Por Alberto Navia
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No nos gusta tener la mirada fija.
Mi vista es las manos que tu cuerpo recorren.
Tu vista son sensaciones que responden.
Lo discreto supliendo con creces el anhelo.
Lo furtivo volviéndonos invisibles.
No estamos, somos.
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La intención volviendo
Intensos los sentidos
Cuando la cautela encubre
Lo prohibido, permitido.
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Solo hay una infante de diez años
Que sonríe nuestras sonrisas.
Que parece observarnos más allá de lo evidente.
Cupido peinado con coletas.
Es palpable muestra: lo nuestro, inocente.
Los demás tienen asuntos pendientes
Que constante rellenan sus miradas.
Para ellos siempre somos
Transparentes,
Invisibles,
Ausentes.
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El mínimo Cupido ha expuesto, indiscreta,
Una emplumada ala.
La divinidad en un sonrosado apéndice.
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