Por Víctor Hugo Pedraza
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¡Ay ciudad
que a mis pies estás!
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No porque quiera humillarte,
sino porque te miro
desde un punto natural
más cercano a los de abajo.
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Desde aquí
veo tus sombras
y luces,
los pocos colores que dejas escapar
emanados de las casas
donde intentan descansar
innumerables soñadores
sometidos al silencio,
al desconsuelo,
al poderoso.
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Observo cómo te transformas.
Te transforman con el tiempo
y el desprecio.
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Se escudan en tus entrañas
la violencia,
la soberbia,
la explotación y el despojo,
la preferente discriminación.
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¿Qué más en ti, monstruosa ciudad?
-Modernidad
.
¿Esa, la que justifica todo atropello y
fulmina el horizonte?
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-Historia
.
¿Con la que se pretende olvidar
o, mejor aún,
la de letras de oro colgadas
sobre un muro construido de ignominia?
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-La tarde
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¿El instante de los melancólicos grises?
.
Grises,
cuyos silencios se escapan
dirigiéndose virtuosos
a la noche lluviosa
donde hay más que sueños,
frases discontinuas
y vacíos atiborrados de nada.
.
Ay ciudad
tan dispersa
tan tú,
sin pretensiones,
sólo tú:
con tus poderosos de medio día,
siempre condenada al vaivén
de los deseos de quienes se hacen pasar
por profetas
o poetas.
.
No pretendo humillarte,
sólo te miro desde el lugar
donde el amor vibra
o se escucha en las palabras.
.
Mañana,
tal vez,
otra Historia podrás susurrarme.
…
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