MENSAJE DE INDEPENDENCIA

por Víctor Alvarado

I

Nunca he sabido bien cómo contar una historia ni por dónde empezar, siempre me ha resultado difícil dar a entender las ideas o los sucesos. Sin embargo, he de intentar, con algún esfuerzo y pese a cualquier riesgo, hacer una breve remembranza. Esto por voluntad propia, nadie nunca me ha presionado, mi decisión está tomada. Si ha llegado este documento a tus manos, te suplico hacer una seria reflexión y actuar como lo dicte tu consciencia.

En 1981 encontré un artículo en la Enciclopedia del México Nuevo, aquella preciosa edición empastada en piel negra y roja, con letras laminadas de oro, envuelta en una hermosa serpiente emplumada de plata. Fue la primera vez que leí y tuve conocimiento de la carta. La referencia se hallaba justo a la mitad del tomo seis, al pie de una ilustración un tanto difusa. Desde ese momento supe que se trataba de un asunto importante.

Recuerdo aquellos días de lectura con añoranza; el abuelo pasaba horas en medio de sus libros, escribiendo, resolviendo crucigramas y bebiendo café en la comodidad de su extensa biblioteca. Recuerdo también algunos años atrás cómo los nietos podíamos tomar cualquier libro o revista; me encantaba observar los cromos de animales exóticos y las láminas de las pinturas del mundo, también los cartones de los fascículos extranjeros, no entendía su idioma pero las imágenes lo decían todo, era muy divertido. Al morir mi abuelo se perdió todo, incluyendo la enciclopedia.

La edición era del sesenta y seis, nunca volví a encontrar otra igual. En la imagen de tonos sepia, había una edificación rectangular alta en cuyo frontispicio se acomodaban veinticuatro pequeñas ventanillas, ocho puertas cerradas y treinta y tres peldaños que daban a la plazoleta; en el centro de esta última, había una estaca apuntalada, y en su pico, yerta, rodeada de una curiosa multitud, se hallaba la cabeza del cura: “Antes de morir, antes de ser excomulgado, torturado y fusilado, pidió, a cambio de su vida, que se respetaran los Pactos de Guerra, y se entregara una carta en sobre cerrado a un destinatario desconocido”.

Años más tarde, durante mis estudios en la preparatoria, encontré en el diario La Noticia del seis de diciembre de 1985, la versión estenográfica del discurso que dio el Dr. Roberto Cruz Pereira, al ganar el Premio Nacional de Novela Histórica por La otra cara de la Independencia. Ahí encontré otro indicio del documento referido. Me apresuré entonces a buscar la obra, e intenté, sin éxito, ponerme en contacto con el doctor; me enteré que por diversos problemas políticos, él continúa radicando en algún lugar desconocido del extranjero.

En una primera lectura encontré información histórica esencial del Movimiento Independentista. Pero después de releerla detenidamente, hallé, cada tanto número de páginas, alusiones a un personaje en apariencia incidental. La novela parecía codificada.

El doctor Cruz, en efecto, como si se tratara de algún rastro, refirió tres acciones, sin dar nombres ni mayores datos: Una. “El preso escribió y entregó un sobre al custodio”. Dos. “La carta debió entregarse esa misma noche”. Tres. “…del paquetenunca más se supo”.

Una ola de intriga me invadió. Fui comprendiendo. No pude sosegarme en días. Conjeturé, no sin antes hacer una pequeña indagación, que aquel personaje podría tratarse de algún pariente de mi familia. Luego, con ayuda de otras referencias bibliográficas, deduje que se trataba de uno de los hijos del cura. En esos días no pude saber su nombre; pero, años más tarde, identifiqué la ruta que lo llevaría hacia el lugar de su muerte, San Cristóbal de las Casas.

De manera somera, el doctor Cruz Pereira, hace mención de una reunión secreta previa al inicio del levantamiento. En un ensayo, el maestro Jiménez Rodas, asegura: “…una carta fue escrita por el cura, no se sabe con exactitud lo que decía, pero debía contener, seguramente, no solo la voluntad del líder, sino que también, debía incluir las instrucciones a seguir para alcanzar una eventual victoria”.

Estas fueron algunas de las piezas del intrincado rompecabezas.

II

Fui a charlar con Mateo, amigo y profesor de posgrado.

—Me he preguntado, amigo, para qué sirve un nombre; un apellido.

—Un apellido de nada sirve. No te engañes. Todas las mañanas son iguales desde hace cientos de años; despiertas con unas malditas ganas de seguir viviendo, de persistir contra tu voluntad. No deseas estar vivo sino pretendes seguir viviendo. Ambicionas ser parte de algo, incluirte, mantenerte de manera terrible, al margen de una vacua vida social. Tienes hambre de mundo, de experiencia. No te importa si ese pobre menesteroso, tiene o no para comer. Pobre mendigo, igual que tú y que todos, está hambriento. Acto de humanidad, te dices, luego avientas la moneda que no alcanzaría siquiera para un taco. Te piensas extraño, impersonal, te crees espontáneo y bondadoso; una especie de conmiseración florece en tus entrañas. Ese simple acto, el de arrojar la moneda, el de sentir, te inyecta ímpetu momentáneo y fuerza para seguir dentro del aro prefabricado por ti y por quienes cooperan para sustentarlo. Habrá quien repugne al mendigo; a veces yo siento esa repugnancia, igual pueden repugnarnos a nosotros. Habrá quien se moleste o siga indiferente. Levanta el rostro y date cuenta que no hay diferencia entre tú y ese hombre desgraciado. No confundas el claro reflejo del espejo con el indigente limosnero del lado opuesto. Ves por qué digo que de nada sirve un nombre, un apellido, una herencia vacía; una supuesta independencia. Sigue tu camino, deja a los otros seguir el suyo.

—Lo pienso, maestro, pero hay algo que me obliga a seguir.

—Olvida. Sigue andando con la indiferencia a cuestas, con el auténtico orgullo de no dar ni pedir nada a nadie, con esa actitud de ser humano íntegro, insuperable, capaz. No vengas con ese argumento vacío de tu legado. Mira, sé que en verdad eres descendiente del cura, pero también puedes ser chozno cualquiera, de ese o aquel antepasado guerrero, solo eso. Te repito, las mañanas, ayer y hoy son todas iguales, iguales las personas son hoy. Vive por todos los cielos la realidad, ¿crees que por esa herencia, existe compromiso con tu sociedad?, no, no lo veas así. ¡Basta de tonterías! Hazte un favor, lee tus libritos, ponte al tanto de la cartelera, sigue en la universidad pública, sigue trabajando para tus representantes populares, sigue ahí. No interfieras en la vida de los demás. No te sientas mal, hay muchos que piensan igual a ti.

—Lo he reflexionado, Mateo, aun así, seguiré.

III

Aquella noche, el cura se sentó en uno de los extremos de la mesa hexagonal con los mandos principales de la organización. Se propuso, a fin de continuar el movimiento, escribir un documento con las indicaciones para alcanzar el triunfo, o, en todo caso, el fracaso; informar al pueblo las auténticas intenciones de la lucha; hacer público el concierto de buena voluntad firmado por las partes del conflicto, y evitar así, persecución y matanza. Luego, se instruyó esconder la carta con alguien de suma confianza. Hoy sabemos que fue entregada a uno de los hijos del cura; el mismo que Cruz mencionó en su enmarañada novela, y quien, al huir hacia el sur en 1823, fue cruelmente asesinado por la espalda.

De la carta se halló poca información fidedigna en documentos y escrituras del Archivo Central y de la Biblioteca General.

La misión fue entonces encontrar la carta. Me empeciné por saber de su existencia. Para 1991, existía gran cantidad de información; biografías, documentales y libros del tema de Independencia.

Se decía que el cura había muerto sin descendencia, que nunca fue torturado y que antes de morir se había confesado en el seno de la Iglesia Católica, misma que lo sometió a un terrible proceso de excomunión. Información falsa o incompleta.

Con la esperanza de hallar algún vestigio, decidí acercarme a la familia. Mi sorpresa fue mayúscula al saber que la abuela tenía información privilegiada; me platicó historias de su abuelo y de algunos parientes. También me contó de Joaquín, su padre, y de dos de sus primas, y de cómo estos tres recibieron, aprobada por la Cámara de Diputados en 1942 y 1960, una pensión diaria de 5 y 15 pesos diarios, respectivamente, por el concepto de ser descendientes directos del Padre de la Patria.

Así, poco a poco, logramos identificar el paradero de Benito, nieto del cura, aquel cuyo padre, había sido eliminado en Chiapas. Después descubrimos que el nieto Benito, también desaparecido, al parecer por cuestiones de juego y mujeres, dejó, al cuidado de sus hermanas, un hijo de nombre Joaquín, es decir, el padre de mi abuela, quien vivió en el pueblo de San Francisco del Rincón hasta los veintiséis años, edad en que se mudó a la Ciudad de México.

Joaquín conservó, hasta su muerte en 1961, un mundito con pertenencias heredadas por Benito, su padre. Era cuestión de tiempo, pronto concluiría nuestra búsqueda. Mi abuela comentó que días antes de la muerte de su padre, este dio el mundito a su hijo Miguel.

IV

—Reflexiona un poco, tranquilízate.

—Piensas, Mateo, que he de permanecer impasible. Eres amigo y profesor. Eso no significa que tengas la razón. Comprendo tus ideas. ¿Acaso no te das cuenta? Esa vida que refieres, llagada de apatía, se alimenta vorazmente por el cotidiano desdén y la despiadada costumbre deglutida gustosamente muy a mi pesar, muy a pesar tuyo. A esa persona, a ese otro yo, incólume, ambicioso, que lee historia y siente orgullo y goza de las épocas de gloria, de las guerras y hazañas, a ese, su corazón le salta, le salta con fuerza. El nudo congénito agarrado del cogote, deja pasar apenas la saliva, deja sentir en la inquieta sangre sus latidos, sus palpitaciones; traza escasamente imaginada de aquellas batallas, del comienzo de la Revolución de Independencia. De esa que llamas “supuesta Independencia”.

—Lo sé, pero dejas de leer y, al minuto, todo se apaga, toda esa emoción efímera se extingue. Y no vuelves al libro, te sorprende un remordimiento insospechado. Náuseas y sed de olvido. Piensas en luchar y luego te acobardas. El miedo te cobija. Tu deseo es acudir, pero algo te lo impide.

—Te equivocas. Esta época de injusticias y graves problemas nacionales, así como de los privilegios de que gozo, son parte del funcionamiento interno, un sofisticado pero complejo y caótico sistema endeble de nuestra sociedad, es esta la realidad actual. Desorden enclaustrado en la armonía del decurso de la vida. Normatividad guiada por la mítica corresponsabilidad del esfuerzo rutinario. Esperanza incandescente luchando por no extinguirse. Fe de raza por un progreso aletargado. Esa disputa por alcanzar las metas, se convierte, paradójicamente, en alimento de su propio apetito insaciable. Voy recorriendo la vida, amigo, las calles, y no todas las mañanas son iguales.

—Comprende, aquí y allá, cada quien para su santo. Sigue el camino, no te fijes en la carencia de tu hermano. Así eres. Te conozco, medio independiente, medio intelectual, medio hábil de imaginación, inerme a veces ante un solo brote de creatividad, y aparentemente feliz cuando te veo aplastado en tu reposet de piel con tu libro en mano.

—Ahora te pido a ti relajarte, maestro. Debes saber que gozo con pasión de mi carácter independiente y patriótico. Esa náusea de la que hablamos habré de tragarla con el pulque de mi pueblo. La sanación llegará sola. Entonces, empezaremos a entender la otra independencia, ¡eso es mi independencia! Se disipa el miedo a protestar, la valentía sale de su jaula. Volteo y veo mi casa, amigo, a mi familia, mi reflejo en el espejo y me detengo. El miedo navega mi pensamiento, pero debo sobreponerme. Debo cumplir. Hoy es demasiado tarde para el arrepentimiento.

—Olvida todo. Apacíguate. Confirma que la inútil vida que vives, al igual que la de los demás, no es tan mala. Inútil no es sinónimo de infame. No es obligación tuya, de ningún académico ni estudiante, denunciar actos de injusticia social, mucho menos participar de alguna infructuosa pelea. Dime, ¿de qué infiernos serviría intentarlo en la peor y más inmunda época de nuestra sociedad? Mejor cálmate. Te puede ir mal.

—No, mi querido amigo, no. Mi alma y corazón no hallan tranquilidad. El agua turbia de los pensamientos no se clarifica, a veces me pongo furibundo. Al salir de las aulas se magnifican las ansias por volver, es en ellas que obtengo la dosis requerida. Medicina psíquica. Hipnótico para deambular entre los fantasmas indolentes. Pócima que permite convivir conmigo mismo. No todas las mañanas son la misma. Amanece. Explotan las jacarandas. Nacen hombres y cantan las aves. ¿Las mañanas son la misma? Ya no. Se levanta el inconforme, el somnoliento pueblo guerrero; el cínico mandatario, el embustero y la noción ardiente; el perro rabioso defensor de su cría, el buscador de la verdad desfigurada; la voz de la justicia invisible; el negociante detractor de causas nobles o perdidas. Se ha desatado ya el brusco e imparable arrebato colectivo, amigo. Hierve aguerrida sangre, hierve la famélica masa buscadora de honestidad inexistente. Luego oscurece. Se hace de noche, se apagan las velas. Nos vamos a dormir y nos ponemos a soñar sueños de una vida mejor, de una que nos podría llevar a la muerte. Digo a mis padres: estoy tranquilo; a mi mujer: estoy tranquilo; a mis hijos: estoy tranquilo y a ti, hermano: estoy tranquilo.

V

Que venga alguien y me diga entonces si no han sido suficientes todos estos siglos para que la gente de mi país pueda vivir de una vez. Que me lo digan porque no lo sé. Cuando me refiero a mi país quiero decirlo todo, de punta a punta, en todos sus rincones, montañas, litorales y valles, ciudades, pueblos y rancherías. Cuando digo gente me refiero a toda, seres sin razas ni mezclas mal llamadas, solo gente. Cuando digo vivir quiero decir vivir, no supervivir. Esos muertos, revolucionarios, incautos, promotores, bienaventurados, dejados, despreciables, mártires; hombres y mujeres, ¿qué fue de ellos, qué ocurrió con ellos? No basta un buen comportamiento, si detrás hay vivales corruptos; no bastan los sueños deseados, si detrás hay sedientos de poder; no basta luchar, prepararse y estudiar, si detrás habrá alguien con dinero deseando más dinero. No puedo entender cuál sería la conclusión histórica de este mazacote de ideas, tan dispersas como diferentes, de esta aglomeración tan rica de colores, difusa de creencias e insoportablemente cotidiana. Si la historia se escribe día a día, supongo que jamás habrá conclusión. Me limitaré a imaginar un futuro no tan lejano, donde podamos prescindir de inmundicia, de tanta codicia, y con un poco de suerte mejoren las cosas, ya para mis hijos o nietos, ya para los nietos de tus nietos. En el transcurso veremos como sigue de frente ese tren encarrilado sin frenos de la vida. Hay que tomar medidas, hay que cambiar los hechos. Cooperar desde nuestra trinchera, pintar, escribir, actuar y escuchar, leer y crear música, trabajar, arar la tierra, arar la vida, cosechar de a poco, fruta por fruta, y aguardar, con más fe que esperanza, el cambio definitivo. Platicando los sueños con nuestros amigos soñadores. Ojalá nos dure el tiempo para pisar descalzos la arena de las pirámides, para ver las estrellas de allá del otro lado del mar, para dormir una noche en el bosque asechado por los osos, para acariciar de una vez esa piel tersa de las focas blancas, para nadar en el agua bendita de mi pueblo el mundo. Antes pensé que la vida era así. Quizás era así, aunque lo negáramos, quizás así porque así era. Pronto, habrá un mañana donde todos despertaremos con el deseo de vivir nuestras propias vidas. Pronto habrá una nunca antes imaginada, una real y verdadera conciencia colectiva, muy pronto. Sin engañarnos, sin traiciones, recuperaremos lo nuestro, lo que nos ha sido despojado.

VI

Piso imitación mármol. Cortinas púrpura opacadas por el polvo de los años. Ventanas simuladas ambarinas. Sillas matemáticamente dispuestas, familia uno por la derecha, dos hacia los pies, tres, si viene, por el lado izquierdo, invitados, en sillones alrededor del ataúd. Bruñidos candelabros y cirios maduros casi todos apagados. Dos arreglos con flores marchitas poco iluminados por la única lamparilla concéntrica. Afuera, el inclemente castigo del mediodía. Aquí, el amargo frescor de la muerte. Murmullos. Lágrimas falsas. Tristeza y arrepentimiento fingidos. Promesas incumplidas o rencores redimidos. Fugaz meditación y obligación moral. Era mi padrino. Más murmullos.

Entramos, la abuela y yo, al sepelio. Mira hijo, pobre de mi hermano, como fue a quedar, ni sus flores ni sus rezos. Sabes, tu padrino fue buena persona, era católico, igual que sus padres y abuelos. Esta familia, quién sabe de qué religión sea. A él le gustaban los crisantemos y las nubes. Cuando íbamos al panteón a ver a nuestros muertitos, se ponía reza que reza. Era cosa de respeto. Ya ves ahorita, pobre, nomás porque le trajimos florecitas, y yo le voy a rezar un rosario, si no, imagínate.

Luego, con trabajo se hincó mi abuela, le puse un cojín en las rodillas, se agarró de una silla y rezó mucho tiempo. Encuentro con la muerte. Oraciones; pides al Dios de los católicos por el descanso de Miguel.

La busca llegó a su fin. Después de releer la traducción de la carta, te preguntas si estás o no listo para emprender la proeza. Cumplir la voluntad de tu ancestro. Culminar la empresa inconclusa. Organizarte en pro del bienestar común. Ya no hay laberintos; el camino es recto. Es momento de tomar las riendas. Tienes la guía y te preguntas de nuevo si tienes las agallas, la madurez, la valentía, si por tus venas corre sangre revolucionaria. Ya no hay marcha atrás.

Cuál es la diferencia de morir él u otro, con flores y rezos o sin ellos. Es un desesperante y tedioso estar y esperar. Esperar que se lleven sus restos, los cremen y los entierren. Desaparecer por completo del plano físico, luego de la memoria.

La abuela ahí sentada, triste, agarrada a la madera de la silla, como si pudiera así agarrarse a los recuerdos, asirlos momentáneamente con el lazo de la añoranza. Echar la última platicada con su hermano, su compadre. Recordar acaso un día de su infancia, de su juventud. Despedirse.

El pasado 23 de abril del año 2010, en los velatorios de la calle de Miguel Shultz de la Colonia San Rafael, fueron velados los restos de don Miguel Hidalgo y Costilla Ríos.

VII

Encontramos la carta. Acompañado de la abuela, subí las escaleras de una vieja casona ubicada en Libertad y Comonfort. En el segundo piso había un taller de herrería y dentro, la oficina de Miguel. A pesar de ser temprano, había poca luz. Mi padrino sacó de la caja fuerte un envoltorio, extendió su contenido en el escritorio, abrió el mundito y me entregó un papel amarillento y vetusto. Me dijo, cuídalo. Era la carta. La tenía por fin en mis manos. Estaba escrita en francés. La abuela y yo observamos con emoción y melancolía. Nos quedamos a charlar con él toda la tarde. Fue la última vez que vimos a mi tío con vida.

No fue posible realizar la traducción completa por lo deteriorado del papel. Eh aquí los fragmentos rescatados:

…ahora, en vuestras manos tenéis la carta, deberéis juntar de inmediato a los conocedores de la carta, a los sabedores de la carta, a los herederos de la carta… 

…seguid al pie de la letra las justas indicaciones, acudiréis al Templo… 

…respetaréis a los miembros del grupo, y sus congregaciones, fundadores, herederos, hijos y amigos. Juntad a todos, del norte y sur, del este y oeste, todos los grupos deberéis estar juntos. Tomad la carta y llevadla a la mesa de los seis costados, formalizad Nuevo Consejo, Renovado Consejo, según el pacto, comentad y difundid el mensaje en presencia del Nuevo Consejo de la mesa de la Asamblea…

 …los documentos de los números, enfrentad a los enemigos de la patria, cumplid los Acuerdos, los Sagrados Acuerdos firmados ante Dios, y así, los de Guerra. De no… 

…respetad la vida del Ejercito Insurgente y respetad la misma vida del enemigo de la Nueva Patria. Fortaleced al Ejército Insurgente y dad cauce a la instauración de la Nueva Nación, a la Patria Nueva e Independiente. Liberad al pueblo del envenenado poder…

…espaldas hasta el día de hoy. Cumplid hasta la misma muerte. La causa es santa y Dios la protegerá. ¡Viva pues, la Virgen de Guadalupe! ¡Viva la América, por la… 

MHC septiembre 1810.

VIII

Hay encrucijadas, bifurcaciones con las que nos hemos de topar y en las que deberemos actuar. No sé si hice o no lo correcto. No sé si alguien más habría actuado de la manera en que yo lo hice. Procedí con las instrucciones. Acudí al Templo de la Tradición Universal. Reuní a los integrantes de la Asamblea. Llevé la carta; la traducción. Fui bien acogido. La organización del Nuevo Movimiento llevó pocos meses, los integrantes están comprometidos. Sabían, igual que yo, que este momento llegaría. Todo ha salido bien desde el principio hasta el día de hoy. La tecnología nos ha permitido apresurar la marcha. Esperamos pronto enviar una copia del mensaje al mayor número de compatriotas. Si a estas fechas aún no recibe usted copia del mensaje, le pedimos tener paciencia. En caso de hermanarse con la justa causa por la que habremos de luchar, suplicamos cumplir cabalmente las indicaciones. Somos ya más de trescientos mil en todo el territorio, incluso fuera hay camaradas aliados. Es demasiado tarde para echarse atrás. La ayuda internacional no ha sido suficiente, sin embargo, el furor, el coraje y la determinación de los connacionales, harán casi todo el trabajo. Debemos estar alertas. El enemigo está encima de nosotros. Después de más de doscientos años, esperaremos la señal. En próxima fecha, daremos una vez más el grito.

J. Hidalgo y Costilla.

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Sesión de la Sala de Representantes de la Provincia Oriental >> Eduardo de Amézaga

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1 comentario

DOAL ALVARADO 11/02/2014 - 12:17

felicidades carnal, ahora nos toca no quedarnos callados, el mensaje pronto llegará, así pronto daremos el grito.

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