ABRAXAS
Por Alejandro Roché
Bajo una higuera, sobre un montículo de heno, Deizkharel observa en el cielo cómo las nubes se enjutan, se estiran, se tuercen, se inflaman y, siempre sumisas al capricho del viento, transmutan en formas abstractas cobrando vida en la imaginación de quien las contempla.
—¿En qué piensas?—, pregunta el padre Adriano, quien al ver a Deizkharel meditabundo, se acerca con la intención de averiguar las inquietudes responsables del aislamiento del cual es preso en últimos días.
—Nada en especial… En el cielo… Es tan grande, inmenso, azul, diáfano, en ocasiones pareciera que con sólo estirar la mano podría tocarlo. A veces cierro los ojos y siento la brisa del viento, es fresca en los cálidos días de verano, es una suave caricia relajante, es entregarse a una siesta profunda donde el tiempo se detiene, la felicidad y la tristeza no existen; ahí, no hay nadie, sólo yo, es perfecto y quisiera quedarme en ese lugar mágico, dormir durante mil años para luego despertar y que todo el mundo conocido hubiese sido suplantado por otro, no mejor ni peor; sólo diferente, para conocer otra realidad. ¿Qué será esto que nos rodea? ¿La realidad es un sueño de Dios? Quizás soy una pesadilla, o sólo una pequeña hoja al capricho del viento, o tal vez es como dicen: la vida es una novela narrada por un idiota, y ese idiota es…
—¡Ni siquiera lo digas!
—¡Perdón, padre! ¡Bendito y Alabado sea el corazón de Jesús Sacramentado!… Es sólo que todo parece una ilusión…, en ocasiones siento el mundo girar en torno a mí… Muchas veces me da la impresión de que mi alrededor cobra vida si yo estoy presente y cuando me alejo las personas se vuelven maniquís en un escenario inanimado, donde ni siquiera el viento perturba la quietud de la naturaleza…, es casi un hechizo, en un sueño perpetuo, una pesadilla donde todos se burlan a mis espaldas y frente a mi sonríen hipócritamente… es una maldición… ¿Acaso estaré embrujado? ¿Usted cree en la brujería?
—Claro, hijo; no puede existir el bien sin el mal. La brujería es una de las formas en que Satanás esclaviza a los hombres.
—¿Usted sabe que es un súcubo?
—¿Súcubo? Mira…, en la Edad Media se creía que era un demonio que se aparece en los sueños de los hombres.
—¿Y causa pesadillas?
—No; es más, los sueños que provoca son deleitables…, son de tipo carnal. Mira, se presenta en los sueños de los hombres en forma de mujer y tiene relaciones sexuales con el individuo. ¿Tienes sueños eróticos? Si los tienes, no te asustes, son normales a tu edad, y no debes preocuparte, pues lo que hagas dormido no es pecado. Son sólo pensamientos del inconsciente; esta clase de sueños son provocados por los cambios que se llevan a cabo en tu cuerpo.
—¿Usted sabe que son los sueños?
—Mira… los sueños son imágenes, escenas producidas cuando dormimos: en términos generales no tienen importancia, sólo si son pesadillas frecuentes. ¿Sufres pesadillas?
—No…, no lo sé. A veces duermo y veo cosas raras, animales fantásticos, lugares desconocidos. Hay un animal…, una bestia que arroja un huevo de su vientre, al golpear el suelo se quiebra y sale una especie de cría, entonces el primer animal desgarrándose las entrañas lanza un alarido y de sus ojos se desprende un halo de luz que penetra en la criatura. En ocasiones soy la cría que sale del huevo y, si esa luz entra en mí, el sueño termina. Si soy el animal, me desgarro las entrañas y siento la muerte correr en mi sangre, es un desvanecimiento, es un sueño; la caída en un letargo, y después… me veo en el cuerpo de la criatura que salió del huevo, abalanzándome sobre su progenitor y comienzo a devorarlo. A mí me repugna esta acción; sin embargo, sólo soy un observador a través de sus ojos.
A veces me veo corriendo grandes distancias hasta llegar a un enorme lago, entro en él y comienzo a nadar únicamente con mis pies, me mantengo erguido y con la mirada de frente, llego a la parte media del lago donde me detengo, veo a mi alrededor, me doy cuenta de que estoy solo, la oscuridad me envuelve, levantando la cabeza, en el cielo veo luces semejantes a estrellas, pero su luz es blanca y tenue. Permanezco tanto tiempo mirando el firmamento, que puedo contarlas y siempre es el mismo número; son treinta y seis.
Ya pasado mucho tiempo, dentro de mí se mueve un cuerpo extraño y comienzo a pronunciar palabras en un desconocido lenguaje; las estrellas empiezan a moverse. Primero tres de ellas se colocan una frente a la otra, y de cada una se desprenden dos rayos luminosos que se encuentran con los del par de estrellas laterales para formar un triángulo de luz, y así las treinta y tres estrellas restantes hasta conformar doce triángulos entrecruzados. Instantes después descienden sobre mí mientras vomito un líquido espeso, negro y nauseabundo; un animal comienza a salir de mi boca, provocándome gran dolor, pues en sus intentos por salir de mi cuerpo y yo de escupirlo, me desgarra internamente. Esta situación se alarga por tanto tiempo que parece una eternidad.
Cuando casi está totalmente fuera de mí, el mar se agita y a lo lejos veo enormes llamas acercándose, las estrellas intensifican su luz iluminando todo el lugar y el mar es una barrera contra el fuego que me rodea. Momentos después expulso totalmente ese animal que al parecer es mi hijo, sólo que él tiene gran multitud de alas; como si fuera insecto. Por momentos flota y se sumerge en el agua, pero después se eleva en vuelo, y nuevamente pronuncio palabras desconocidas; en tanto, el sueño me vence y después nada…
—Es un sueño muy raro. ¿Te da miedo?
—A veces.
—Ve a la capilla, reza y pídele a Dios que aleje de ti todos esos sueños. En las noches antes de acostarte reza tres Aves Marías y un Padre Nuestro, encomiéndate a la Santísima Virgen, ella te liberara de todo mal.
¿Rezar? Ahora Deizkharel recuerda por qué no quería comentar sus sueños. Los padres lo solucionan todo con sus rezos, además de ser monótonos y aburridos, rezar un rosario cada día no ha sido suficiente para que Dios le mande un padre y una madre. Esta situación le orilla a pensar que Dios sólo es una invención de los clérigos, pues siempre que algún chico del orfelinato se rebela, ellos usan a Dios para mantener la obediencia de los huérfanos.
No obstante, rezar es una excelente fórmula para dormir y, como nada pierde con recitar las oraciones recomendadas, esa misma noche antes de concluir el tercer Ave María, la conciencia le abandona, sumergiéndole en un profundo descanso, o al menos Deizkharel lo supuso al rezar, porque después de quedar dormido su imaginación se desborda y en ella corre, huye de un perseguidor transmutado en fuego que predice sus movimientos, pues si se encamina hacia la oscuridad, sólo da unos cuantos pasos para encontrarse con llamaradas que lo detienen en su huida. Entonces retrocede para recordar que detrás de él también le espera la misma suerte e, impávido, observa el fuego precipitarse sobre él y, justo antes de que las llamas puedan tocarlo, de un sobresalto se levanta de la cama para quedar de pie y darse cuenta de la penumbra del dormitorio comunal. Suspira, cierra los ojos —Todo fue una pesadilla—, se repite varias veces en aras de autoconvencerse, porque una parte de él le insinúa que todo el sueño fue más real que su entorno mismo y, sin embargo, ¿puede existir un hecho más certero que la realidad?
Para recobrar la serenidad camina al sanitario y, cuando quiere abrir el grifo del lavamanos, se percata de su incapacidad para girar la llave, cree que su vista le juega una mala pasada y por ello no logra girar el grifo, se restriega los ojos e intenta de nuevo; mas, aun así, sus manos no logran asirse de la llave. Ante tal hecho, Deizkharel cree ser un fantasma y esa idea le aterroriza al punto de querer gritar para despertar de su pesadilla. ¿Pesadilla? Pero, ya había despertado ¿o no? Levanta la mirada y en el espejo sólo observa la pared de ladrillos rojos. Aterrado, corre a su habitación y se halla asimismo dormido; se acerca a la cama para tocar su cuerpo, más sus manos sólo traspasan la materia. Súbitamente, aquel cuerpo que antes era suyo se levanta quedando de pie, voltea y ve a Deizkharel a los ojos. Ambos con mirada fija se colocan uno frente al otro contemplándose mutuamente, Deizkharel pregunta:
—¿Quién eres tú?
—Yo… soy tú, soy tu otro yo. Soy el recuerdo de tus reencarnaciones y me desprendí de ti para liberarte de la pesadumbre que te perturba… Ven, toma posesión de tú cuerpo, seamos uno nuevamente para que platiquemos del pasado.
El alma de Deizkharel al tocar su cuerpo es absorbido por éste, dentro de él, en sus pensamientos escucha una voz que no es la suya y al tiempo ésta tiene el control del cuerpo y lo hace recostarse en la cama, cierra los ojos y paradójicamente se contempla a sí mismo, sin ser Deizkharel quien se encuentra en su cuerpo, él es un espectador, la experiencia es inverosímil y lo deja perplejo porque no comprende nada de lo que sucede.
—No temas, Deizkharel, tranquilízate hermano, es la única forma en que podemos platicar. Sé que no comprendes quién soy, pero debes de confiar; yo soy tú, aunque no me recuerdes, en cambio, yo si te conozco y tengo muy presente el pasado que hemos vivido y por ello esta plática, porque debo advertirte que alguien ha penetrado en nuestras memorias y sabe quiénes somos. ¿No lo recuerdas? No, no; no lo recuerdas. No debes temer. Hace algún tiempo, antes de que este universo fuera forjado, en Dazian, donde habitaban los Zakras en grandes cuevas alimentándose de frutos silvestres a orillas del lago Arxzin, donde sus cuerpos desnudos respiraban libertad porque carecían de vergüenza; su número no superaba el ciento, a pesar de una cualidad única: eran inmortales; vivían en sociedad pero no tenían jerarquías, sólo poseían un líder llamado Patriarca y se les diferenciaba de los animales porque eran conscientes de su lugar en el universo; hace tiempo en la tierra de Dazian, hogar de los Zakras, hubo una noche en que la luna y las estrellas apagaron sus luces para dar paso a la oscuridad, el lago Arxzín se tiñó de sangre, el aire se impregnó de hediondez y las aves cantoras entonaron fúnebres cantos.
Los Zakras pronto se reunieron en una gran cueva para discernir sobre estos fenómenos, de antemano comprendieron que tales designios de la naturaleza sólo auguraban una calamidad tan grande, que sin duda implicaba su aniquilación. Sin embargo, no comprendían qué o quién sería la causa de su exterminio.
Alrededor de la fogata, con mirada taciturna, contenían el silencio y de vez en vez alguien intentaba tomar la palabra, pero se reprimía por temor a expresar tonterías; nadie tenía el valor de hablar, quizá porque comprendían que nada de lo que dijeran o pretendieran hacer, cambiaría el curso de su destino. Sólo el chisporroteo del fuego irrumpía la quietud.
De pronto, un grito lastimero penetro en la cueva; todos permanecieron inmutables, temían que fuera el fin, pero un segundo grito provocó que uno de ellos instara a investigar; después de todo, nada podía matarlos, eran inmortales y, tomando la iniciativa, el Patriarca tomó la palabra y dijo que el iría. Ante tal acto de valentía, todos le siguieron y buscaron hasta encontrar a un par de gemelos recién nacidos bañados en la sangre de su progenitora, quien yacía muerta en la espesura del bosque. La escena dejó perplejos a todos, no porque la madre fuese una de ellos, sino por contemplar un cadáver de su raza; conocían la muerte, más sólo la de otros animales.
Atónitos, permanecieron petrificados largo rato e, interrumpiendo la inmovilidad, el Patriarca tomó al macho y lo nombro Mavet, pues la muerte venia entre sus manos; a la hembra la llamo Batel, y dijo a los presentes que él se haría cargo de ambas criaturas y que la madre seguramente habría muerto a causa de los designios que todos conocían. Nadie objetó esta decisión y continuaron con su rutina diaria; sin embargo, a partir de aquella noche las hembras de los Zakras comenzaron a preñarse y eso fue antinatural, pues sólo podían quedar encinta cada que las dos lunas del planeta Dazian se alineaban y eclipsaban al sol; mas nadie se atrevió a cuestionar tales sucesos, simplemente los dejaron fluir como las apacibles corrientes del río Xhézan.
Días después, en una noche oscura, un grito despertó a los Zakras e instintivamente buscaron en la espesura del bosque, hallando nuevamente a un recién nacido con setenta y dos símbolos desconocidos estigmatizando el cuerpo bañado en la sangre de su madre, quien igual a la anterior, yacía muerta. Nuevamente el Patriarca tomo a la criatura, a ésta la nombro Yhvh[i] y dijo que él se haría cargo de ella.
De la misma forma, lunas posteriores nacieron otros pequeños que fueron llamados Brahma, Ataguju, Ptah, Ñamandú, Tawa, Maheo y P’an-Ku.[ii]
Los Zakras vivieron inmersos en el pánico y la desesperación, pues desconocían el origen de estas criaturas, su nacimiento era antinatural y escapaba a toda capacidad de raciocinio y, por si todos estos acontecimientos no fueran suficientes, otra hembra parió a dos machos de nombre Ormuzd y Ahirman.[iii] Estos pequeños a diferencia de los otros, nacieron con su madre en cautiverio para evitar la muerte de la hembra preñada, pero, por una desconcertante razón, los pequeños en vez de atacarla, el uno al otro se agredieron derramando su sangre. La madre horrorizada quiso separarlos, pero los hijos se volvieron contra ella, devorándola en segundos sin dejar rastro. Después, el Patriarca se los llevo con él.
A partir de este incidente, muchos de los Zakras comenzaron a cuestionar la autoridad del Patriarca, quien ante cada nacimiento se limitaba a nombrarlos y llevárselos con él. Nadie tuvo el valor suficiente de contradecir, ni siquiera de debatir públicamente las decisiones de la única autoridad.
Transcurrieron algunas lunas después del nacimiento de Ormuzd y Ahirman, cuando un nuevo alumbramiento en cautiverio arrojó a dos pequeños unidos por sus sexos, simulando una copulación. Esta vez la madre no murió, pero un ser con tal forma horrorizó a todos y protestaron ante el Patriarca, quien sin decir palabra tomó una piedra filosa, escindiendo los cuerpos, para nombrar Ometcuhtli a la parte masculina y Omecihuatl a la parte femenina[iv]. Esta acción sólo avivó el descontento de los Zakras. Así, el Patriarca esperó a que el silencio reinara y habló de una revelación, donde las madres muertas le hicieron saber que un ente las había poseído sexualmente y él era la causa de todos los nacimientos, pero en días próximos nacería otra pequeña y seria el arma para alejar la desconocida forma de vida causante de todo mal. Los Zakras creyeron y fueron a sus casas confiando en las palabras del Patriarca.
Tiempo después, otra hembra dio a luz una pequeña cuyo cuerpo resplandecía de luz y por ello fue llamada Ether. Este nacimiento se recibió con júbilo y alegría pero, celebrando la llegada del nuevo miembro, se escuchó otro grito proveniente del bosque e, instantáneamente, la noche se confundió con el día, el sol y las lunas intercambiaron sus trayectorias, el fuego comenzó a brotar de las profundidades de Dazian, los pájaros corrían, los animales de dos y cuatro patas volaban; el aire se volvió pesado cayendo a los pies, y la tierra se elevó a los cielos, donde las nubes lloraban sangre, lodo y alimañas.
En el desconcierto, los Zakras corrieron en todas direcciones. Sólo unos cuantos tuvieron el valor, incluyendo al Patriarca, de ir a donde se escuchó el grito. En la espesura del bosque encontraron un ser deforme con doce rostros, el primero saludaba sonriente a los recién llegados, otro lloraba mirando a su madre ser devorada por la boca de uno de los doce rostros, otro murmuraba palabras desvanecidas en el ruido, uno de ellos miraba con espanto a su alrededor, mientras otro, con expresión demencial, gritaba enmudecido, dos de ellos se besaban, en medio de la confusión se erguía un semblante sereno de ojos cerrados, dos de ellos discutían, y el ultimo expresaba la conmoción de todos las demás caras.
Esta criatura deforme, arrastrándose llegó a los pies del Patriarca y se elevó a sus brazos. Éste lo tomó y dijo: “Tu nombre será Chaos[v]”. Sólo hubo pronunciado tales palabras, el sol y las lunas volvieron a su curso normal, el día y la noche dejaron de ser uno, las aves volvieron a los cielos y los animales de dos y cuatro patas volvían a pisar la tierra del bosque. Los cielos se tornaron claros y las nubes dejaron de derramar calamidades sobre los Zakras, la tierra volvió al suelo, el aire ocupó su lugar, el fuego regresó a las entrañas de Dazian y el orden natural volvió a imperar.
El Patriarca con el recién nacido en sus manos, intento regresar a su cueva, pero esta vez uno de los Zakras dijo que los recién nacidos eran los causantes de tales desgracias y debían morir. La mayoría, que sólo buscaban un pretexto para sublevarse en contra del Patriarca, levantaron la voz más fuerte que la de su líder para ignorar su autoridad. Él, ante la sublevación, no objetó palabra, pero ahora el problema era cómo dar muerte a las criaturas. Nadie supo dar siquiera una idea; sin embargo, sabían que se debería hallar una forma o la comunidad lo lamentaría.
Lo primero que intentaron fue mutilarlos miembro a miembro, sin embargo los muñones crecían una y otra vez; también probaron exterminarlos con fuego, y aun así renacían entre las cenizas, y ello era absolutamente normal, pues eran inmortales. Por ello decidieron confinarlos en árboles huecos en espera de una solución.
A partir de ese día nadie más nació, y las crías prisioneras permanecían en silencio a pesar de la madurez mental para expresar sus pensamientos.
Muchas lunas vieron pasar en el cielo los pequeños desde su cautiverio, siempre enmudecidos con mirada inquisitiva, rencorosa y desafiante; observaban a los Zakras incomodándolos con su mirada, y nadie quería acercarse a ellos; solo Akhrinia, madre de Ether[vi], los alimentaba por compasión.
Los Zakras pensaron que esta situación se prolongaría eternamente, pero un día Yhvh comenzó a suplicar por su libertad. Nadie le hizo caso y, a la nula respuesta a sus palabras, comenzó a gritarle al Patriarca llamándole padre, fue en ese momento que toda la comunidad le prestó atención, pues los Zakras podían saber quiénes eran sus padres, y así el pequeño revelo la culpabilidad de Zaxarba, nombre del Patriarca, quien de una manera inexplicable, había copulado con todas las hembras ahora fallecidas y de una forma igualmente desconocida, les había dado muerte. Muchos dudaron de estas palabras y otros creyeron en ellas; entonces el Patriarca lanzó un grito tan estremecedor, que los troncos huecos de los árboles se desquebrajaron liberando a todos los pequeños. El Patriarca tomó al primer niño nacido, cara a cara le miro a los ojos y dijo:
—¡He aquí a mi primogénito! Mírenle todos, porque yo estoy orgulloso de él, tanto como él lo está del mí.
Y sólo hubo pronunciado estas palabras, el cielo ocultó su brillo y las tinieblas los envolvieron; llenos de pánico, todos huyeron. Fueron sólo instantes, pero cuando el día se tornó nuevamente claro, el Patriarca había desaparecido junto con todos los pequeños.
A partir de este suceso nadie supo de él, todo era un misterio que cada luna se olvidaba en la bruma del tiempo. Hasta que un día todos los pequeños regresaron y, sin decir palabra, comenzaron a agredir a los pacíficos Zakras; ellos se defendieron y pronto el encuentro se convirtió en una enfrascamiento cuerpo a cuerpo.
A pesar de la pasividad de los Zakras, aguerridamente lucharon contra los pequeños, quienes poseían una fuerza sobrenatural, pues sólo ello podía explicar que todos los Zakras cayeran desfallecidos de cansancio ante sus agresores. Vencidos, fueron enclaustrados en los mismos árboles que ya habían renacido y, cada luna, uno de ellos era asesinado entre ritos misteriosos, de los cuales los cautivos sólo escuchaban cánticos y algarabía, ya que la prisión limitaba su vista.
Los Zakras murieron uno a uno, ni siquiera intentaron escapar o suplicar por su vida, pues de antemano presintieron que el ineludible fin de su raza era próximo. Cuando la luna y las estrellas opacaron su brillo, el mar se tiñó de sangre, el aire se impregnó de pestilencia y las aves cantoras entonaron fúnebres cantos; desde ese aciago día intuyeron que no volverían a cerrar los ojos tranquilamente y abrirlos para ver las lunas ocultarse ante la esplendorosa luz del Sol.
Cuando únicamente quedaban tres jóvenes Zakras, estos tomaron la decisión de huir. En plena fuga del cautiverio juraron venganza en contra de los asesinos de su raza. Lamentablemente los apresaron y corrieron el mismo infortunio; sin embargo, al morir descubrieron un hecho insólito, no perdieron la conciencia, sólo se desprendieron de su cuerpo, con lo que conoces como alma. En tal estado no pudieron vengarse de sus agresores; no obstante, de esa forma se percataron de que existía un “ente energético“, el cual subyugaba a los pequeños, porque ellos sólo eran esclavos. Pasó mucho tiempo para darse cuenta que SAXARBA, el Patriarca, había transmutado en una forma de existencia que se divertía asesinando y destruyendo toda forma de vida del planeta Dazian, y la misma suerte corrieron otros planetas, siendo las almas de los Zakras mudos testigos de estas barbaries.
Con el tiempo, todos los pequeños tenían la misma naturaleza de su padre, ¿cómo lo lograron…? Ninguno de los Zakras pudo comprenderlo. Sin embargo, cada vez que se apareaban entre ellos, nacía una nueva criatura, y la energía vital de uno de los padres se apoderaba del cuerpo recién nacido, pero nunca nadie pudo observar cómo lograron prescindir de la materia y convertirse en energía pura.
La destrucción de los planetas continuó hasta llegar con unos seres primitivos, los cuales poseían la peculiaridad de percibir las energías; ellos también comprendieron que estas formas de vida serían su destrucción, y uno de ellos, acostándose en una gran piedra, se desgarró las entrañas y gritó que ofrendaba su sangre a cambio de perdonar la vida de los demás. Esto dejo perplejo a SAXARBRA, a sus hijos y a las almas de los Zakras, quienes continuaban al lado del Patriarca siendo sólo observadores.
El suicidio agradó de tal forma a SAXARBA, que exigió otro y otro… Fue así como nacieron los sacrificios y, junto con ellos el primer Dios. Los hijos de SAXARBA le envidiaron y también quisieron ser acreedores de tales inmolaciones, pero su padre se opuso y, siempre resignados, obedecieron. Con el transcurrir del tiempo la situación se tornó insoportable; mas, nada podían hacer, su padre tenía el poder para destruirlos. Con tal pusilanimidad nadie se atrevió a desobedecerlo y mucho menos desafiarle, excepto Ahriman, quien convocó a sus hermanos y logró convencerlos de revelarse. Maheo, el más sabio de todos, no estuvo de acuerdo y advirtió de las consecuencias; sin embargo, también ambicionaba ser adorado y, aliándose a los conspiradores, urdió el plan para deshacerse de su progenitor. Únicamente Mavet, el mayor de ellos, y su gemela no participaron de tal ardid, porque eran fieles amantes de su padre.
Así, un día los hijos de SAXARBA se presentaron ante él e intentaron hacerle creer que en su honor habían levantado un santuario, y que sería muy grato para todos si este era de su complacencia. SAXARBA, receloso de sus vástagos, dijo que entraría sólo si Chaos entraba con él. Éste, por ser el más pequeño de todos, era él hermano consentido y SAXARBA pensó que no serían capaces de hacerle daño alguno si entraba con Chaos, pues ya había sido advertido del peligro por Mavet.
Todos los hermanos se sobrecogieron por esto y quisieron dar marcha atrás a su plan, pero Ahriman con una mirada contuvo su indecisión y SAXARBA penetró al templo con el último de sus hijos. Una vez dentro, el santuario cerró sus puertas y aprisionó a sus ocupantes. Ni siquiera SAXARBA podía escapar pues era una delta de espacio-tiempo de la cual no podría huir a otro plano o dimensión y, contra lo previsto, SAXARBA se tragó a Chaos y concentró su cuerpo o energía en un punto tan diminuto, que absorbió para sí su prisión y, al fusionarse con ella, se transformó en una carga puntual de energía pura con gravedad infinita, estremeciendo al universo que a partir de ese momento comenzó a aglutinarse en un pequeño espacio. Una vez destruido todo el universo, intentó colapsarse. P’an-Ku que era el más fuerte y valeroso de todos, abrazó con su cuerpo la masa amorfa, conteniendo en un enorme huevo toda la materia del universo, pero SAXARBA aún más fuerte que él, hizo explotar la masa informe arrojando toda la materia hacia el vacío.
Los hijos de SAXARBA escaparon antes de la catástrofe a un plano superior y regresaron tiempo después para advertir que la energía de su padre se había diseminado en el vació; P’an-Ku había muerto y Chaos vivía porque SAXARBA lo protegió dentro de su cuerpo y por ser el más infantil, se divertía al contemplar la materia que interactuaba entre sí para dar paso a un nuevo universo.
En esa gran catástrofe no murió SAXARBA, sólo perdió poder y, desde la creación de este universo, subsistió inconsciente. Sus hijos creyeron que nunca volvería de su profundo sueño, mas lamentablemente se equivocaron y él ha despertado; su ira es enorme y regresará a tomar posesión de cuanto quiera.
Ahora tal vez te preguntes por qué estás aquí y por qué te cuento tales hechos que parecen fantasía. Pues bien, te diré que SAXARBA decidió encarnar en un ser humano…, y tú has sido el elegido. Nuestro cuerpo no tiene nada en especial, SAXARBA nos eligió porque nosotros somos el espíritu de la raza de los Zakras, hemos logrado sobrevivir por mucho tiempo. ¿Recuerdas a los tres últimos Zakras que murieron? El alma de dos de ellos fue lo único que sobrevivió a la aniquilación del universo. Cuando se abrió paso la nueva vida, decidimos fusionarnos en uno solo ser, tú eres la parte cosnciente y yo la inconsciente, por ello guardo tus memorias y estoy aquí para hacerte recordar nuestra promesa de venganza que, lamentablemente, no hemos llevado a cabo, y que tal vez nunca podamos cumplir. Pero tenemos la responsabilidad de evitar la aniquilación de todas las especies para que el universo continúe con su evolución. Por ello debemos huir. Los hijos de SAXARBA que ahora son Dioses planean contener a su padre, pero necesitan tiempo, si él se apodera de este cuerpo junto con nosotros, tal hecho equivaldrá a la destrucción de todo cuanto conoces, por ello debemos escapar de esta carne…
—¿Realidad o fantasía?—, se cuestiona Deizkharel. A primera instancia todo lo relatado no es más cierto que un cuento de hadas, pero muchos sucesos le son familiares, como si hubiese sido protagonista de esta historia; en sus ojos casi puede ver las imágenes de estos sucesos y, a punto de ser convencido de su ascendencia milenaria, pregunta:
—¿Huir…? ¿Cómo…?
—Debemos abandonar este cuerpo…
—¿Morir…?
—Tú lo has dicho.
—Yo no quiero morir, no te creo, tú no eres mi inconsciente, ni nada de mí… No…, tú eres… un… ¿demonio? ¡Sí! En libros de la biblioteca he leído historias donde se narra cómo el diablo se vale de las cobardías o anhelos de los santos para tentarlos.
—¡No!, debes creerme; ¿que ganaría yo con mentirte?
—¡No! No te creo… ¿Cómo sé que esto no es un ensueño? ¡Sí! Es sólo eso. Al despertar, tú te irás y olvidaré todo… No eres real… ¡Demonio, en el nombre de Cristo, aléjate!
—¡No! El único demonio eres tú… Espera…
—Padre nuestro que estas en los cielos…
—¡Maldición! Sea como dices y ojalá todo fuera un sueño, pero más bien es una pesadilla de la cual no podemos despertar, pues estás arrastrando al universo a su devastación. ¡Que en tus acciones lleves tu condena, y la sangre acaecida por los Zakras caiga sobre ti y tu estirpe, maldito hija de perra!
…
NOTAS
[i] En un principio ésta era la forma en la que se escribía el nombre de Dios, esto se hacía porque era una forma de hacer referencia al Dios que no tenía nombre, pero después hubo una degeneración en la interpretación y se convirtió en Yahvé, como si éste fuera su nombre.
[ii] Todos estos nombres pertenecen a deidades de ciertas religiones, algunas aun profesadas y otras ya extintas. Estas divinidades son los dioses “origen” o “padres” de todas las divinidades venerados en cada religión, respectivamente.
[iii] Dioses del bien y del mal de una religión llamada Zoroastrismo, que origino Zoroastro; quien posee muchas similitudes con Cristo.
[iv] Dioses del México antiguo, no figuran demasiado entre las deidades.
[v] Esta deidad en la mitología griega es el padre de todos los dioses. En un principio sólo existía Chaos (Caos), después nacieron otras deidades, esto según Hesiodo.
[vi] Diosa del día para los griegos.
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