Por Alberto Navia
La tendencia al ninguneo es fatal. El No-Encuentro es, tal vez, peor que el Des-Encuentro. La pérdida del horizonte que nos mantiene encuadrados dentro de un ámbito cotidiano nos propicia, al igual que a un piloto de alguna aeronave en falla, un desconcierto instantáneo, una incertidumbre bloqueadora que intimida y desorienta. Así, cuando el reconocimiento desaparece, el individuo deviene incorpóreo. Estoy hablando, claro, del reconocimiento que define al acto de ser identificado que no aquel en que se es ensalzado. La abolición de nuestra esencia nos desaparece y nos integra al vacío perenne de lo no-observado, de lo no-identificado: nos deshumaniza.
La búsqueda, a veces angustiosa, del reconocimiento general no es más que el síntoma de lo aquí expresado. El hombre quiere ser encontrado siempre. No quiere verse desaparecido porque ello implica la inexistencia. No existir, entonces, no es una opción, es más bien una amenaza.
Empero, existen ciertos seres que no quieren ser reconocidos ni por su aspecto ni por sus actos. Seres que han vivido lejos de las miradas de sus congéneres. Seres cuyo principal objetivo es no dejar rastro alguno. Seres que nacen, crecen y mueren sin ser notados jamás. Así, cada uno de ellos no es más allá de una sombra, una imagen borrosa vista por el rabillo del ojo que no se alcanza a determinar, a ser definida. Sombras confundidas con sombras que permanecen en el eterno anonimato.
Es seguro que cada uno de nosotros, los Visibles, nos hemos encontrado incontables ocasiones con aquellos, los No-Visibles, sin jamás haberlos tomado en cuenta o guardar recuerdo alguno de su presencia.
Sus pasos son de aire, sus voces son silencios, sus miradas no brillan ni atraen, sus rostros son borrones difusos sobre el panorama general. Pero ellos siempre están ahí y sí que nos pueden ver. Para ellos sí que somos observables. Si nosotros no podemos percatarnos de su presencia y aún de su existencia, para ellos somos totalmente visibles e identificables.
Pero hay ocasiones en que ambos mundos se imbrican. ¿No es verdad que de cuando en cuando te has sentido observado sin que seas capaz de determinar el origen de tu desasosiego? ¿Cuántas veces, caminando por la calle completamente iluminada, la misma calle conocida y llena de personas Visibles, por esa calle que has recorrido muchas veces y donde nunca te ha asaltado temor alguno, un día, sin aviso previo, sin que nada haya cambiado en el normal panorama cotidiano, sin que sea muy noche o muy de mañana, dentro del horario en que comúnmente recorres dicha calle, sin sospecharlo, con un certero e intempestivo terror apuñalando tus entrañas, vuelves la mirada ansiosa buscando el lugar del que podría provenir tu desasosiego y ¡no encuentras nada! Tu mirada se pierde en el plano reconocido de toda la vida, como si el terror fuera creado sólo por los sueños, pero no estás durmiendo sino completamente despierto y alerta. No existe ninguna razón para desconfiar, y sin embargo desconfías. No hay ninguna razón para ese pánico que atenaza tus entrañas, y sin embargo lo sientes tan concreto como aquella vez en que un gran perro negrísimo y furioso te ladrara imprevistamente al pasar por aquel portón de láminas viejas y oxidadas. Tu estómago se contrajo violentamente por el espanto hasta provocarte aquel intenso dolor que aún puedes presentir cada vez que te acercas a un portón parecido, y te hace poner alerta, y te provoca aquella sudoración fría y pegajosa en las palmas de las manos y en la frente. Al igual que en aquella ocasión, esta vez volteas con el mismo pánico atenazándote el vientre, pero al volver tu angustiosa mirada no encuentras más que el mismo paisaje cotidiano, la misma calle soleada, el mismo puesto de periódicos, la misma estación de pasajeros, todo aquello que no representa amenaza ninguna. Aunque, claro, tú estás seguro de lo que has sentido y el terror sigue presente en ese vago sabor metálico que te llena la boca y ese escozor que persiste en tu espalda.
¿Sientes la presencia y el terror ahora? Voltea rápidamente hacia atrás, ya verás que no encuentras nada.