Vivía afuera del pueblo en una zona sin urbanizar, rodeada de mucha vegetación con un clima húmedo y tropical. Me sentía orgulloso al llegar a mi casa al ver sobre el camino, árboles con heno y adornados con muñecas viejas ahorcadas que había colgado años antes.
Dentro de mi casa tenía muchos objetos fuera de lo común que había coleccionado a lo largo de mi vida. Les llamaba el arte del diablo: muñecos vudú, cabezas reducidas (tzantzas), momias, cráneos, fetos en frascos con formol, collares de orejas, máscaras siniestras africanas y animales carnívoros disecados.
Todos estos objetos complementaban mi personalidad oscura y me ayudaban, de alguna manera, a mantenerme ocupado en algo ya que era muy obsesivo y nervioso. Me gustaba quedarme en mi casa para experimentar con animales y no salía mucho ni iba a la escuela. Tal vez por causa de mi aspecto físico: mi figura era esquelética, delgada, mi rostro cadavérico con dientes afilados, y mis brazos más largos de lo normal. Los pocos vecinos que me conocían me decían “El Muerto”.
En un día lluvioso, estaba viendo en VHS la película de Tiburón y documentales sobre las lampreas y pirañas. También ordené una pizza y una cerveza Porter. Me quedé dormido como una hora y desperté con dolor de estómago, me dio diarrea, vómito y me dolía el cerebro, el corazón y los ojos…
Fui a la farmacia para pedir una consulta médica y la señorita me dijo que pasara al consultorio para que le preguntara al doctor si me podía atender porque ya era muy tarde. Sólo me recetó Treda y unos antibióticos. No pude dormir nada, seguía con los mismos síntomas. De repente, me empezó a dar mucha hambre a pesar de que había comido muy bien.
Fui a cenar a un puesto de garnachas con una señora que le decían “La Chaparra”, le pedí tacos, quesadillas y sopes. Llegué a mi casa y me acosté, pero el hambre que sentía me despertó, así que abrí el refrigerador y me comí todo lo que había. Después, salí a la calle. Ya no me sentía bien, ya no era el mismo, ya no caminaba normal, estaba encorvado, ¡parecía un zombi!
No tenía dinero, así que me dirigí a “Puerto Capelli”, el restaurante más cercano a mi casa, pero estaba cerrado. Traté de entrar, pero el velador me soltó a los dóberman. Corrí hacia un puesto de comida rápida, y hurgué en el basurero; me comí todas las sobras.
Estaba sentado en la banqueta, me rugían las tripas, me agarré el estómago que ya estaba muy abultado. Vi pasar una rata y la atrapé. Toda esa noche perseguí gatos y perros. Era tanta mi hambre que hasta comí cartón, pasto y veladoras de cebo.
Entré furtivamente a una carnicería y devoré con voracidad de lobo hambriento toda la carne de res y cerdo, papas y nabos crudos. Sudaba en exceso, creo que estaba enloqueciendo, me quedé desmayado en la calle, pero alguien que me conocía me llevó a mi casa porque desperté en mi cama.
Estaba bocarriba mirando el foco, cuando entro por la ventana ¡una polilla de la muerte! que revoloteaba alrededor de la luz. Extendí mi mano y se paró en ella, entonces supe que era lo que tenía que hacer: Una voz en mi cabeza me decía que debía comer carne humana. Escuchaba repetidamente: “Sólo comiendo carne humana saciarás tu hambre”
Ni tardo ni perezoso, salí de mi casa y empecé a caminar hacia un parque donde iban muchas familias a divertirse y a relajarse con la naturaleza. Vi a una pareja que estaban discutiendo, la joven le dio una cachetada a su novio y él se fue en su moto y la dejó sola, ella prendió un cigarrillo. Fui hacia atrás de donde estaba sentada, le tape la boca con mi mano y la jalé con ímpetu hacia unos arbustos. La empecé a morder con mis dientes afilados, desgarré su carne que sabía a dulce y a miedo. Gritaba, pataleaba, me arañaba, pero yo la devoraba como una mantis religiosa: con lujuria implacable. A lo último le devoré la cabeza.
Fue un gran festín, ¡uffff! tenía todo el rostro lleno de sangre como una hiena. Pero ¡no se me quitó el hambre!, mi estómago se hinchaba, crecía incontrolablemente. Fui corriendo a mi casa, agarré un cuchillo y me abrí el estómago. Brotó una bola de miles de lombrices y de quistes larvarios. Sobresalía una tenia larguísima y gigante como una boa, se retorcía y estaba huyendo, pero me arrastré hacia ella con mis tripas de fuera y la corté en pedazos, sentí un gran alivio y ya no tuve hambre…
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Máscaras III >> Emil Nolde., Alemania, 1867-1956.
Calister Castillo Castellanos nació en Papantla, Veracruz en 1975. Estudió la licenciatura en Pedagogía y ha impartido clases en primaria, secundaria, preparatoria y universidad. Ha participado en talleres de investigación, educación, cine, arte, filosofía y literatura (comprensión lectora, creación literaria, literacidad, ortografía y redacción). Participó en la Tertulia vainillera y en el Primer Encuentro de Escritores Regionales. Ha escrito en revistas como ¿K`atsiyatá?, Voces interiores, Plan de los pájaros y Sombra del aire. Su escritura se conjunta en una amalgama estilística que ronda la ficción, la teosofía, la metafísica, la nostalgia, la mitología, la escatología, las visiones, el juego de palabras, el sueño, el sufrimiento humano, el lugar en el mundo y la búsqueda del ser…, en un estilo sugerente y fresco que permite abrir campos imaginarios, o existencias perdidas en mundos alternos o en algún punto ciego de la mente, un estilo sumamente fantástico y revelador.