—Sabía que no resistirías volver a estar en mis brazos —me dijo cuando acepté su mano y con ella, su invitación a bailar. Su ronco susurro penetró mis oídos. Temblé. No estoy segura si fue el recuerdo que sus palabras evocaron sobre aquellos días en los que sí me derretía entre sus brazos o su voz, pero temblé.
—Te equivocas, lo que no puedo resistir es el baile —le respondí después de recuperar el aliento, no podía permitir que notara que seguía teniendo el mismo efecto sobre mí—. El que todos los demás hombres estén ocupados y esté atrapada contigo como mi compañero es una desafortunada coincidencia.
—¡Auch! Qué duras palabras. Averigüemos si tu cuerpo empata con lo que me dicen tus bellos labios —me afirmó casi como un reto. Sentía su mirada sobre mí, la sentía tan vivamente como sentía el calor de su mano en la mía, mientras caminábamos a la pista.
Aunque había jurado no volver a caer en sus enredos tras esa última pelea en la que nos dijimos adiós, al verlo entrar al salón usando ese traje negro y su cabello largo medio recogido, no pude resistirme a bailar con él. No engañaba a nadie, adoraba sentir la música guiando mi cuerpo, pero no quería cualquier compañero, lo quería a él. La química que teníamos al bailar era innegable, jamás la había sentido antes. Quizá por eso éramos fuego en la cama.
Me llevó justo al centro de la pista, frente a la vista de todos, quería que los presentes miraran cómo nuestros movimientos se sincronizaban a la perfección, le gustaba presumir. En cuanto la música comenzó a escucharse en el salón, puso mi mano en su hombro, la suya, en mi cadera y permití que me guiara como sólo él sabía hacerlo. No lo sabía entonces, sin embargo, se había desatado algo que se volvería imparable. Pasamos horas bailando ante los ojos del resto de los invitados que se asombraban al vernos, el cansancio combinado me decían que era hora de tomarme un descanso. Me dispuse a regresar a mi mesa donde me aguardaban mis amigos, cuando el ritmo movido fue sustituido por uno más suave, lento y sensual. Raúl se interpuso en mi camino, juntó su cuerpo al mío y me hipnotizó de nuevo con sus movimientos. Me fascinaba mirar cómo se movía en conjunto con la melodía, ¿por qué no pasar una última canción a su lado? Así que decidí ignorar el ardor de mis músculos.
—Ah… —El aliento se me escapó cuando de pronto sentí la evidente excitación en sus pantalones contra mi cadera.
—Cuidado, Catalina, no quieres que todos se den cuenta de lo mucho que te enloquece mi toque, ¿o sí?
No, no quería levantar las sospechas de nadie, tampoco quería regalarle la satisfacción de mostrarle que tenía razón, me propuse valerme de todas mis fuerzas para disimular lo que en verdad sucedía en mi interior.
—Buena chica, creo que nadie notó nada. Me muero por descubrir cuál será tu límite.
Y cumplió su amenaza. Los pocos minutos que danzamos unidos el uno al otro transcurrieron dolorosamente lento. Aprovechaba cada oportunidad que tenía para hacerme notar su objetivo. Cada roce, cada momento en que su dureza rozaba contra mis glúteos y sus manos contra mi pecho, mis piernas y mi espalda, cada juguetón susurro en secreto habían logrado que corriera la humedad en mí.
El volumen de la música disminuía, a la par que aumentaba la intensidad de mis latidos, mis jadeos se volvían más fuertes. No podía más. No sólo estaba cansada, estaba excitada. Bailar me había hecho sudar, pero estaba mojada gracias a él. Tenía que apartarme o terminaría entregándome al apetito que crecía con las canciones que pasábamos juntos en la pista. Hui al único lugar en el que estaba segura de que no me seguiría, el baño de damas. Además, me vendría bien echarme agua fría para intentar apagar un fuego creciente.
—¿Creíste que no me daría cuenta? —Salí y él apareció de entre las sombras en las que se encontraba esperándome, se acercó a mí. La luz que provenía de fuera de la ventana lo alcanzó y me reveló su mirada, ésa tan profunda, ésa que se asemejaba a la de un cazador a punto de devorar a su presa, ésa que siempre me volvía débil. Era incapaz de irme—. Catalina, conozco cada pequeña señal que emana tu cuerpo. Escuchas a tu corazón que se acelera, sientes que hierve tu sangre y se quema tu piel, la anticipación se forma en tu estómago y pide liberación, ¿no es cierto? Soy yo, yo provoqué todo eso.
Colocó sus manos en ambos costados de mi cabeza, me tenía atrapada, acorralada contra la pared, inmóvil, sin embargo, era mucho más que eso. Había acertado, él estaba detrás de lo que experimentaba porque conocía mi cuerpo mejor que nadie. Me tenía. Su rostro estaba a centímetros del mío, sentía su respiración en el escote de mi vestido y volví a temblar, no me atrevía a desviar la mirada, ni siquiera a cerrar los ojos. Sabía que estaba mal, podíamos ser descubiertos en cualquier momento por alguno de los otros invitados, me había jurado no volver a caer en su trampa, pero él era un demonio que despertaba mis sentidos y los deseos más ocultos en mi ser. Se acercó. Su cuerpo se pegó al mío. Me aprisionó aún más. Se colocó en el espacio entre mi cuello y mis hombros e inhaló mi perfume, estaba obteniendo lo que quería. Traté de no mostrarle nada, pero era una tortura sentir sus labios rozando, aunque no besando mi piel. Me provocaba. Me atormentaba.
No lo soporté, entrelacé mi mano entre su cabello para atraerlo hacia mí e invitarlo a que profundizara sus acciones.
—No —me dijo. Estrechó mis muñecas y las levantó por sobre mi cabeza con una sola mano, la otra viajó a mi espalda. Se tomó su tiempo para recorrerla desde mi cintura hasta llegar al tirante del vestido que llevaba puesto, lo bajó liberando la presión de mi escote, y me dejó medio expuesta ante el hombre que prometí odiar por lo que había pasado entre nosotros.
—Espera… —susurré en un intento porque mi voz sonara serena, claro que mis súplicas se las llevó el viento, Raúl capturó mi brote rosa entre sus dedos y lo pellizcó al mismo tiempo que seguía rozando levemente sus labios contra mi cuello.
A pesar de que al principio estaba ganando la batalla contra el impulso, ese que me imploraba dejar salir mi voz, sus manos terminaron por condenarme. Me liberó y se escabulló por debajo de mi vestido. Las yemas de sus dedos acariciaron mis piernas, después mis glúteos y por último el centro de mi cuerpo. No podía ver su cara y no era necesario, no tenía duda de que había sonreído al notar el rastro de sus actos en mi ropa interior. Sus sospechas habían quedado confirmadas, yo estaba a su merced. Empezó a devorar mi carne, sus labios al fin tocaron y besaron mi piel, casi al mismo tiempo, se deslizó en mi interior y me rendí ante el poder que ejercía sobre mí. Gemí dándole lo que buscaba, aunque estaba consciente de que cualquiera podría pasar por ese pasillo y descubrirnos.
Una y otra vez, sus dedos encontraban mi punto más sensible y aumentaba sus movimientos, yo tenía que morder mi labio inferior para evitar que otro gemido dejara mi boca. A medida que aceleraba su velocidad, también se hundía más profundamente en mis hombros y en el valle de mis pechos. Era difícil no gozar lo que Raúl hacía conmigo a su antojo, cerré los ojos, relajé mis músculos y me entregué más a las sensaciones, pero no podíamos huir de la realidad por mucho tiempo. Entre el ruido de los invitados y la música, logré escuchar unos pasos que se avecinaban a nosotros, no estaban cerca, aunque si no parábamos, seguro nos descubrirían.
—Detente… Debemos parar —en vano intenté alejarlo, su mano sujetó fuerte mis muñecas.
—No te atrevas a reprimirlo —utilizó más fuerza en lo que hacía—. Catalina, mi dulce Catalina, ¿cuándo lo vas a aceptar? Tu cuerpo fue hecho para que yo lo tomara, y tu corazón, para que yo lo amara. Déjate llevar, termina, hazlo por mí —murmuró.
Ya sentía que ardía en llamas, mas con ese último respiro en mi oído, se volvió imposible quedarme callada. Justo cuando abrí mi boca para dejar salir mi voz, Raúl me besó para acallarme, finalmente podía saborear sus labios y responder el jugueteo de su lengua. Obedecí sus palabras y me dejé llevar. El éxtasis me recorría. Soltó mis muñecas para rodear mi cintura y pegarme por completo a él, no dejó de rozar mi botón de placer permitiéndome disfrutar cada ola que me azotó.
Se alejó dejando mis labios con una sensación de vacío y sólo en ese momento me di cuenta de que había acomodado mi vestido y ocultado su mano empapada por mi placer en el bolsillo de su pantalón justo a tiempo para que las personas responsables de aquellos pasos llegaran a nosotros.
—¡Catalina! Aquí estás, te estábamos buscando.
—Catalina se siente mal. De hecho, me ofrecí a llevarla a su casa para que descansara —dijo Raúl.
—¿De verdad te quieres ir?
Yo seguía agotada, sensible y confundida por el orgasmo que hacía poco había experimentado, pero sabía que tenía dos caminos, quedarme en la fiesta o aceptar la discreta invitación que me había hecho. Sabía lo que sucedería si aceptaba su oferta. Era momento de tomar una decisión.
—Bailar tanto me agotó, creo que es mejor que me vaya a casa.
Sellé mi destino. De reojo, vi la sonrisa que se posó en su rostro y no hubo dudas, me llevaría a mi casa a disfrutar el resto de la noche.
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IMAGEN
Tango de pasión >> Óleo con espátula sobre lienzo >> Leonid Alfremov
La Rosa de Plata, Ana Karla Carrera Herrasti nació el 19 de diciembre de 1994 en el Estado de México. Con apenas seis años, encontró en la escritura su llamado y la mejor forma de liberar sentimientos atrapados. Con el tiempo, descubrió que le apasionaban los idiomas, así que se dedicó a perfeccionar su lengua materna y a aprender otras lenguas. Actualmente, es licenciada en idiomas, tiene diez años de experiencia como profesora de inglés y ha tomado distintos cursos de traducción y corrección de textos. Debido a su amor por la literatura e influencia de Khalil Gibran, Edgar Allan Poe, entre otros autores, ha escrito poemas, historias de terror, fantasía y relatos eróticos bajo el pseudónimo de La Rosa de Plata, muchos de los cuales fueron seleccionados en concursos para ser publicados. Hoy en día, busca entrar al mundo editorial y se prepara para publicar su primer libro independiente.