“Mi hijo no trabajará nunca, los hombres que trabajan no pueden soñar;
la sabiduría se recibe en los sueños”. —Nez Percé
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He recibido un comunicado: si quiero seguir hablando del mundo de los Huesos habré de referirme a ello como el Reino de los Huesos y no como país (habiendo rey no manda cortesano). Pues bien, tomo nota. Así que, en el Reino de los Huesos no se aceptan las rutinas: contra lo falso, contra el amaneramiento, contra la desidia, contra la estupidez, contra el aburrimiento, contra la autoridad, contra la religión, contra la política, contra la escuela, contra el intelecto, contra la lógica, contra la educación, contra los prejuicios, contra la ley, contra la razón, contra los tabús, contra la mentira, contra el tiempo, contra todos. Mas, nunca contra Él. Al Reino de los Huesos sólo le interesa la Berdad, y ésta se ha de escribir con Be, como lo hacemos con Belleza y Bondad. La verdad con V es la mentira.
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Mi amigo Manolo, el malagueño, toca flamenco en la calle con su guitarra, a veces acompañado por otro guitarrista gitano; para ello buscan plazas pequeñas, con buena acústica. Ellos tocan por una razón que muchos olvidan, sólo por el placer de hacer música.
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Soy testigo desde hace tiempo de una estafa que no se puede resumir, ni casi definir, porque ésta lo abarca todo absolutamente. El barullo al que me enfrento es monumental. 31/8/20
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Con mi hermano Sagu, nuestro amigo Gerardo y una amiga más, acudimos a una fiesta de la que salimos de fuga con un coche al que, para ponerlo en marcha, hemos de ‘puentearlo’. Al ver los cables, éstos me succionan.
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Acompaño a una delegación española para visitar una empresa rusa. Ya en el enorme edificio, todos entran en el ascensor menos yo. He de subir al piso sesenta y cuatro. Cuando por fin llego arriba, me atiende, tras su mesa de trabajo, una mujer rubia de unos cincuenta años que, además de simpática, habla un castellano tan perfecto que incluso llego a dudar de que sea rusa. Después de charlar con ella, para que no se note mucho que a mí me va esto de pegar la hebra, deambulo por allí completamente perdido, ya que de la delegación a la que acompañaba no se sabe nada. Tal vez la soñé. (Últimamente despierto dentro de sueños para apuntar lo que soñé dentro del sueño). 1/9/20
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Proyecto hacer un hombre caballo (aún no sé por qué le decimos centauro en vez de homoballo o centéquido, o lo que ustedes prefieran); para este asunto, que no he decidido si pintarlo o primero modelarlo en barro, tengo alguna documentación fotográfica que me puede ser útil. Mi primo Carlos está conmigo y tal vez por aburrimiento coge las fotos y las guarda en un bolsillo. Intento recuperar las fotos pero no me las da. Me dice que debe tomar una infusión de choko para hacer de vientre, pero que en este momento ni falta le hace. Entonces me sopla sobre la cara las yerbas de la infusión.
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Empiezo un curso y estoy con mi compañero Braulio (ambos adolescentes). Tenemos que llevar preparados dos dibujos a una escuela de Artes y Oficios. Después veo a mi hija Elvira dibujando con excelencia al carbón, animales. Estamos en el local de Riad y Keka, en la calle Goya, frente al antiguo Palacio de los Deportes, al lado de mi taller.
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Acompaño a mi tía Ana para comer con mi padre en la calle Goya, pero de camino mi tía deja de serlo para convertirse en otra persona, para mí desconocida. 2/9/20
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En una granja encuentro algunos animales con graves quemaduras por el cuerpo, víctimas de un incendio. Me compadezco mucho de estos seres que nunca se quejan por más motivos que tengan.
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Junto a otra gente me dedico a urdir tramas y guiones para películas con trasfondo político. Aclaración: Que nadie piense que nunca tengo pesadillas. Esta es una. La política y los políticos (todos), me dan una repulsa sincera; si son masones (la mayoría), aún más.
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Me encuentro de nuevo en el colegio (nueva pesadilla), junto a otros adultos a los que acabo mandando al carajo por parecerme sumamente aburridos e intratables. También encuentro a mi amiga Purificación, imagino que en calidad de profesora, a la que (con mis respetos) envío al mismo sitio donde mandé al alumnado. Me siento muy solo. Pinto superficies blancas y grises, estrechas y apaisadas. Paisajes de la soledad.
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Un pintor valiéndose de escobas y cepillos, resuelve en un lienzo unas ramas secas como nunca en mi vida vi pintar; además hace unos cielos azules sobre fondos pardos anaranjados de los que me cuesta apartar la vista. Este pintor tiene una colección de paisajes admirables. 3/9/20
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Estoy en mi taller pintando, muy entretenido. Aparece mi amiga Pepa de visita y me llama la atención porque estoy pintando en el trasero de un cuadro que le he regalado. Le acabo diciendo de todo y de manera tan soez como nunca había hablado a un ser querido; mi reacción es tan desproporcionada que soy yo el primer sorprendido. Al tomar conciencia me siento muy confuso y arrepentido.
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Paseo con mi tío Malvar en su lancha por el Mar Menor. Hacemos de taxistas por la playa, recogemos chicas y las transportamos. Yo de vez en cuando le voceo a mi tío, que se lo pasa en grande: ¡Cuidado, capitán, el pulpo Manotas a babor! ¡A proa un tiburón con facturas pendientes de pago! ¡Perdón, capitán, sólo es un bujarrón con el culo al aire! ¡Galerna! A bordo nos meamos todos de risa con mi jaleo ya que el Mar Menor es una balsa de agua salada. 4/9/20
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Mi madre, que anda descalza, parece tener apendicitis y hemos de llevarla al hospital para que la observen. Eugenio, Pepa, y yo hemos hecho tres diferentes pastas (con los restos de un cocido madrileño) para hacer croquetas; las de ellos reposan paralelas a nivel, la mía es deforme y rugosa. Antes de ir al hospital, señalando una pequeña pintura de una pared, les digo a Toni y a su hermano: Si descubrís la naturaleza de este virus, tendréis un premio. El cuadro era bastante feo, una especie de abstracción geométrica tirando a horrible. (Tan solo las investigaciones de la pintora Agnes Martin me agradan).
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Frente al portal de mi casa (de Madrid) he puesto un sillón de piel, muy cómodo, para arrellanarme bajo la sombra de un árbol que ya estaba allí antes de que yo naciera. Mientras, la gente metida en sus casas ve programas donde explotan y sexualizan a niñas pequeñas, sin entender que no son niñas cantando sino víctimas de la codicia televisiva. Viene por la calle una mujer morena, con la piel muy blanca; se acerca a mi sillón y me dice que tiene los pies destrozados por los zapatos de tacón que calza. Le cedo el asiento e indico una tienda al lado del portal, donde tal vez pueda comprar unas sandalias. La dueña de la tienda le da un masaje terapéutico en los pies. Resulta que la mujer de los pies dolidos me gusta mucho. Decidimos cenar los tres juntos. 5/9/20
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Recibo un mensaje encriptado. Win Hof, un holandés que, practicando la respiración de fuego, se hace un ocho mil metros en calzón y zapatillas (¡y sin camiseta!), trotando igual que un verraco feliz de su existencia, ensambla con una soga dos barcas inflables, de lona. Al verle, me río, me cae bien este tipo. Mi propia risa me trae de nuevo al Estado de los Vigilantes. Sé que hubo un chiste que no consigo recordar, tal vez lo contase Win Hof, o tal vez estuviese encriptado en el mensaje que recibí.
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Una productora me contrata para pintar algo para un concurso totalmente amañado que financian ellos mismos. Políticos relacionados con cadáveres con los ojos infectados están implicados en la estafa del concurso. La última pregunta del concurso tiene como respuesta el ouróboros, pero esta serpiente en vez de hacer el círculo mordiéndose la cola, ésta termina en un cubo, con lo cual el símbolo, convertido en otra cosa, desvirtúa su significado para alcanzar en este caso, otra lectura, pues la cabeza de la serpiente queda presa dentro del cubo. Decido sabotear el concurso para que nadie de esta empresa me vuelva a contratar. De noche me reúno en la plaza de Santa Ana con amigos de la adolescencia para charlar.
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Cierro los ojos. En una terraza dos camareras idénticas se besan en la boca mientras dos señoras gitanas vestidas de negro, acompañando a un niño que merienda en una mesa, no las quitan ojo. Gitanas y camareras permanecen impasibles, frente a frente. El niño merienda y yo pinto mentalmente la escena.
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Una ciclista centroamericana gana todas las carreras que hace. Yo la animo. Mientras es entrevistada, detrás de ella hay colgada una obra de un pintor chino contemporáneo (los hay muy buenos) que observo absorto. Luego la ciclista queda descansando en una tumbona con las piernas estiradas y la cara tapada con una toalla. Una turista ucraniana viene a mí, se acerca y me pregunta por alguna revista donde poder ver la fotografía de la ciclista ganadora. Yo voy a la tumbona de la ciclista, que tiene en su regazo una revista deportiva, y se la pido. Vuelvo al lado de la turista y le enseño la revista; ésta mira las fotos de la ciclista muy concentrada, después me devuelve la revista y marcha. 6/9/20
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Trabajo con mi amigo Crispino en el minisúper (tienda de comestibles). Él y las chicas andan reponiendo el género, yo mientras deambulo en trance entre las estanterías y arranco los brotes de zarzas que aparecen por cualquier lado. Nadie quiere que me vaya de la tienda, pues aprecian mi labor. Al rededor del negocio se va construyendo una ciudad, donde antes no había más que un erial. La tienda está situada junto a una antigua torre medieval, muy alta. Esta torre, descollando por encima de todas las casa, tiene algo de galeón fantasma. 7/9/20
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Ojeo libros en mis lápices de memoria. Encuentro uno titulado Los dioses del edén, de William Bramley (cierto es que estaba allí y pude leerlo después en el Estado de los Vigilantes). Observo otro libro titulado El nuevo soñador (éste, de momento, sólo se puede encontrar en el Reino de los Huesos), con un diseño de portada en blanco, ocre dorado, y negro.
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Vivo con un grupo amplio de gente, incluidos mi hermano, mi madre y Alicia. Paulino pasa por donde yo estoy pintando y me dice que le entran ganar de pintar cuando me ve liado. Gerardo Velarde trae un mandril, al que viste con chaqueta. Aun pareciendo un señor, el mandril arrea un bocado a la tabla donde estoy pintando, arrancando el esquinazo. Empiezo a dibujar sus ojos en un papel, pero, cuando me quiero dar cuenta, estoy delineando los ojos del mandril sobre su misma cara, y me llevo un buen susto. Alicia ha traído un perro cachorro que se dedica también a morder los esquinazos de mis pinturas, seguramente por echar los dientes.
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Comparto mi casa con Curra, mi hermano Sagu, y dos chicas chinas que a su vez comparten habitación. Me gusta mucho una de las chicas, pero descubro que no tengo más ropa que unos boxers. 8/9/20
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Un montón de personajes deambulan por una casa que pertenece a mi colega Paco. En un ascensor del edificio se reúne gente que conozco o que conocí hace años. 9/9/20
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En el edificio de la penúltima manzana de la calle Goya, donde tuve mi casa y taller, Martina me da una cartera llena de dinero, que momentos antes había perdido. Mi buzón tiene un empacho de cartas que va vomitando al suelo poco a poco. Las calles están abarrotadas de autómatas y personas no reales, idénticos a la gente real, principalmente en su estrechez de miras, incluido ese terror latente a expandir la visión para, indefectiblemente, empezar a cuestionar todo cuanto nos han inculcado como educación desde la más tierna infancia. (En el Estado de los Vigilantes muchos me han dicho: Prefiero no saber).
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Viajo con Lino (mi querido mastín) por Cataluña. Un hombre hace amistad con nosotros y nos lleva a la masía de su padre; ahora plantan algodón; antaño buscaban plata, pero debido a una legislación especialmente corrupta, tuvieron que dejar aquello de la extracción mineral. En una gran nave, reunidos con vecinos del lugar a modo de cooperativa, hacen de todo; de tal forma son autosuficientes. (Es en este sentido, de soberanía vía autogestión, donde encuentro que la comunidad con los hombres podrá retomar una razón de ser).
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Una cantidad enorme de objetos virtuales interactúan conmigo provocando alteraciones de carácter abstracto en mi espíritu; unos objetos cambian de tamaño, desproporcionándose pasan de útiles a símbolos activos; otros se transforman en nuevos objetos, a veces en secuencias tan vertiginosas que seguir las mutaciones demanda toda mi atención; con cada cambio el pensamiento varía, e incluso la mente sufre modificaciones, ya que cada secuencia de cambios forma un comando, que implica un lenguaje consumado. ¿Podría ser éste el idioma o código fuente de nuestro subconsciente?
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En una ciudad para mí desconocida, una amiga me deja las llaves de un piso desocupado de uno de sus amigos; mientras realizo un encargo, puedo quedarme allí. Salgo del piso para dar un paseo y, al pie de un puesto de helados, me doy cuenta de que no llevo dinero y además me he dejado las llaves dentro de la casa; mi despiste es tal que ni siquiera sé el nombre de la calle donde me alojo.
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Estoy con Curra en algún lugar indeterminado y de golpe y porrazo aparezco en México, entre los colaboradores de Sombra del Aire. Incluso hay un grupo de jóvenes pintores que, entre otras cosas, se dedican a decorar la ciudad (con y sin ánimo de lucro), pero no veo a nuestra editora por ningún lado. Todos son conmigo muy gentiles y corteses. Yo les acompaño allá donde me digan que vamos y me pierdo con tantos detalles como veo en las calles: la mirada penetrante de un pequeño mono de un puesto herbolario; los ojos vacíos de una máscara con un velo; una señora mayor vestida tan de negro como nuestras ancianas castellanas; las trenzas del pelo; increíbles tipografías manuales fuera de catálogo; los colores, cientos de mezclas explosivas y hazañas decorativas para la razón inclasificables; multitud de olores ambulantes compitiendo entre sí; el gentío variopinto; las arquitecturas; las voces, modismos y ruidos; y un largo etcétera de puro abigarramiento y psicodelia para los sentidos de alguien propenso al delirio gráfico y auditivo. Cuando me presentan a alguien, intento relacionar su nombre con mis lecturas, con lo cual mi caos mental aumenta. De vuelta, noto cómo lo he pasado de bien. 10/9/20
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Primero me veo hablando con David Icke, ambos parados de frente. Después me veo junto a mi hermano Sagu y mis padres, en La Manga del Mar Menor. Dos guardias civiles vienen a casa a cenar, para después jugar una partida de mus con Sagu y conmigo; cosa que no llega a suceder ya que por ahí anda mi padre liando todo, poniendo difícil lo fácil. (Siendo niños, mi hermano y yo entrábamos, alevosos y nocturnos, en un supermercado que creo relacionado con la partida pendiente con ‘las fuerzas del orden’). 11/9/20
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Soy adolescente y busco textos de autores griegos. Mi amiga suiza Ursula viene a casa con un libro nuevo y discute con Sagu sobre la calidad del texto que trae; Ursula lo defiende mientras mi hermano lo echa por tierra ridiculizándolo despóticamente. Al no ponerse de acuerdo, ambos preguntan mi opinión. El texto resulta ininteligible y críptico, más relacionado con augurios y predicciones catastrofistas que con otro asunto, y nada de lo leído tiene significado para mí. Tratando no causar ofensa, busco la manera de decírselo a Ursula.
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Vuelvo al mismo escenario donde, después de un viaje, acepté pasar la noche en mi antiguo colegio (entrada 17/4/20). Mi hermano Sagu y yo tratamos de recoger ropa para nuestro primo Carlos. Oscurece y me veo allí solo, como en una pesadilla. Quedo dormido en la sacristía, un auténtico criadero de larvas de vampiro. Despierto completamente rodeado.
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Mi primo Fran ha comprado una máquina para poner en marcha oraciones y ruegos; su aspecto es el de un pequeño altar mecánico, un cruce apócrifo entre una carraca tibetana, un calendario de adviento medieval, y un reloj de cuco (agitar y servir). Le sugiero a Fran que, teniendo el altar, vaya a por el templo.
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Se crea un bucle al rededor de un músico que cae en desgracia, de tal manera que su caída nunca concluye. Más que con hechos comprobados, su culpa está relacionada, como suele ocurrir, con los prejuicios ajenos, las habladurías constantes, los roles heredados, y las falsas creencias. 12/9/20
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Me acompaña José, joven percusionista de una banda de gaiteros y vecino mío en la Hoya de Don García. Estamos en tiempos de guerra y tratamos de hacer un recuento de las casas en pie para establecer un censo pedáneo aproximado.
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Un hombre llamado Sergio Manuel me alquila una habitación. Parece ser que tenemos algo en común, aunque no sabría decir qué, pero nos entendemos. Hago una tortilla de patatas para Elvira, Arabel y Curra. A partir de este momento decido dormir a la intemperie, en el bosque, con los gatos adultos. Llega de Murcia Antonio, el hermano de Maravilla, un chiquillo murciano amigo mío. Las chicas se arreglan para salir por la noche con Antonio que, aquí en el Reino de los Huesos, no tiene ningún tipo de retraso (el retraso de Antonio no tiene que ver con su capacidad intelectual sino con la falta de un entorno favorable para desarrollar ésta).
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Vuelve el hombre llamado Sergio Manuel. Éste tiene una enemiga declarada, una mujer atractiva pero siniestra, llamada Antonia Pe. Gracias a la ayuda de Escobar, un amigo detective, descubrimos con qué ardides Antonia Pe trata de arruinar a Sergio Manuel. Antonia Pe al advertir mi apoyo a Sergio Manuel, echa pestes contra mí en todas las direcciones posibles. Por mi parte, floto tranquilamente en el mar mientras observo a los demás personajes de esta trama discutiendo sobre un acantilado. Luego, aparentemente Sergio Manuel está tumbado en una cama y, sobre su cuerpo inerme, trajina un ser obscuro y corcovado, de nariz enorme, gesto obsceno, y ojos desencajados, enviado por Antonia Pe; este tipo literalmente tira de la lengua del cuerpo yacente creyendo estar sacando información de Sergio Manuel, cuando en realidad lo que hace es tirar de una interminable y esperpéntica lengua bovina, engañado por Sergio Manuel, que es sin duda un brujo consumado, tanto como para hacer pasar el cuerpo de un ternero por el suyo propio, ante los ojos del villano narigudo. 13/9/20
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Entro en un bucle deforme e inenarrable sobre la corrupción atroz del sistema, sobre cómo gobierno y oposición en cualquier país, son una misma empresa, con los mismos intereses y las mismas agendas. (Se entiende por qué en España hay un número de funcionarios tan excesivo, cuando en otros países de población homóloga se apañan con menos de la mitad; toda esta caterva de funcionarios disfuncionales y vagos hasta la médula, ¡conforman el grueso de los votantes!; estos asalariados alérgicos a las artes y los oficios justifican el sistema sin producir más que dolores de cabeza al resto. 14/9/20
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Cierro los ojos. A modo de traveling pasa ante mí un paisaje de costa. Amanece mientras la niebla se disipa a favor de la nitidez y el detalle; se trata de una estrecha y larga franja de playa con selva ecuatorial detrás.
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Cierro los ojos. Floto sin cuerpo por mi casa, ahora en penumbra. Bajo hasta la cocina y, en la ventana que da a la terraza norte, veo un caracol enorme, como un balón.
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Cierro los ojos. A vista de pájaro veo un parque con bastante gente todavía. Es un parque rectangular y pequeño.
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Cierro los ojos. Bajo por la calle de Hermanos de Pablo (Madrid), me cruzo con dos mujeres caribeñas. Ellas no me ven a mí.
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Hablo con un grupo de gitanos mientras les acompaño a un teatro. Una diseñadora de ropa muy simpática me saluda y hablamos; noto que la gente no la aprecia; ella me regala un queso francés de Brie, cremoso y con forma de torta. Al marchar ella, la gente del teatro me mira con recelo; desconozco el motivo de la enemistad. De la butaca del teatro paso a un asiento de tren. No sé dónde estoy. Me he fugado y me he perdido.
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Hago un trabajo informático para una prisión: Proceso ante seis pantallas una serie de líneas que son tanto conceptos como objetos. Allí donde trabajo hay dos mujeres, una es rubia y la otra es morena, son amigas y me prestan ayuda; hay también dos hombres, un viejo trucho y un policía corrupto, y desconozco de ambos su razón de estar; después de tener un encuentro sexual con la mujer rubia, el viejo bujarra me aconseja matar al policía corrupto introduciéndole el mango de una cuchara sopera por el ojo, hasta el cerebro. Por otro lado, el policía me anda buscando; éste ha inoculado una enfermedad a las dos mujeres, pero sólo la mujer morena desarrolla el mal. Empuño la cuchara sopera. 15/9/20
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Comparto con mi hermano una pieza de piano (andante). Tras el piano zumba disonante un órgano, como si fuese un berrido animal, y un redoble sesgado en un platillo pone el punto final.
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Mi amigo Paco me trata de convencer de que acuda a gente de izquierdas como inversores de arte. Yo trato de explicarle que no existe eso que llama gente de izquierdas, pues todos contradicen la teoría con sus vidas aburguesadas y acomodaticias; él entra en estado de negación cuando afirmo que tales estereotipos han sido creados para manipularnos dividiéndonos aún más, estado todo el mundo polarizado; la TV se encarga de la siembra. Por otro lado, Paco Almazán, más pragmático, menciona a la banca en el papel de mecenas (aquí se me pone el estómago cual tambor de lavadora centrifugando). Almazán me pide que le regale algunos dibujos, cosa que hago encantado, al ver que mi amigo los aprecia.
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Tengo un cable que se mueve por dentro de la Tierra con el que se puede viajar justo donde uno quiera o deba estar. Un anillo de oro baja por el cable, que el anillo enhebra. La consciencia del viajero se ha de instalar en el anillo y así es transportado. El anillo lleva una oración tibetana, como el anillo mágico que mi hija Elvira supo encontrar para mí, en Cristiania, Dinamarca. 16/9/20
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De paseo por la calle me voy cortando largos mechones de pelo que acumulo en la mano. En una boca de metro hay parejas de chavales buscando un enfrentamiento violento a base de empujones.
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Me hospedo con Aristarco y mi hermano Sagu cerca del Parque del Retiro, en un lugar donde sólo hay extranjeros. Salgo a la calle y me tumbo en un banco. Ante mí pasan un montón de gente africana y me miran como si hubiese caído de la Luna; luego, un hombre mayor y con autoridad me mira a los ojos primero, para después regañar a su gente. El caso es que los niños y sus madres se ríen de mí pero en absoluto me molestan; al contrario, estas risas me relajan.
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Duermo en el Palacio de los Deportes y sueño que sueño con mi amiga Blanca. Después despierto ante un artesano valenciano, un carpintero que tiene su taller en un bajo, de tal forma que las piezas que de allí saca las lleva sobre su calva, que los clientes recogen en el último escalón que da a la calle; el escalón actúa de frontera. Hay también, en este taller, un tipo momia muy silencioso, administrador de pócimas, que ya lo quisieran para sí como bedel los del museo etnográfico.
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Estoy en la cama con una amiga argentina. Además de hace del sexo teoría racional, resulta insaciable. Sin saber cómo, paso de la cama a estar con una banda de jazz que toca en un antiguo taller de coches. El batería es un hombre negro que a base de cortos solos vapuleaba su caja excatedra, dándonos a los presentes sopas de letras con ondas de la A a la Z, en todo lo concerniente a bases y desvaríos rítmicos; el hombre lleva camisa blanca, fina corbata negra, y una gafas gordas de grandísimo miope. Toda la banda le sigue como puede, deseando que salga por alguna tangente sincopada, para poder escuchar atentamente otra de sus breves pero contundentes lecciones. Tipos así tocan sobre un bote de detergente y dos cacerolas y consiguen que suene de maravilla. 17/9/20
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Mi hija es pequeña y jugamos y retozamos sobre un sofá, rodeados de libros. Me levanto para aderezar una cazuela azul con tajadas de pescado, tomate, albahaca o cilantro, y cominos. La salsa de tomate es espesa, me doy el gusto de hundir el dedo en ella. (Creo que nunca llego a comer en el Reino de los Huesos).
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Curra y yo vamos en la furgón 4×4 que le regalé. Con la mente conseguimos que la máquina suba por las paredes.
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Limpio pinceles y brochas mientras pienso en la posibilidad de exponer en Barcelona. (Exponer no es algo que me haga demasiada gracia). 18/9/20
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Se trata de una comunidad negra trabajando en un teatro. Se trata de un hombre que cuida del elenco como una perra protege a sus cachorros: les peina, les acicala, les tira de las orejas, les da la palabra exacta, les aguanta la cabeza si lloran, les limpia después los mocos, les sube el ánimo, les baja los humos, les refresca los músculos, y les recuerda que pese a todo, son únicos e inmortales.
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Desde un alto pasadizo con ventanas entre dos edificios, tipo puente veneciano, observo una ciudad con mi amigo Gerardo; en este pasadizo me espera una mesa con una computadora.
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Pinto en el interior de una habitación pintada por mí, pinto un cuadro de la habitación. El caso es que algo no funciona en el cuadro, y es la pintura de las paredes de la habitación; entonces caigo en que para arreglar el cuadro, antes debo cambiar el color de las paredes de la habitación, ya que si no lo hago de este modo y tan solo arreglo el color de la pintura de las paredes en el cuadro, aun funcionando éste, seguirá habiendo en mi vida, algo que no va bien. 19/9/20
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Continuará…
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Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.
Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.
Descarga aquí de manera libre La aurora de los vampiros, de Alias Torlonio

