Por Alberto Navia
Desde la celeste altura, la gran tormenta,
cae.
Arrasa, el meteoro, con enorme impulso,
aquello todo que a su paso encuentra
con furor y
con violencia.
Con rudeza.
Desde sus oscuras profundidades,
el mar,
con rotundas olas, golpea
a cada grano de arena.
Trémulos animalillos ocultan
su temor entre las piedras,
soportando con tesón
cada impacto que asesta.
La gran tormenta
retumba
con su carcajada siniestra.
Con eléctricas descargas
a la costa chicotea.
El hombre mira al meteoro
con arrogante indiferencia.
En las playas de la costa,
a la rugiente tormenta,
solo las rocas parecen
soportarle sus afrentas.
Impasibles monolitos
oponen tesón a la fuerza
sabiendo que el padre Tiempo
las ve con benevolencia.
Cuando al fin pasa el meteoro
la destrucción que se observa
deja un paisaje
cambiado.
Trocado
por titánicas fuerzas.
Plano para que Naturaleza
teja de nuevo sus hebras,
rediviva la floresta.
Vuelve el aliento a sus hijos.
Regresan albricias y aliento.
Solo las rocas lo saben
pero guardan el secreto
que la fatídica tromba
repetirá en el intento.
…
IMAGEN AL EXTERIOR
Maria Magdalena in Meditazione >> Jusepe de Ribera, 1623
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2 comentarios
sigamos cultivando el espíritu poetico, felicidades
Muy buen poema, es bueno leerlos de nuevo.