La primera gran virtud del hombre fue la duda, y el primer gran defecto la fe. —Carl Sagan
En medio de la planicie se hallaba un cuerpo de pie, ensangrentado, trémulo, impávido, expectante, nadando entre cadáveres, piezas de robot, maldiciones y vituperios. La guerra había terminado a pesar de que aún quedaban hombres con vida, hombres sin esperanzas, hombres aterrados, y robots estoicos que seguían apareciendo desde las alturas para entrar en combate. Los narradores en televisión guardaban por completo silencio ante el evento que había sido anunciado con bombo y platillo, organizado como una magnánima celebración.
Ahora había comprendido lo que él me había dicho anteriormente, jamás hubiese podido asesinarlo, mi intento realmente fue patético. ¿Cómo habría podido un simple humano hacerle frente a un Dios; al amo y señor del espacio y la materia? No obstante, él no se hallaba en estupendas condiciones, en algo le habían herido, no físicamente, claro. Peleaba como una entidad ofuscada, con la mirada extraviada y los brazos y piernas moviéndose sin convicción, cual serpentinas elevadas por el viento. Quizá sentía asco al estar cubierto de fluidos corporales ajenos, o tal vez no le agradaba la idea de asesinar, no así; por ésta vía tan atroz, tan sádica y encarnizada; tan humana. Recuerdo aquella, nuestra primera charla, cuando le cuestioné qué haría si su plan fracasara, “tendré que erradicar a la humanidad”, dijo. Pero algo en su semblante no iba de acuerdo a lo que su boca expelía.
“Esto es el apocalipsis”, mencionó temeroso uno de los cronistas televisivos, ninguno de sus acompañantes hizo comentario alguno. Olivia me miraba con un gesto jactancioso.
—¿Creíste que existía alguna posibilidad de perder, Adam?, ¿perder ante los ordinarios? El Psicopompo por sí mismo sería capaz de ganar una guerra intergaláctica, no me cabe la menor duda.
—A él no le complace la guerra… Jamás participaría en una intergaláctica. Esto es distinto, no te confundas, Olivia.
—Yo tengo más tiempo de conocerle que tú, amigo. No necesito de tus interpretaciones.
—Ahora veo por qué te llevas tan bien con él… Entonces, ¿tú podrías explicarme por qué está comportándose de esa manera tan extraña?
—Creo… que tiene miedo.
—¿Miedo?, ¿miedo, él?…
—Sí… pero no a los oligarcas o a los ordinarios, teme convertirse en lo que odia, en su antítesis, le da igual como lo miré el mundo, o los demás mundos. Aunque tengo entendido que en los demás planetas es visto con admiración. Quiere acabar con todo lo establecido porque es erróneo, todo aquello que implique un orden estricto e irrefutable, la verdad oscura e irrisoria del hombre, pero en el proceso él podría infectarse también, volverse hombre… eso supongo. Tal vez me equivoque.
—¿Los demás planetas? ¿Quieres decir que ha contactado más que sólo aquel de la nebulosa lejana?
—Sí, contactó otros cercanos relativamente, tú sabes que en el espacio las distancias son inmensas. Usó tu modelo de teleportación cuántica primigenio para transmitir información desde el primer planeta contactado. Triangularon la señal, ahora tienen toda una red.
—¿Por qué yo nunca me entero de nada?
—Eres despistado, Adam Collins.
Extrañamente los robots restantes cesaron el ataque, aterrizaron con prudencia, formándose frente a los ordinarios restantes, protegiéndolos. El Psicopompo lucía un poco cansado. Nadie movió ni un músculo, ni un engrane; permanecieron así durante algunos segundos.
—Fue suficiente—, dijo con seriedad el Psicopompo, dio media vuelta y caminó despacio en dirección a la cúpula formada por el campo de neutrones. En ese momento se escuchó un sonido ensordecedor, y un destello cegó a los presentes por breves instantes. El campo de neutrones había desaparecido: La Grasse T2 fue disparada.
Los extraordinarios corrieron en todas direcciones, algunos se refugiaron bajo los gruesos techos de las instalaciones, pero un segundo relámpago les demostró que ningún lugar era seguro, el poder destructivo del rayo era muy superior al creado años atrás por el Psicopompo.
—Imposible—, dijo el Psicopompo para sus adentros, y desapareció. Se teletransportó al Palacio de Herodes en busca de los magnates y sus aliados, intentando eliminar su poderosa arma; empero, estos se habían esfumado del lugar. El sitio se encontraba vacío. ¿Cómo es que se habían trasladado tan rápido? Apenas unos instantes atrás había sacado a Rockefeller del suntuoso castillo. No poseía el tiempo suficiente como para indagar meticulosamente; debía marcharse.
De vuelta en Sachsenhausen, el panorama lucía desalentador, más extraordinarios se hallaban heridos en el suelo, probablemente muertos, los androides seguían atacando, y con suma dificultad eran contenidos por las defensas locales, no podían hacer más, destruir uno constituía toda una hazaña. La mayoría de las armas no funcionaban, el rayo emitía pulsos electromagnéticos que desactivaban o freían los blasones o su fuente de energía. Afortunadamente, los nanobots que formaban el traje del Psicopompo funcionaban con cualquier tipo de estímulo, incluso el movimiento y el calor generado por su propio cuerpo. Él se encargaría de finalizar la batalla cuanto antes. En la televisión volvió a escucharse la voz de los comentaristas: “Dios ha escuchado nuestras plegarias, el apocalipsis no llegará este día”.
Con los ánimos renovados, el Psicopompo se elevó por los cielos gracias a la repulsión magnética que eran capaces de lograr los nanobots. La humanidad quedó pasmada al observar este acontecimiento. En los pensamientos de la mayoría de los televidentes cruzó la siguiente pregunta: ¿En verdad se tratará de un Dios, lo será este hombre que se eleva entre los cielos?
Sucedía algo insólito con los androides que continuaban el ataque, éstos no fueron afectados por el relámpago producido por la Grasse T2, continuaban sin ningún rastro de descompostura; no obstante, una poderosa onda expansiva los alejó lo suficiente como para dejar fuera de peligro momentáneamente a los extraordinarios: Él ya no tendría piedad alguna. Sí, a pesar de que aniquiló a millones de elementos del ejército de Rockefeller en tan sólo unos instantes, se estaba conteniendo; de nuevo, desapareció.
Desplomándose rápidamente hacia el suelo, cayendo como un cometa que delega una estela de polvo y luz reapareció el Psicopompo. Los robots no solamente eran inmunes al rayo, lo aprovechaban. El polímero del que estaban constituidos fungía como panel receptor de energía, convirtiéndolos en emisores ambulantes de un poderoso pulso, y toda su potencia se hallaba protegida por un manto, del mismo modo en que antes lo habían estado los extraordinarios.
Desde el suelo, el Psicopompo escupió un poco de sangre, —esto será un poco más difícil—, dijo. Han herido a Dios.
—Adam, lleva a todos a la parte trasera del campo, debes trasladarlos a un área más segura—, comunicó telepáticamente.
—¿De qué hablas? El teletransportador grupal no podrá con tantas personas. Además, debe estar frito, y si no lo está, lo estará con el próximo relámpago.
—Entonces date prisa. Ellos deben recargar el arma, no poseen una fuente de energía como la placa de merger, es por ello que detuvieron su ataque, durante estos intervalos debes trasladar a la mayor cantidad de gente posible. Olivia, encárgate de los ordinarios restantes, irán tras ustedes. Mantenlos cerca, así no se atreverán a disparar el relámpago aunque haya terminado de recargarse. Yo eliminaré a los robots.
—¿A dónde los envío?—, cuestionó Adam.
—Las coordenadas ya están fijadas. ¡Muévete!
La batalla entre el Psicopompo y los androides continúo con impresionantes embates, en esta ocasión, el combate estaba igualado, a pesar de ser superado en número. Adam y los demás conducían a los extraordinarios al teletransportador grupal, mientras Olivia y sus Valkirias mantenían a raya a sus perseguidores. Repentinamente, un robot se deslizaba hacia abajo desde las alturas, se dirigía velozmente al grupo comandado por Adam.
—¡Olivia, cuidado! —, gritó Zeihg.
Olivia rodó por el suelo tras recibir un duro golpe de aquel robot, que inmediatamente fue sujetado por un conjunto de látigos incandescentes propiedad de las valkirias; no obstante, el robot consiguió liberarse, arrojándolas a todas con un ataque de energía. El robot levantó la palma en dirección a Adam y sus camaradas, se preparaba para desintegrarlos. Zeihg, el hombre más fuerte de ellos se abalanzó en dirección al androide, embistiéndolo con toda su fuerza, el robot lanzó su ataque, sin embargo, Zeihg alcanzó a desviar su gigantesca mano. Las valkirias se reincorporaron, apabullando el cuerpo del androide, peleando al tiempo que Adam conducía al grupo a su escape. Olivia le arrancó la cabeza.
La tarde se había nublado, empero, el paisaje se iluminó de pronto. Entre las nubes, un círculo refulgente advertía la llegada de un nuevo relámpago. Ahora comprendían por qué habían dejado muy atrás a sus perseguidores. Adam apresuraba al siguiente conjunto de personas a la máquina. Ya se habían trasladado cinco agrupaciones.
—¡Pronto! —,vociferó Adam. —¡No hay tiempo que perder!— Las personas ingresaron al mecanismo que les transportaría. Los demás ordinarios se ocultaban en un paraje escondido tras algunos árboles en espera de su turno, estos le observaban a la distancia.
Un estallido manó del cielo y una gruesa línea de luz emprendió el descenso apuntando a la máquina transportadora. Adam agitó sus piernas usando toda su fuerza, sus compañeros lo animaban a seguir corriendo; sin embargo, se encontraba en la zona de impacto del relámpago, mirando hacia arriba, le contempló directamente. No sobreviviría. Cerró los ojos.
El cuerpo de Adam yacía en el suelo, a decenas de metros de la huella del rayo, estaba intacto. La máquina estaba destruida, ya no podrían escapar. Próximo al humeante aparato ahora inservible, algo se movía débilmente, eso… era él, quien había empujado a Adam lo suficiente como para no sufrir daño alguno, él lo había salvado, sin embargo, no pudo escapar totalmente del percance, el Psicopompo estaba postrado en el suelo con la mitad de su costado izquierdo calcinado. Adam corrió en su auxilio, el cielo se iluminó otra vez.
—¡Vamos, muévete!—,ordenó Adam al tiempo que tomaba de un hombro el cuerpo mutilado del Psicopompo.
—Estoy algo aturdido, Adam, no siento mis extremidades, demoraré unos minutos en recuperarme, debes soltarme si piensas sobrevivir. El siguiente rayo viene en camino. Oprime el botón de mi muñeca izquierda, me teletransportará.
Adam acató la indicación del Psicopompo, empero, al intentar tomar su brazo, éste se hizo polvo, el botón cayó al césped, nada ocurrió al presionar el pequeño interruptor. En una colisión directa, incluso los nanobots sucumbían al poder del rayo, su poder sobrepasaba lo calculado. El Psicopompo sobrevivió gracias a que no se encontraba en el centro del impacto y a su armadura compuesta por nanobots. Otra detonación surgió del firmamento, Rockefeller, Rothschild, habían ganado, los ordinarios, todo habría de terminar en un abrir y cerrar de ojos. El rayo brotó.
El choque fue estremecedor, la luz parecía diseminarse en distintas rutas, salpicando los alrededores. Adam y el Psicopompo vislumbraban en silencio, pausadamente una silueta, la figura de Olivia, gritando, girando incansablemente sus látigos incandescentes frente a ellos, conteniendo el rayo con todas sus fuerzas, como un ventilador soplando contra una tormenta. El mundo jamás había visto a una mujer tan poderosa.
El destello no cesó, se volcó aún más vigoroso, poniendo a prueba la resistencia de la Valkiria número uno, ella logró vencerle. Olivia cayó de rodillas, jadeante, exhausta; los había salvado. El Psicopompo recuperaba la movilidad de una de sus piernas, la derecha, en la otra apenas podía sostenerse, pero no era capaz de flexionarla ni sentirla, estaba muerta.
—Nos protegiste para morir más tarde, Olivia. Sin la máquina teletransportadora, y sin los nanobots, no hay a dónde ir—, exclamó Adam.
—Lo hay—, respondió el Psicopompo. —Han usado toda su carga en este último rayo, tardaran en reactivarlo.
—¿Hablas del primero?, ¿el primer teletransportador que construiste? — No funcionará, debe activarse manualmente, alguien debe enrutar la máquina y quedar atrás, sin mencionar que te llevaste la placa de merger a otro sitio, la energía de reserva sólo alcanzará para uno, quizá dos viajes, en los que sólo puede trasladarse un máximo de ciento setenta kilogramos de materia orgánica por desplazamiento… y con los ordinarios y los robots persiguiéndonos…
—No iremos todos, Adam. Crearemos una distracción para conseguir esa única salida—, interrumpió Bushra. —Un placer conocerle, maestro, usted vivirá—, dijo refiriéndose al Psicopompo. —Tengo un plan… ellos desean aniquilarle, esa es su prioridad, eliminar a cualquiera de nosotros sería una ganancia menor, pero, ¿y si les damos la oportunidad de capturarle vivo?
Los más de doscientos extraordinarios que aún quedaban en Sachsenhausen se dividieron por el terreno en decenas de cuadrillas, algunas se dirigían al Sur y las demás al Este, los que llevaban consigo escudos retractiles cubrían a sus compañeros de los embates del adversario. El enemigo les persiguió hasta acorralarles en un mismo punto rápidamente. Los extraordinarios no hicieron ningún gesto ofensivo, Bushra dio un paso al frente ofreciendo un trato: su vida y la de sus compañeros a cambio del Psicopompo. El capitán Roth, quien estaba al frente de la armada enemiga, consintió el trato con la condición de que ella misma los guiara al Psicopompo, los demás permanecerían en silencio, siendo custodiados por un par de robots y algunos ordinarios.
Las valkirias habían conseguido llegar al norte de Sachsenhausen gracias a su singular sigilo, conjuntaban sus látigos para crear una súper arma usando las moléculas inestables de estos; aguardaban la señal de Bushra. Lentamente apareció un batallón de robots y soldados guiados por la extraordinaria estratega, Roth montaba un androide justo detrás de ella. Las valkirias se miraron entre sí.
—¡Capitán Roth!, ¡Capitán es una trampa!—, aulló desesperadamente un joven que se precipitaba en dirección al conglomerado enemigo, huyendo de Zeigh.
—¡Arrójame!—, ordenó Roth al androide. El robot lo tomó con un brazo y lo lanzó con fuerza.
El arma improvisada por las Valkirias explotó, dirigiendo toda su violencia hacia el adversario, Bushra corrió deprisa para evitar la descarga, sin embargo, el mismo androide que lanzó a Roth la sujetó de un brazo: Bushra murió. Roth, fue lo suficientemente astuto y previsor, había logrado evitar ser asesinado por la treta de los extraordinarios. Aún tendido en el suelo exigió replicar la agresión.
—¡Busquen al Psicopompo!, ¡mátenlos a todos!—, conminó Roth a los soldados y robots sobrevivientes.
Los extraordinarios que habían quedado rezagados en custodia mientras Bushra guiaba al enemigo hacia las Valkirias, habían eliminado rápidamente a sus celadores humanos, excepto a aquel joven que escapó gracias a la oportuna intervención de los dos androides que ahí permanecían.
En los televisores encendidos por todo el mundo emanaba el júbilo; la felicidad era casi un objeto material. Sachsenhausen estaba en ruinas, sus habitantes casi extintos, excepto uno, el más importante, el artífice de la actual guerra mundial, el mito, la leyenda, el Dios, el Psicopompo.
Prontamente los ordinarios inspeccionaron la superficie del lugar, hurgaron en cada ángulo, en cada comisura en busca de algún escondrijo. No localizaron nada, excepto una pista, un rastro inconcluso, acompañado por algunas huellas, parecía como si el herido y sus acompañantes se hubiesen esfumado en ese punto. Los soldados de Rockefeller torturaron a los extraordinarios que se aferraban a la vida, buscaban respuestas, alguno debía saber el paradero de su mentor; nadie. Mientras era martirizado, Zeigh les advirtió que su búsqueda era inservible, el Psicopompo debía estar ya muy lejos. Empero, en ese momento:
—¡Capitán, capitán!, ¿me escucha?, habla Yue, Huan Yue—, recibió Roth por el transmisor que portaba en el oído.
—Aquí Roth. ¿Qué ocurre?
—Él está bajo tierra, repito, el Psicopompo está bajo tierra, ahí está su laboratorio. Seguramente intentará algo. ¡Pronto, vayan tras él!—. El Pirómano procedió a darles indicaciones sobre la ubicación y el método para acceder al laboratorio.
—Excelente, Yue. ¡Lo tenemos!—, sentenció Roth.
Los soldados se trasladaron siguiendo estrictamente las indicaciones de Yue, descendieron por un pasadizo camuflado detrás de un roble enclavado en el centro de un jardín, a un costado de la cafetería, giraron en un espiral de caminos, hasta que finalmente comparecieron frente a una escotilla oxidada. Procedieron a abrirla girándola con urgencia, para posteriormente encontrarse con una puerta de metal, estaba bloqueada.
—Usen el ariete—, manifestó Roth.
Los golpes retumbaron en el laboratorio. Adam, Olivia y el Psicopompo, aceleraron el reconectado y calibración del primitivo aparato de teletransportación, con la consigna de que uno de ellos debía accionar el mecanismo para realizar la fuga de manera exitosa, quedando atrás, a la espera de su destino final. Uno de ellos moriría inevitablemente obsequiándoles la vida a los otros dos.
—¡Adam, Olivia, colóquense en la plataforma de envío!, necesito verificar… algunos datos, ustedes dos deben pesar alrededor de ciento cuarenta kilogramos juntos.
—Lo sé, Adam no está en plena forma—, sugirió Olivia. Ambos procedieron a colocarse en la posición en la que indicó el Psicopompo.
—Adam, tendrás mucho que hacer en adelante. Olivia cuídalo bien. Él es brillante, más que yo.
—Psicopompo, ¿a qué te refieres?—, interpeló Adam mientras el Psicopompo mantenía la mirada baja frente a la pantalla táctil sobre la que posaba sus dedos. Los golpes en la puerta continuaban. No resistiría más.
—¡Desgraciado! ¡No! —, gritó Olivia, al tiempo que se reflejaba la siguiente leyenda en el monitor ubicado frente a ellos: TELEPORTACIÓN INICIADA. Olivia esbozó un salto, intentando escapar de su traslado forzoso, levantó un brazo buscando asirse de un ancla que le mantuviera junto a su maestro. Desaparecieron.
Roth y sus secuaces derribaron la puerta, un conjunto de hombres armados ingresaron al laboratorio, el Psicopompo trazó una sonrisa media en su rostro, muy característica de él, volteó dando tumbos para quedar frente a los intrusos.
—Bienvenidos—, dijo el Psicopompo haciendo una cortés reverencia, —disculpen el desorden, no esperaba visitas. Mmm… ¡Cuanta seriedad! Les tengo un par de noticias, una buena y una mala. ¿Cuál quisieran conocer primero? ¿No responderán? Bien, la mala noticia es que he perdido mi mano siniestra, al igual que mi pierna, la buena es que… soy diestro, y buen bailarín.
De su brazo útil surgió la brasa rosada que había mantenido encendida durante el primer combate con los androides, la energía de fusión fría.
—¿Bailamos?—, inquirió el Psicopompo. Sorpresivamente Roth le lanzó una daga que el Psicopompo esquivó con dificultad.
—Cabo, llame al resto de los androides—, ordenó Roth, —parece que nuestro lisiado amigo ya no puede teletransportarse. Bloqueen todas las posibles salidas… Bailemos, Psicopompo.
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Hermes Ogmios Psicopompos >> Alberto Durero
Alberto Curiel nace un 5 de octubre del año 1990 en la Ciudad de México, o al menos eso es lo que nos ha hecho creer. Comienza a escribir poesía a la edad de once años, más tarde obtuvo un segundo lugar en un concurso de poesía en el que participó durante su estancia en la educación secundaria, ya en la preparatoria esboza sus primeros cuentos y ensayos. En 2014 ganó el concurso de cuento organizado por la Universidad de Ecatepec y el escritor Zaid Carreño, posteriormente participa en los cursos de Creación literaria y Didáctica del arte, impartidos también por Zaid Carreño. Alberto estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, así como un posgrado en Medios de Comunicación en la Universidad de Ecatepec. Actualmente es productor, guionista, conductor y locutor del proyecto radiofónico y audiovisual “Bestiario”, además de que trabaja en la elaboración de rutinas de “Stand up” propias, y en sus dos primeras novelas: “Entropía” y “El Psicopompo”, en donde se ven reflejados su gusto por la filosofía, la ciencia, el arte, el humor, la historia, la sociología, entre otras disciplinas. Algunos de sus textos han sido publicados en diferentes medios electrónicos.