Por Antonio Rangel Reyes
No te alejo cuando me das la espalda
ni se esfuma tu voz mientras por la noche
voy cada vez más lejos de tu casa.
Me gusta cómo resuena entre mis pasos
lo que has dicho y lo que agregas,
te entiendo o quizá invento que te entiendo
porque regresas a mí con artificios
aunque siga solo
solo con el invento de mujer que lleva tu nombre.
Sí te dejo cuando me das la espalda,
cuando tu mirada baja hasta la ausencia
y laberintas el aire que te rodea
cuando atrancas el silencio con tus labios
y quedas como ficción: el presente sangra
en busca de instantes de brisa.
No, nunca te dejo cuando me das la espalda.
O no quisiera o quisiera hablarte a distancia
como si tejieras las redes de mi mente.
No sé qué hacer con la despedida
con las selvas que forman tus ideas;
no sé si hablan o juegan, si rugen o lloran.
E ignoro si mis ecos apagas
y esta ignorancia duele,
se desprenden trozos de mis brazos,
un poco de mi boca
y otro poco de mis pocas creencias,
si de mí te desprendes, si me das la espalda.