EL PODER DE LA CORONA

por Karina Condado

Era una mañana fría y lluviosa, con tormenta eléctrica en pleno apogeo, iluminando el cielo con algunos rayos cada cierto tiempo y obstruyendo la visión de cualquiera que no estuviera refugiado bajo techo. En el pueblo de Infernus, no se escuchaban los cánticos alegres de aquella hora, los niños no jugaban por las calles, ni nadie pastoreaba a las ovejas o sonaba las campanas de la iglesia. Podía considerarse como un pueblo fantasma donde sólo viejas y cansadas almas habitaban, presas de la maldad, el odio y la superioridad causada por uno de ellos…, el rey Daniel.

Desde del comienzo de su reinado, todo el pueblo se había ido a la ruina y negrura que emanaba el aura de su superior; sin embargo, la corona le brindaba poder sobre la mente de los demás, convirtiéndolos en sus iguales a costa de su voluntad y, mientras le perteneciera, no había nada que hacer.

A menudo mostraba el orgullo que tenía de sus hijos, Isaac y Valentín, príncipes de Infernus; aunque el pueblo pensaba que el rey Daniel no era capaz de albergar sentimientos más allá del odio y, sin embargo, sentía amor a la corona, aquella que cuidaba como su objeto más preciado y de la que nunca se despegó incluso agonizante.

La respiración del monarca se escuchaba mucho más fuerte que la tormenta; él sabía que comenzaba a perder su poder, el control y la vida misma. Fue hasta entonces que, con sus hijos arrodillados a cada lado de la cama, decidió encomendarles la tarea más importante; era momento de ceder el trono a uno de ellos…, el más valiente, el más fuerte, el más malvado.

—¡Vayan, hijos míos! Enorgullézcanme… Vayan a las tinieblas y tráiganme la cabeza de un dragón rojo; quien llegue primero será el nuevo rey de Infernus.

Los príncipes, después de hacer una reverencia sosteniendo sus espadas y con el alma competitiva, se marcharon por distintos caminos.

Valentín fue el primero en llegar al lugar, lleno de nubes espesas de neblina. Anduvo cautelosamente por el fango, con su espada al aire, esperando porque la criatura se hiciera ver, listo para hacer uso de su gran entrenamiento como soldado del reino.

Sus sentidos se agudizaron cuando a lo lejos, se escuchó una voz tenue y algo afectada, seguida de una tos incesante.

—¿Hola? ¡Si hay alguien ahí, necesito ayuda!

Valentín estaba decidido a dejarlo pasar, pensando que se trataba de alguna extraviada en su regreso a casa, su padre le había enseñado a no ayudar a aquellos que buscaran desertar o que no fuera él mismo. Fue entonces que un brillo encandiló su mirada; por encima de la cabeza de la joven hundiéndose en el fango, estaba lo que parecía una corona.

El príncipe pensó de inmediato, en que si aquélla era una princesa y la llevaba a casa, él sería un rey completo, pues su mente narcisista le impedía concebir que pudiera haber otro final donde él no fuera el ganador.

Mientras Valentín buscaba la flor que cerca crecía, la princesa, proveniente de Skyland, comenzó a perder la fuerza de aquel grito de ayuda. Valentín, triunfante, llegó con la flor sin apresurar su paso, pues sabía que la enamoraría con ese simple acto. Si ocurría así, entonces él decidiría si salvarla o no.

Ella, con muy pocas fuerzas, tomó la flor. Entonces, al olerla, algo cambió, la tos cesó y logró levantarse poco a poco, sosteniéndose del príncipe para salir del estancamiento. Sin saber, Valentín le otorgó la flor del sol que a los límites crecía; aquella con dotes curativos que aliviaba cualquier mal.

—¿Qué me pasa? —se preguntó a sí mismo, dado que una corriente cálida recorría su cuerpo; sin quererlo, Valentín había salvado a la princesa, haciendo un acto de bondad en el proceso, por lo cual, de haber sido un príncipe oscuro ahora, ahora se libraba del dominio mental y despiadado de su padre.

—¿Se encuentra bien? —inquirió aún afectado. Sus mejillas sentían el calor de parecer vivo como nunca lo había estado. La princesa asintió, quitando algo de tierra de su rostro.

—¿Qué está haciendo por aquí? ¿Quién es usted?

—Soy Adelle, princesa de Skyland. Venía a presentar mis respetos por la enfermedad de su padre, pero algo asustó a los caballos y salieron corriendo estancando el carruaje… Iría caminando, pero el aire aquí es diferente al de mi pueblo; allá es… más ligero.

Aturdidos y sin conocer el porqué de la diferencia, Valentín comenzó a atar cabos, la protección de su padre a la corona nunca le había parecido rara hasta entonces y, aquello que le había parecido un accesorio para mostrar, se convertía ahora en un aliado a descifrar aquello; sobre todo, cuando él mismo comenzaba a sentir que el aire de su propio reino se volvía espeso.

Estaba por comentarlo, cuando se escuchó el rugido de un dragón y, poco después, las campanas del palacio anunciando al ganador: ¡Isaac sería el nuevo rey de Infernus!

Valentín tomó la mano de Adelle, instándola a correr, a través de las tinieblas, para llegar al palacio, una vez descubierto todo.

—¡Debemos detenerlo!

—¿Por qué? ¿Qué ocurre?

—Cuando mi padre corone a mi hermano, no habrá esperanza para los demás… ¡Corre!

Mientras algunos se empeñaban en detener otro reinado de negrura, Isaac llegó con la cabeza del dragón al palacio, ofreciéndosela al rey.

—Aquí tienes, padre.

—Muy bien hecho, hijo, tu foto estará aquí un día —pronunció con voz afectada y con paso lento, por el pasillo de los antepasados que los guiaría a la sala del trono, esperando que los habitantes hubieran escuchado el llamado de su rey para asistir a la coronación.

—No te decepcionaré, padre, pero ¿qué pasará con Valentín?

—Él ya no es parte de nosotros —proclamó con más vehemencia que nunca, pues había sentido a su hijo salir de su control mental.

Llegaron a la sala del trono al mismo tiempo que, empapados y con miradas perdidas, arribaban los habitantes del pueblo a presenciar la coronación.

El rey Daniel colocó el cetro en la mano de Isaac que ya se encontraba arrodillado frente a él. Se quitó la corona y la mantuvo en alto con manos temblorosas al ir perdiendo fuerza, recitó el juramento en voz baja como debía, descendiendo la corona; sin embargo, antes de que ésta tocara la cabeza de Isaac algo pasó.

—¡Alto! —gritó Valentín, sofocado por ya no poder digerir aquella aura que en el palacio era mucho más fuerte. Soltó la mano de Adelle y sacó su espada al mismo tiempo que Isaac, provocando un estridente choque de metal en tanto la tormenta en el exterior se volvía más ruidosa.

El rey Daniel forcejeaba con Adelle por la corona, hasta que, al no poder mantenerse de pie, cayó al momento en que intentó golpearla, haciendo que ambos terminaran en el suelo mientras la corona rodaba lejos.

Los pobladores, que habían estado expectantes a los costados, se miraron entre sí antes de intentar ir por aquella fuente de poder en busca de su libertad. Lo que fue suficiente distracción para que Valentín al cortar la pierna de Isaac, inmovilizándolo, corriera luego tras la corona, que con sus manos pudo ponerse.

—¡Atrás todos! ¡Atrás les digo! —gritó subiéndose al estrado. La gente embelesada observó, por el ventanal, cómo la tormenta se despejaba detrás de Valentín, el nuevo rey.

El aire se volvió más ligero y la estancia, antes oscura, comenzaba a tener algo de luz, cuando la gente comenzó a arrodillarse. El antiguo monarca intentó levantarse, pero le fue imposible; todo su poder había sido diluido, por el aura y bondad renovada de su propio hijo, quien al mirarlo lo ayudó a levantarse y ordenó a los guardias ahora a su cargo, llevarlo a los calabozos, vigilándolo hasta la hora de su muerte.

Sobando su cabeza, Adelle se levantó en ese instante, con una pequeña sonrisa al ver y sentir el cambio de Infernus en minutos. Se acercó a Valentín e hizo una pequeña reverencia antes de que éste dejara un beso en el dorso de su mano como agradecimiento.

—Su alteza, toda su ayuda será bien recompensada, puede quedarse el tiempo que necesite, yo mismo me encargaré de que se sienta cómoda o pueda regresar a su reino cuando lo prefiera. Ahora si me disculpa…

Con una reverencia pomposa, Valentín se retiró en busca de su hermano que yacía recostado de espaldas a un muro, manteniendo presión sobre su pierna, replanteándose todo aquello que creía y que ahora, libre del dominio de su padre, podía ver con más claridad.

—No te dejaré hermano, vamos —le dijo Valentín, ofreciendo su mano. Cuando Isaac la tomó, todo el reino se llenó de júbilo, pues una nueva era estaba por comenzar, con días soleados y tranquilidad mental. Una era feliz en Infernus.

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Rey Arturo >> Charles Ernest Butler, 1903

Karina Condado. Tamaulipas, México (2001). Estudiante de Contaduría Pública. Escritora independiente, con más de 370,000 lectores en plataformas digitales. Autora de la novela juvenil Besos y sueños (2021). Premio “Ralph C. Smedly” en oratoria (2021). Ganadora del tercer lugar en el concurso de narrativa juvenil Alas para volar, 2017. Narradora en el evento cultural “Voces del más allá” (Alas para volar, 2017). Ponente en la Feria Internacional del Libro del TecNM (2022). Participante en el Festival Internacional Palabra en el Mundo (2022). Mención honorífica en el segundo concurso de cuento “Construir con madera y sentir con amor” (2022). Festival Internacional de Otoño. Integrante de la lista larga de los Wattys 2018 (Organizado por los embajadores). Colaboradora en revistas digitales: De la tripa: Narrativa y algo más (Edición 60). Antologada en la compilación La fantasía en todas sus formas (Astrid G. Reséndiz, 2022). Emergentes: Jóvenes escritores de Matamoros (Eduardo Villarreal, 2022)

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