CRÓNICA DE UN DÍA EXTRAÑO

I

Había estrellas de cine, de rock, pintores, escultores, escritores, prostitutas, bebedores, hombres, mujeres, niños y un capitán de barco. Esperaban la presentación del cuadro: El Apocalipsis.

Se escuchaban de la obra comentarios positivos. Alguno lo había visto y mencionaba un punto sobre el lienzo; una mancha de no más de un centímetro de diámetro dibujada al centro. El tamaño de la pintura era de 3 x 1 metros. Todo negro, a excepción del minúsculo planeta pintado en blanco. El mismo Alguno decía que si se veía desde lejos, el cuerpo luminoso desaparecía, siendo ésta una de las posibles intenciones del artista.

Ir caminando hacia atrás y observar cómo el monstruo negro devora el círculo brillante, logrando aterrar al que mira. Sólo es cosa de tiempo, quien se echa hacia atrás más rápido ve el fin del mundo apresurarse; El Apocalipsis.

No se recomienda a cualquiera esta interpretación, la experiencia exige, del que habrá de realizarla, un total equilibrio.

II

(Capítulo basado en “El Fantasma Accidental” de William S. Burroughs)

El capitán del barco había conseguido encandilar a un bebedor y a una prostituta. Les hablaba del lagarto que cambia de color originario de Libertatia; una especie fantasma. Lo había visto y consideraba, siendo un gran conocedor del mundo, que las mujeres de la tierra del sol al sur de Fotisia, en América, pertenecían a esta especie, ya que sus ojos transmutaban de color; a veces eran azules —del cielo—, otras verdes, luego grises. Este fenómeno era más común en las mujeres de ojos claros, aquellas que los tenían oscuros sólo presentaban tonalidades varias. Las de ojos transparentes, éstas sí, lograban colores imposibles: rojo, amarillo, violeta.

Aquel que era hechizado por el lagarto, o una mujer de sol, adquiría otro color; el verde del miedo, el negro de la ira, el rojo del sexo. La muerte en ambos casos llegaba después de un año, cuando el color desprendía la piel del poseído, quedando los órganos expuestos al mundo; alimento para los buitres que volaban en formación poco común, unos lo hacían en círculo al centro de otros que describían la órbita del ojo del fin último.

La mejor defensa contra la hipnosis deletérea de esta mujer-lagarto es la inmovilidad y el silencio, pero siempre, en ese instante, se debe tener concreta, impresa en la mente, la imagen de la especie. No difusa, la poca falta de respeto, de veneración, irritará a la mujer-lagarto, sometiéndonos a su hechizo sin piedad.

Algunos piensan que el habla existe para glorificar a un Dios. A esta especiediosfantasma se le alaba no pronunciando palabra.

III

También de Alguno se escuchaba que la obra había sido elaborada por el artista con plena conciencia del centro; de la búsqueda de éste en el cuadro. Diez años se había tardado en encontrar el lugar exacto para dibujar el punto blanco. Y sí, no está en una esquina, está en el centro-centro. Para cualquiera, cuando lo observe, resultará obvio. Pero es verdad, no hay más de un lado que de otro, ni hacia arriba ni hacia abajo. Es perfecto.

IV

Una de las prostitutas, la más sensual y dueña de la galería, se deslizó por el salón rumbo a la pared de la que colgaba el lienzo (éste estaba tapado por una manta negra brillosa, como tela de impermeable de guerra —hubiera pensado el capitán del barco—). Avisó que era la tercera llamada. Su voz parecía entrar apretada por el micrófono, ya que en las bocinas se escuchaba chillante. Anunció que el artista se encontraba en el recinto, que quizás alguna afortunada había ya charlado con él y conseguido cita turbulenta. Estas palabras no sorprendieron a alguien. La mayoría había estado con ella; mujeres y hombres: en la cama de Frida, en medio de una batalla de Siqueiros, bajo la mirada de un Rembrandt, sobre una escultura egipcia de la Baja Época, frente a la pose vanidosa de André Breton fotografiado por Man Ray, en la silla de fierro y tapiz negro moldeada por las nalgas del artista guardián del museo, en presencia…

Se dispuso a tirar del cordón que habría de recorrer la tela que cubría la obra. El silencio se fue escurriendo hasta coagularse. La prostituta y el bebedor que habían escuchado la historia del Capitán, ante lo desconocido, extremaron precauciones; no sólo se anejaron al silencio, guardaron total inmovilidad y se concentraron en el cuadro.

Los rumores que había generado Alguno tenían al auditorio expectante. Las mujeres y los niños abandonaron el barco; se estaba anegando de aprensiones. Un hombre quemó el coágulo irritando a los interesados; el vaso se rompió en pedazos varios. Esto detuvo por un instante el movimiento de la mano que sostenía el cordón umbilical de la creación. Siguió alimentando a la obra, aún no aparecía el punto; El Apocalipsis. Otros hombres se precipitaron al mar, saltaron sin salvavidas ya apresados por el pánico. Prostitutas resbalaron por el casco hundiendo uñas y dientes, clamando por un último orgasmo. Bebedores se ahogaron en el whisky, luego soltaron la barra y cayeron por la borda hacia un viaje interminable.

Los que se quedaron formaron un frente. La mano seguía ejecutando su tarea terrible. En cualquier momento se presentaría. El negro en el cuadro ya se mostraba grosero; poderoso.

Avanzaba la cortina y se acercaban los presentes, en un baile sincronizado. El personal ganaba dos pasos a la acción de la mano. “… y observar como el monstruo negro devora el cuerpo brillante, logrando aterrar al que mira… quien camina más rápido hacia atrás ve el fin del mundo apresurarse…”.

Seguían adelante, acercándose cada vez más a la pintura, temerosos de las consecuencias probables de ir hacia atrás, dudosos de su capacidad de equilibrio. Por fin apareció el cuerpo brillante. Se iluminaron las caras, las expresiones de asombro no esperaron; el júbilo desmesurado, las impresiones en torno al cuadro, las hipótesis respecto a su significado.

La tranquilidad hipócrita volvió, como volvió la voz para alabar. Pedían al artista. —¿Dónde está el maestro?— Decían.

Alguno los observa maravillado en la lejanía; disfruta su obra. —Desde aquí puedo ver El Apo- calipsis— les grita. Comienza a andar hacia atrás, hacia el último rincón del museo…

 

IMAGEN

Tomada de la portada original. Por  Lissette Ávila Orozco. México: Samsara, 2009.

Escritor mexicano, 1973. Cursó la Licenciatura en Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Profesor universitario desde el 2000. Inicia su actividad literaria en 1992 dando a conocer sus primeros trabajos en la editorial electrónica Crunch! Editores y la revista Publicarte. En 2009 publica su primer libro Crónica de un día extraño. Para 2011 sale a la luz su primera novela Hégira, «un éxodo sin límites probables, un relato donde la imaginación convive con el mito, la ansiedad con la filosofía, el deseo con la agonía, la luz con la oscuridad». Mientras prepara la publicación de su segunda novela, Zaid Carreño se integra a un proyecto experimental con el que se busca la comunión entre artes plásticas y literatura, proyecto que culmina con la publicación de La bombilla sobre el plato y sus alrededores . En 2014 edita Memorias Falsas, “un collage de recuerdos de un sobreviviente de la Generación X como cualquiera»En 2016 reedita Memorias Falsas con Chiado Editorial, acercando su trabajo al viejo continente. Participa en la Feria Internacional del Libro de Lisboa de ese año con la firma del libro. El Manifiesto de lo Inifinto es un ensayo que publica en 2017. En el último lustro ha participado en la elaboración de guiones para cortometrajes y un largometraje, como Entre Luces de Irving Uribe Nares, corto que se presentó en el GIFF 2018. Hoy se encuentra trabajando en su primera novela infantil que espera publicar este año.

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Crónica de un día extraño.

Sólo algunos afortunados pueden darse cuenta de que todos los días son distintos, de que los pasos cotidianos pueden llevarte al mismo lugar a vivir de diferentes formas. Son muy pocos los venturosos que pueden encontrar, aun en la cotidianidad, un día extraño. Zaid Carreño es uno de esos afortunados, ha logrado presentar en Crónica de un día extraño, una serie de relatos que nos llevan a recordar las historias cotidianas que muchas veces ignoramos, pero que con un poco de imaginación nos pueden llevar a encontrar en la rutina diaria la diversión olvidada; imaginación, combinado con un claro y afortunado manejo de las letras, mostrado por Zaid en cada uno de los relatos cortos que emergen en este libro.

De la urbe a la sala de exposiciones, de lo onírico a lo trágico, del reflejo a lo inanimado y de la zona de no fumar a la polución total; son los relatos que nos permiten imaginar en la cotidianidad de Zaid Carreño, en la rutina ajena para intentar darle una mirada diferente a la propia. Ricardo Ham

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