El retrato del espejo

por Nidya Areli Díaz

Por H. Eteromaniáco

Humedad y asco embriagaban su cuarto, el segundo piso de un refugio de pecadores en Carmen Serdan Town, la ciudad de los desprovistos de fe, todos los tiempos de olvidar al tiempo con los cansados ojos enfocando ese mórbido rincón del cuarto, esa era la horripilante e increíblemente bella vida personal de Peter Black. Esa noche cerró la única ventana de su galería  y bajó las escaleras de su santuario; alfombras viejas color vino y bordes dorados, cortinas negras de terciopelo, algunos candelabros en el piso derritiéndose más que las velas por el frío, más que los cuadros de Peter Black, una porquería visual para la sociedad de este cementerio de semillas de dioses que nunca nacieron, un pan duro, tres monedas y una familia de moscas eran la decoración de la divina sala de tortura mental de nuestro protagonista.

Aire desafinado de ruptura personal amenazaba a su conciencia, cada paso parecía un clavo en los talones de nuestro querido Peter Black, aullidos de perros castrados y pasos de silencio contaminaban el ambiente, aumenta la velocidad de ese órgano muerto en vida desde que esa tierna mujer falleció. Ella era el único ser existente que amaba a nuestro querido hombre de mal, puesto que viviendo veintinueve años sólo con su madre, él le tomó un gran amor obscuro por cada lagrima que ella derramaba al ver a su única y efímera creación arrastrándose por el suelo buscando, buscando pero, ¿ qué buscaban esos ojos inocentes de aquel niño encerrado en las penumbras de la obediencia?, luna llena, sudor frío, una sensación de hambre, nausea soportable y un pulso de cabeza ligeramente constante, todo un delirio de persecución en la vida de este reprimido artista que vive perseguido de la paz por tener un orden tan desordenado que cualquier crítico hubiera preferido nacer ciego antes de verle la cara llena de un vacío donde te absorbía la mirada en los recuerdos más atroces de una infancia infectada de traumas e intentos a los que ni los locos se atreverían.

Al llegar a su segundo sitio favorito, se quitó el sombrero negro y sus guantes azul marino, se sentó y pidió un etílico barato para esa garganta delicada de un individuo que olvidó su edad en un sueño de una fiesta de cumpleaños real y de pronto apareció ella, Pig Jenny, una actriz fracasada de un burdel fracasado donde asiste gente fracasada; aquella efímera silueta era la protagonista de los sueños de nuestro personaje, una mujer gorda, un lunar en la barbilla, pestañas quemadas, dientes amarillos, grandes pechos arrugados y un traje de ballet eran los detalles de esa estrella onírica. Al finalizar la  presentación, Peter Black  fue hasta su camerino y con una actuación perfecta y una porción de esperanza en su fragancia corporal declaró sus mas íntimos deseos, Pig Jenny con una mirada de espanto soltó un grito espeluznante y salió corriendo de la habitación, él se quedó arrodillado con su orgullo en su mano izquierda y su vano pero sincero amor en la derecha, las actrices siempre mienten. Empezó a pensar en las flores del campo, en la primavera marchita, en su padre, un leñador típico amante del alcohol y los juegos de azar, un hombre maldito, un pobre perdedor, un golpeador y un sucio desertor del amor a la familia, cada gota que caía del techo a su frente le hacía recobrar una escena de desprecio por parte de él.

Se levantó poco a poco, giró su cuerpo hacia la izquierda y se enfrentó contra su peor enemigo, sintió un escalofrío y cómo se le desprendía el alma del susto, vomitó infinidad de ocasiones contra él, intentó arrancarse los ojos, pues la tragedia iba mas allá del dolor. Peter Black  nunca se había visto en un espejo y al hacerlo conoció al diablo en persona; sus testigos visuales revelaron su mayor secreto, él era un reflejo de su padre y su actriz el de su madre. Salió corriendo de ese lugar, ya en la fría calle intentó prender un cigarrillo pero por el temblor de sus manos todos cayeron en los mugrosos charcos; su mirada se estremeció y sus puños cerrados representaban furia y rabia, tanta que hasta el sol aun detrás de la luna tuvo un segundo de miedo. Prendió un fósforo e incendió como una sombra todo lo que se le pusiera enfrente, sin cargo de consciencia y el alma ausente, un hombre con fuego no tiene limites de destrucción, después de escuchar los gritos de los malogrados empezó a reír, entró a esa iglesia abandonada por sus creyentes, subió las esclares, lanzó su ultimo fósforo a la alfombra vino con bordes dorados. El mejor artista del siglo empezó a rasgar y destrozar todas sus pinturas con el hacha con la que su madre había matado a su padre; todas las representaciones de su lugar favorito, todos mis retratos y todos sus autoretratos, esas pinturas inefablemente increíbles, retratos que nunca se repiten… De pronto giró la cabeza hacia ese rincón mórbido del cuarto, su lugar favorito, el cadáver de su madre pudriéndose, se acercó y empezó a orinarla. Ella decía que toda la gente atea era mala, que era necesario adorar, ¡¿Adorar a quien?! Gritó con todas sus energías, la empezó a machacar y ahogándose con el humo tomó mi último retrato y se aventó por la ventana. Al caer por fin pude ser libre, mi último creyente, un pirómano con fobia a las cenizas, terminó con su vida y acabó con mi sentencia de olvido. Podemos irnos en paz, ella ya nos ha alcanzado, uno nunca muere si no se olvida, Peter Black lo descubrió al verse en el espejo y me planteó el último enigma de la mente…

¿Podemos olvidarnos a nosotros mismos?

IMAGEN

La noche estrellada >> Óleo, 1889 >> Vincent Van Gogh

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1 comentario

Nidya Areli Díaz Garcés 29/03/2016 - 12:30

Podemos mentir, simular ante los otros, hacernos pasar…, pero ¿quién se puede esconder de sí mismo? Con una ‪#‎narrativa‬ clraramente influida por ‪#‎Poe‬ y por H. P. Lovecraft, dos de los grandes maestros del cuento, ‪#‎HEteromaniaco‬ nos regala un ‪#‎cuento‬ que es buena ocasión para mirarse hacia adentro, justamente como en ‪#‎ELRETRATODELESPEJO‬.

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