CIA” como respuesta ¿Y cómo no darme cuenta de que aquella agencia estaba detrás de todo? Apenas llegué a la habitación blanca, noté un diminuto prendedor en la manga del traje del sujeto: era el maldito escudo con el águila. Pero después de unas palabras que durarían al menos veinte minutos (protocolo gubernamental), el agente abrió su boca otra vez:

—Usted me dice a mí que partieron de Vostok el 3 de julio de 1987, junto a un equipo de veinte personas incluyendo al profesor Harold Proctor y su hija, la señorita Samanta. Afirma que cruzaron la línea antártica en dirección a los muros de hielo, rodearon el campamento soviético de la ANDROPOV hasta atravesar una franja que no aparece en nuestros satélites. Ni los de la NASA ni mucho menos la Sociedad Meteorológica tienen registros de aquella zona… A ver, en este informe de treinta paginas, usted confiesa que miembros de la tripulación fueron muriendo poco a poco debido a la extrema condición climática. Algunos congelados, dos por ataques de asma. Durante días perdieron el rumbo: los sistemas de mapeo del equipo fallaron, vieron anomalías en el cielo como descargas eléctricas, “decoloración del Sol y la Luna”, cambio en la morfología del terreno…

—Cuando nuestros sistemas volvieron a la normalidad, ya nos encontrábamos cerca de los muros de hielo otra vez. Hambrientos y agotados, fuimos rodeados por agentes de la ANDROPOV, quienes nos interrogaron acerca de nuestra procedencia y qué hacíamos en aquellos lados del mundo. En un ruso defectuoso, el profesor Proctor les respondió que investigando. Ellos palidecieron cuando les dijimos que habíamos cruzado la “Zona Eónica”. Nos dieron provisiones, pero luego nos pidieron que siguiéramos nuestro camino.

Cuando dije esto último, el agente se quitó las gafas y pude ver sus profundos ojos azules:

—¿Qué es la Zona Eónica? Aquí en su confesión no especifica de qué se trata realmente.

—Es una región, un lugar en el que terminé yo, tres días después de haber dejado la estación de los rusos. —Detuve mi confesión, pues tenía mis dudas: debía estar completamente preparado para que me diera por loco o me tildara de charlatán, pero la verdad debía ser dicha (por muy absurda que sonara).

—Estoy esperando su respuesta, señor Crown. —El agente se cruzó de brazos, fulminándome con la mirada.

—Debe asegurarme que la señorita Samanta y su padre se encuentran bien. Tiene que darme su palabra; de lo contrario, tendrán que arrancarme la confesión bajo tortura. ¿No le gustaría saber el nombre de la empresa que pagó nuestra investigación?

El agente asintió, encendiendo un cigarrillo y llevándolo a su boca.

—Estamos hablando de un mundo propio dentro del nuestro. La Zona Eónica, también conocida como El Nibelungo, es el lugar más peligroso en cuanto a anomalías: no sólo se trata de perturbaciones en el clima y cambio en la morfología del terreno, la gravedad falla y el clima pasa de ser frío a caliente; no hay un límite, señor, no hay un “hasta aquí llegarás”, hay otro mundo más allá…, una región tan grande como el Serengueti ¡Es un maldito nuevo continente! Y le juro que cuando llegamos allí, nuestros cuerpos casi flotaban debido a la ausencia de gravedad. No podría asegurarle que voláramos, pero sí pude comprobar que podía dar un gran salto aun teniendo el peso de mi equipo de emergencias (y provisiones). El profesor Harold Proctor pudo describir al menos unas diez especies de árboles frondosos de eras pasadas, la vegetación era extraña y fuera de nuestro tiempo presente. Es como si el universo en expansión se hubiese adormecido. Cuando miramos al cielo, allí, radiantes, brillaban dos soles, uno carmesí y otro blanco, pero lo más enigmático era un enorme montículo de piedra basalto, ubicado al final de un sendero de helechos gigantes, la estructura me recordó a las antiguas estelas egipcias del periodo del faraón Akenaton, una enorme estructura piramidal de color negro. ¿Se acuerda usted de la arquitectura brutalista? Ésa que tanto usaron los soviéticos en la década de los sesenta. Así era aquello, y en la punta de aquella pirámide, una gran luz esmeralda titilaba en intervalos de trece segundos.

—¿No contactaron a sus superiores? ¿La empresa estaba al tanto de todo?

Negué con la cabeza.

—No tuvimos señal. Los sistemas estaban muertos y lo único que funcionaban eran nuestros relojes mostrando la insólita hora de 3:00 AM cuando los dos soles en el firmamento brillaban con intensidad, siendo necesario dejar de usar los trajes de protección. Advertimos el hallazgo de grandes esqueletos de especies sepultadas por el tiempo: cráneos de mamuts y uno en perfecto estado del megaterio, el perezoso gigante descubierto en 1787; entre una espesa masa de vegetación (helechos y coníferas gigantes), pude ver extrañas langostas subir por la corteza, sus rostros eran como de anfibios, ojos vidriosos que parecían hipnotizar al mirarnos. Y Harold Proctor, emocionado como un niño, no dudó en tomarles fotos.

—Su situación me parece un tanto fantasiosa si no fuera por el hecho de que me asegura lo que vino a continuación: el supuesto hallazgo de abominables especies de reptiles y anfibios dentro de la pirámide; ni en el cúmulo más dantesco de la imaginación de algún escritor de ciencia ficción se pudiera concebir. Aquí en el informe detalla casi con lujo el aspecto de aquellas creaturas, pero no observo lo que pasó en la transición, desde que llegaron a la pirámide a la base central. Exijo más detalles.

El agente se levantó de su silla, dio un sorbo a su cigarro y luego se secó la frente con un pañuelo. Yo continué con mi relato, explicándole que en la entrada de la pirámide había una compuerta de piedra, tal vez de basalto, era corrediza y podía abrirse una vez que estuviéramos a pocos metros de ella; Harold Proctor aseguraba que el altorrelieve que en ella se podía apreciar era de estilo sumerio con algunos elementos de la antigua arquitectura india (¿Edad de Bronce?). Pero nos sentimos horrorizados cuando más adelante divisamos dos “guardianes de piedra”, espantosos monstruos reptilianos con atributos de realeza. En ese momento, se oyó un poco de estática en mi transmisor: eran mis superiores, los cerebros detrás de aquella expedición LATIMER CORP.

En un informe que no duró más de veinte minutos, Samanta y su padre revelaron todo lo ocurrido, mientras yo me limitaba a observar aquel recinto decorado con espantosas esculturas quizá de otro planeta. Entre el transitar llegamos a un sitio cerrado, un espacio de quince por quince, oscuro como una caverna y de donde no podíamos diferenciar las tinieblas de las negras paredes de la pirámide. Entre espesas capas de telaraña, nos abríamos paso, cuidando de no toparnos alguna clase de araña gigante (o algo parecido). Encendí una linterna mientras el profesor Harold Proctor tomaba muestras de algo extraño que había en el suelo.

—Interesante. Alguna especie de secreción orgánica. —Lo tomó con una pinza para luego guardarlo en una cápsula de cristal. —¿Richard, ¿tienes allí el lector portátil de Carbono 14?

El sistema quiso fallar, luego de una alteración en el dispositivo dio con la fecha.

—1300 a. C., según el lector; un año clave en el surgimiento de grandes civilizaciones.

Cuando me propuse continuar mi relato, un intenso dolor de cabeza me detuvo, unido a una punzada repentina en mi pecho. El agente seguía allí de pie, fumando, y me hazo una seña de que me levantara. Me condujo por el amplio pasillo gris de cubículos con lamebotas de la CIA, las paredes blancas parecían moverse y yo apenas podía caminar en equilibrio, pues el dolor era tan fuerte que hasta se me dificultaba un poco respirar. Finalmente, quise preguntarle a dónde íbamos, pero el agente sólo me respondía con un gesto de silencio, a la vez que dejaba su tóxica estela de nicotina. Cuando estuve a punto de perder el control, dos oficiales de seguridad me ayudaron por ambos lados, hasta que finalmente llegamos a una especie de hangar donde (les juro por Dios) vi no uno, sino muchos objetos de gran tamaño muy similares a los platillos voladores con los que fantaseaban los ufólogos: construidos en un periodo de veinte años según me contó el agente en ese momento; un cuidadoso equipo de ingenieros colocaban piezas y desmontaban unos aparentes sistemas de propulsión. Reconocí los diseños una vez que estuve en los laboratorios de LATIMER CORP, el maldito logo de la empresa que nos contrató para la expedición estaba allí.

—Sistema de propulsión antigravedad. Millones de dólares casi tirados a la basura —agregó el agente. —Cuando los dirigentes del país comenzaron a ablandarse ante las políticas estúpidas de la Unión Soviética, nos vimos en la obligación de cancelar toda posibilidad de una guerra masiva usando este equipo. Venga, acompáñeme, quiero oír la segunda parte de su relato.

Apenas el dolor hubo pasado y los agentes me dieron un poco de agua, pude continuar por mí mismo cuando fui conducido por un inmenso espacio de forma ascendente. Un recinto similar a un templo: ventanales, vitrales y muchos objetos cubiertos con sábanas, como si alguien estuviera mudándose; tras los cristales pude notar un paisaje desértico de cerros que se tornaban naranja con el caer de la tarde. Lo que más me llamó la atención fue una jaula cubierta por una sábana: se oían rugidos muy graves como de algún felino salvaje. Tomé el atrevimiento de acercarme y mover levemente la tela para encontrarme con una bestia negra similar a un jaguar pero mucho más grande, mandíbula ancha y ojo amarillento, tan ancho como un oso pardo y de abundante pelaje, acostado pero a la vez alerta por mi presencia.

—Hallado en un punto lejano del Amazonas. Un caso extraordinario de fósil viviente del Cenozoico, gran depredador y venerado por los antiguos indígenas, al que llamaban Makunaima.

—Dígame algo, señor agente, ¿están al tanto la prensa y la comunidad científica de todo esto? Digo, de los malditos platillos voladores y este fósil viviente. Vimos muchas rarezas allá en la Antártida, y usted me estaba tomando por idiota, pero ya veo que ustedes… se llevan el premio mayor al secretismo universal.

—Suponemos que usted no dirá nada a cambio de una buena suma de dinero, señor Crown.

Mi sentimiento de culpa se incrementó. Aún no sabía nada del resto del equipo, ni mucho menos de Samanta y Harold Proctor. El agente sacó otra vez la grabadora dándome a entender que siguiera contando lo sucedido:

—Dos integrantes del equipo fueron raptados por algo salido de entre la oscuridad. No podíamos explicar como algo con la rapidez del rayo pudiera llevárselos, engullirlos hacia quién sabe dónde. Nos encontramos allí, rodeados por las tinieblas, ni las más poderosas luces de nuestras linternas podían diferenciar algo. Samanta entró en nervios y yo quise tranquilizarla, pero el miedo se apoderaba de mí cuando vi dos enormes bestias que se arrastraban sobre el suelo de piedra, semejantes a langostas y de rostros anfibios, emitiendo un infernal siseo que se mezclaba con un sonido espantoso de ¡antenas en sus cabezas que parecían hacer estática! La creación había dado un paso atrás en estos seres, multiplicados horas después de aquella escena, en un conjunto completo de tal vez unos veinte. Buscábamos huir, pero varios atacaron a nuestro equipo. Dos de ellos murieron. ¡Buscamos defendernos! Pero las balas parecían no hacerles daño. Harold Proctor y yo ideamos rápidamente tomar un yesquero, y yo la poca provisión de combustible para las lámparas de aceite. Prendimos fuego a los insectos hasta reducirlos a cenizas…

—Después vino la bruma —interrumpió el agente, cruzado de brazos.

Yo, sorprendido de que supiera qué venía después, me limité a asentir. No quería enterarme más de nada. Aquel sujeto parecía ya saber mucho, y yo opté por sentarme en el piso para observar aquel lugar. Hacía frío, olía a humedad. Más allá de la jaula del felino negro, había una estatua inmensa de un hombre barbudo sentado en un trono; el rostro señero, la vestimenta griega y las proporciones podrían hacer pensar en Zeus, pero bajo los pies de la escultura había una frase en latín y otra en español “AD DEUM IGNOTUM” “AL DIOS NO CONOCIDO”. Además de eso, en su mano izquierda portaba una hoz, en cuya hoja podían observarse símbolos que no logré identificar.

—No podemos saber quién es ese Dios no conocido que rige el firmamento, que gobierna el incesante conjunto universal de tragedias, victorias y hazañas, señor Crown, pero sí le aseguro que bajo él tenemos toda la situación bajo control. No somos la agencia ni el gobierno, somos las marionetas del que mueve los hilos, el ente que se oculta entre las sombras de la incertidumbre y va arrojando luz en fragmentos secuenciales. La tierra es testigo de su poder, de la chispa que impulsa el motor del progreso. ¿Aún cree que la ANDROPOV luchaba por Rusia? Ellos negociaron con sus superiores, a ellos le interesaba que ustedes llegaran a la pirámide. Todo con el fin de obtener más pistas sobre aquel lugar maldito. El Nibelungo, Zona Eónica o como usted lo quiera llamar, es el punto que más será estudiado por los sabios ocultos entre las sombras. Traeremos progreso a la civilización sin importar las vidas que se inmolen en nombre del saber.

Horrorizado, al oír las palabras del agente, casi pierdo el sentido, pero cogí valor para preguntar:

—¿A qué precio? ¿Dónde están los ideales americanos y sueños de bienestar nacional?

—Todas son quimeras. El dinero es nuestro Evangelio, nuestra piedra angular “IN GOD WE TRUST”.

Otra vez el dolor de cabeza se intensificaba. Todo parecía darme vueltas hasta que caí al suelo. Visión borrosa. El agente ya estaba muy cerca, sus pasos secos resonaron en la habitación, un rugido grave, bajo y salvaje proveniente de la jaula: era el felino negro. Cuando intenté volver en mí, el agente estaba fumando muy cerca de mi rostro; mi vista perfecta divisó un pequeño objeto afilado en el suelo, tal vez el fragmento de un alambre industrial cuyo filamento sobresalía. Impulsado por una rabia creciente, tomé al maldito del cuello de su traje y le amenacé.

—¡Me ha drogado! ¡¿Cree que soy estúpido y no sé qué ustedes están detrás de todo esto?! Va a decirme dónde están Samanta y Harold Proctor, o si no, clavaré este pedazo de metal en su cuello —apreté con fuerza el objeto al lado del cuello del agente.

Entonces, me vi en la más grande de las incertidumbres. Con todos los descubrimientos de los siglos y los eternales hallazgos científicos, todo el escenario a mi alrededor parecía muy irreal (muy tarde me di cuenta), como una artimaña propia del mejor prestidigitador, la supuesta realidad palpable parecía disolverse o difuminarse lentamente. Creo que los peores monstruos y abominaciones no están debajo de nuestros pies, ni en la Antártida… Tal vez coexisten con nosotros en entramados mundos conectados a nuestra realidad. Somos seres indefensos despojados de nuestra autonomía, arrojados a un mundo de rarezas, donde pululan cósmicas abominaciones que se alimentan de nuestros mayores miedos.

Se abrió la compuerta de la habitación y vi entrar a Samanta y a su padre. Boquiabierto, vi a dos de los pocos sobrevivientes de mi expedición, en perfecto estado y hasta contentos. El profesor Harold Proctor me estrechó la mano a la vez que yo bajaba la guardia. Samanta me saludó con un beso en la mejilla, dirigiéndome la más hermosa de sus sonrisas. El agente terminó su cigarrillo y comenzó a reírse hasta estallar en carcajadas. El espacio a mi alrededor terminó afantasmado, disolvente realidad que en titilantes flashes de luz iba destapando aquel teatro de horrores. Fue allí donde cerré mis ojos. ¡Hubiera podido morir allí mismo de locura! Pero algo dentro de mí volvió a advertirme: no estoy loco. Apenas pude estar de pie, pues las fuerzas se me fueron. Creo que aún existe un Dios allá arriba pese a las abominaciones que se arrastran sobre la tierra. De rodillas, haciendo un esfuerzo sobrehumano que sobrepasaba mis mayores concepciones, fortalecido por algún sentimiento de bondad científica o fe restaurada, al abrir mis ojos, el escenario había cambiado en su totalidad. ¿Dónde estaba el agente? Un espantoso ser de casi tres metros, escamoso y de proporciones jurásicas (tal vez), apenas iluminado por una luz extraña, quiso hablarme en un babel infernal de palabras perdidas, pero estaba tan absorto en mis pensamientos, que no podían diferenciar una cosa de la otra. El entorno arcaico y asfixiante de paredes de piedra, una arquitectura perdida en las locuras del pasado, detrás de una inmensa cámara de contención cuyo cristal brillaba con un intenso carmesí, allí estaban los cuerpos de cuatro compañeros míos en animación suspendida. Otros reptiles humanoides hurgaban en un enorme panel de piedra que (muy similar  a un altar) hacía de caja de operaciones para experimentar con mis compañeros.

¡Harold y Samanta estaban allí! La realidad fue titilando otra vez y volví a ver mi entorno antiguo: allí estaba el agente bromeando con Harold Proctor y Samanta. No podía ser verdad… Debía escapar de esa trampa. Volví a cerrar los ojos: me habían capturado. Allí estaba en una cámara de contención, mientras veía con horror a un grotesco reptil humanoide que venía hacia mí… Iba a sedarme con un extraño dispositivo… Tengo recuerdos vagos de la pirámide de basalto en aquel mundo indómito, de bestias antediluvianas, mi expedición siendo diezmada por aquellos horrores y finalmente… logro dormir en el inminente nihil. No despertaré.

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Fin de la lucha de los ángeles >> Alberto Savinio., Grecia, 1891-1952.

Diony Scandela nació el 3 de julio de 1993 en  Apure, Venezuela. Iniciado formalmente en el mundo de la escritura con la publicación de su novela Perros de la Prehistoria. Autor de varios relatos, entre ellos “El cíclope de los bosques”, “El caso del sindicalista”, “Caballero andante” y fundador de la Revista Paladín. Integrante del equipo editorial de la Revista Paladín.

Instagram: @dionyscandela

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