Balún Canán (1957) es una novela de corte indigenista escrita por Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925 – Tel Aviv, 1974); se sitúa en los años treinta durante el cardenismo en el estado de Chiapas.
La escritora, mediante la voz de varios narradores, relata la transición a los cambios que las reformas de Cárdenas en materia laboral, educativa y agraria han impuesto. La visión del indígena está dividida principalmente en dos partes, por un lado desde su propia óptica, por el otro desde la perspectiva del amo, el criollo. De este modo, siempre desde la inmanencia del texto, hemos de comparar ambos enfoques para observar cómo en ambos casos se ha relegado a este personaje a la más pura marginación y cómo también, desde un análisis histórico, la novela puede fungir como un testimonio, un documento fidedigno en el que se demuestra que el esclavismo en México se prolongó por lo menos hasta esa época.
La novela presenta un conjunto de impresiones a veces dispersas, y otorga las premisas para tratar de establecer una relación entre las diferentes realidades que allí conviven, es evidente que en la visión del indígena es poco o nada lo que vale su vida:
Al principio no sabemos qué sucede. Luego nos damos cuenta de que la barra del lugar donde va el indio se desprendió y él se ha precipitado hacia delante. Pero alcanza a cogerse de la punta del palo y allí se sostiene mientras la rueda continúa girando una vuelta y otra y otra.
El hombre que maneja la maquina interrumpe la corriente eléctrica, pero la rueda sigue con el impulso adquirido, y cuando, al fin, para, el indio queda arriba, colgado, sudando de fatiga y de miedo.
Poco a poco, con una lentitud que a los ojos de nuestra angustia parece eterna, el indio va bajando.
Cuando está lo suficientemente cerca del suelo, salta. Su rostro es del color de la ceniza. Alguien le tiende una botella de comiteco pero él la rechaza sin gratitud.
—¿Por qué pararon? —pregunta.
El hombre que maneja la maquina está furioso.
—¿Cómo por qué? Porque te caiste y te ibas a matar, indio bruto.
El indio lo mira, rechinando los dientes, ofendido.
—No me caí. Yo destrabé el palo. Me gusta más ir de ese modo. (39-40).
Todo esto por las míseras y terribles condiciones en que vive, se aprecia en este sentido que se le otorga el mismo valor que a una bestia de carga, desempeña las tareas del animal de campo y no merece tras largas y extenuantes jornadas de trabajo siquiera la comida del día:
Entonces doña Amantina mandó preparar la silla de mano y dos robustos indios chactajaleños —uno solo no hubiera aguantado aquella temblorosa mole de grasa— levantaron las andas de la silla. Atrás, un mozo de la confianza de doña Amantina transportaba un cofre, cerrado con llave, y en cuyo interior, oculto siempre a las miradas de los extraños, la curandera guardaba su equipaje.
Hicieron lentamente las jornadas. Deteniéndose bajo la sombra de los árboles para que doña Amantina destapara el cesto de provisiones y batiera el posol y tragara los huevos crudos, pues desfallecía de hambre. Comía con rapidez, como si temiera que los indios —a quienes no convidaba— fueran a arrebatarle la comida. Sudaba por el esfuerzo de la digestión y una hora después ya estaba pidiendo que detuvieran la marcha para alimentarse de nuevo. Decía que su trabajo la acababa mucho y que necesitaba reponer sus fuerzas (156).
Se deja ver también que la esclavitud se extiende en pleno siglo veinte, las familias pueden heredarse tal como se hereda el ganado, a este respecto podemos agregar de igual manera que por el lado del indígena, éste hereda a su vez las deudas de sus padres. Por lo tanto, en su calidad de esclavo-animal de carga, el desposeído no tiene acceso ni a una alimentación regular ni a posesión alguna de tierra, pues ya se ve que vive de prestado, ni mucho menos a algún tipo de servicio o bienestar social o educativo.
Se puede notar a su vez que los mitos y realidades indígenas van a enriquecer el panorama literario. Es sagrada para el indígena sobre todo la tierra; los elementos como el aire se sitúan del lado de los vencedores, al ser para ellos guardianes del criollo, explican los orígenes de su desgracia desde una perspectiva religiosa y aceptan con mansedumbre su destino de pobreza, la relación que éste tiene con la naturaleza es de un respeto muy alto; la tierra, los animales, el viento, el sol, etcétera, son sagrados para él y de ello dejan testimonio en todos sus escritos:
Para la construcción elegimos un lugar, en lo alto de la colina. Bendito porque asiste al nacimiento del sol. Bendito porque lo rigen constelaciones favorables. Bendito porque en su entraña removida hallamos la raíz de una ceiba.
“Cabamos, herimos a nuestra madre, la tierra. Y para aplacar su boca que gemía, derramamos la sangre de un animal sacrificado: el gallo de fuertes espolones que goteaba por la herida del cuello.
“Habíamos dicho: será la obra de todos. He aquí nuestra obra, levantada con el don de cada uno. Aquí las mujeres vinieron a mostrar la forma de su amor, que es soterrado como los cimientos. Aquí los hombres trajeron la medida de su fuerza que es como el pilar que sostiene y como el dintel y como el muro ante el que retrocede la embestida del viento. Aquí los ancianos se descargaron de sus ciencia, invisible como el espacio consagrado por la bóveda, verdadero como la bóveda misma.
“Esta es nuestra casa. Aquí la memoria que perdimos vendrá a ser como la doncella rescatada a la turbulencia de los ríos. Y se sentará entre nosotros para adoctrinarnos. Y la escucharemos con reverencia. Y nuestros rostros resplandecerán como cuando da en ellos el alba.”
De esta manera Felipe escribió, para los que vendrían, la construcción de la escuela (125-126).
Por otro lado, para el indígena, el blanco representa una especie de entidad divina, se acerca a él para ser tocado por su mano en calidad de bendición, se humilla ante su presencia como si se tratara de un ser superior. El indígena, como ya se habrá observado despectivamente llamado “indio”, sin comprender del todo su realidad, conserva para sí a sus dioses originales, ante ellos, despliega en un llanto amargo y desesperado su situación, se encomienda a ellos en una especie de cohabitad en que se mezclan la religión católica que han traído los blancos, con sus antiguas creencias que han perdurado a través de los siglos:
Las mujeres, enroscadas en la tierra, mecían a la criatura chillona y sofocada bajo el rebozo, e iniciaban, en voz alta y acesante, un monologo que al dirigirse a las imágenes que la tela maniataba y reducía a la impotencia, adquiría expresiones ásperas como de represión, como de reproche ante el criado torpe, como de vencedor ante el vencido. Y luego las mujeres volvían el rostro humilde ante el nicho que aprisionaba la belleza de Nuestra Señora de la Salud. Las suplicas denunciaban su miseria, sus sufrimientos, ante aquellos ojos esmaltados, inmoviles. Y su voz era entonces la del perro apaleado, la de la res separada brutalmente de su cría. A gritos solicitaban ayuda. En su diálecto, frecuentemente entreverado de palabras españolas, se quejaban del hambre, de la enfermedad, de las asechanzas armadas por los brujos [ . . . ] (126-127).
Mención aparte merecen las condiciones todavía peores en que vive la mujer indígena, de ella encontramos el ejemplar de la que trabaja en la “casa grande”, que tiene acceso a la comida, que goza de cierta confianza por parte de los patrones y puede hasta cierto punto disfrutar de una comodidad mermada, tal es el caso de la nana, las cargadoras, la molendera, y en fin, todas aquellas que realizan tareas dentro de la casa principal. Las otras, las de las chozas miserables, deben arreglárselas por ellas mismas para conseguir el sustento junto a sus parejas, trabajan de sol a sol igual que sus hombres, cuidan de sus hijos a la vez que de ellos se sirven para desempeñar las pesadas tareas, sin voz, sin esperanza, se muestran en la obra literaria como seres tristes, impotentes, que se desplazan por la vida soportando su miseria y su condición de mujeres, están obligadas a tolerar el alcoholismo de sus esposos, a soportar golpes, y sus casas son tan pobres que no tienen más aposento que una choza miserable, sin ningún servicio, por donde se cuela el frío en las noches, por donde se mete la lluvia y que apenas estará amueblada por unos pedazos de tronco que el esposo ha cortado. Luego, una india puede ser violada en cualquier momento por los patrones, es necesariamente un objeto sexual, que además debe sentirse halagada ante tal violencia: “Les había hecho un favor. Las indias eran más codiciadas después. Podían casarse a su gusto. El indio siempre veía en la mujer la virtud que le había gustado al patrón. Y los hijos eran de los que se apegaban a la casa grande y de los que servían con fidelidad” (80).
Aunque la escritora no profundiza mucho en la situación de los niños indígenas, se dejan ver sin futuro, con el mismo destino de sus padres: servir a los amos incondicionalmente, ayudan a las faenas del campo y el hogar desde muy temprano, no van a la escuela, heredan la deuda de su padre y es muy probable que un buen porcentaje de la población muera antes de llegar a la adolescencia. Del mismo modo el keremestá condenado a padecer el alcoholismo de su padre, éste que ante la frustración de su miseria no ha de hallar otra evasión que el alcohol.
No olvidamos que dentro de la novela se está operando un gran cambio, Claudia Cecilia Alatorre menciona en su Análisis del dramaque la llamada pieza opera como un planteamiento, donde a través de una concepción formal, se sucederá un cambio de una situación 1 a una situación 2; en este sentido, no todos los personajes están dispuestos a ajustarse. Analizando la novela desde este punto de vista del teatro, observamos que en efecto existe tal correspondencia, aquí la clase social que ha de perder privilegios son los hacendados, el indígena inseguro de su porvenir, ha de caer a veces en la tentación de aferrarse al pasado, sobre todo aquellos que gozaban de algún privilegio, los de la casa grande. Ahora bien, se ve que la clase política que funge entonces como la hacedora de justicia, obra en gran medida no por convicción propia sino por las disposiciones superiores con las que es mejor lidiar de buena gana. Cárdenas es un personaje de suma importancia en esta obra, nunca aparece en la realidad del texto, mas se le siente como el ser mítico que ha venido a reivindicar los derechos de los desposeídos. Va en esta medida a sustituir a los dioses a quienes se les ha implorado por siglos sin obtener respuesta:
[ . . . ] Los antiguos tuvieron uno que los guiaba en sus peregrinaciones, que les aconsejaba entre sus sueños. Éste dejó constancia de su paso, una constancia que también les arrebataron. Y desde que los abandonó, años, años de tropezar contra la piedra. Nadie sabía cómo aplacar las potencias enemigas. Visitaban las cuevas oscuras, cargados de presentes, en las épocas calamitosas. Masticaban hojas amargas antes de decir sus oraciones y, ya desesperados, una vez escogieron al mejor de entre ellos para crucificarlo. Porque los blancos tienen así a su Dios, clavado de pies y manos para impedir que su cólera se desencadene. Pero los indios habían visto pudrirse el cuerpo martirizado que quisieron erguir contra la desgracia. Entonces se quedaron quietos, y todavía más, mudos. Cuando Felipe les habló alzaron los hombros con un gesto de indiferencia. ¿Quién le dio autoridad a éste, se decían? Otros hablan español igual que él. Otros han ido lejos y han regresado, igual que él. Pero Felipe era el único de entre ellos que sabía leer y escribir. Porque aprendió en Tapachula, después de conocer a Cárdenas (106).
El blanco por otro lado, ha sido educado para servirse del indio, se establecen jerarquías y clases sociales hasta en el uso de la lengua, sólo el criollo o el mestizo pueden hablar castellano, mientras que el indio debe hablar en su lengua natural. El blanco al indio le habla de vos, y entre ellos se hablan de tú. Como es de esperarse, para el criollo el indio no sólo es considerado una especie de animal de campo, también le parece ignorante y bestial, no obstante jamás le ha proporcionado los medios para ser educado, no le asiste con el salario mínimo; siente un manifiesto desprecio por la condición del que considera inferior, por su vestimenta, su lengua, sus rituales y, en este sentido, cree, como tradicionalmente cree occidente, que la suya es la única verdad, que no hay realidad mejor que la que manifiesta, que su educación, la occidental, es la única posible y sus lenguas las únicas que merecen apreciación. Luego, en esta condición de superioridad, se sentirá agredido, ofendido por el cambio que se está operando. Para él el indígena no sólo no tiene derechos, sino que además no los necesita, la tierra no puede ser de ellos porque la ha heredado el blanco casi por derecho divino, es ridículo que hable castellano, pues es tan ignorante e inferior que ni siquiera podría. Hay que notar aquí que, sin embargo, se sentirá profundamente agraviado si en efecto se le presenta hablando castellano:
Zoraida se replegó sobre sí misma con violencia, como si la hubiera picado un animal ponzoñoso. ¿Qué desacato era éste? Un infeliz indio atreviéndose, primero, a entrar sin permiso hasta donde ellos están. Y luego a hablar en español. Y a decir palabras como “camarada”, que ni Cesar —con todo y haber sido educado en el extranjero— acostumbra emplear. Bebe un trago de café porque tiene la boca seca. Espera una represalia rápida y ejemplar [ . . . ] (97-98).
Mediante el desarrollo de la obra, hemos de atestiguar que las ideas y los ideales van tomando su cause, los indios que en un principio se mostraban renuentes a este cambio por temor a ser azotados como bestias, con ayuda del líder local, del gobierno, de las disposiciones que van haciendo efecto, van adquiriendo una conciencia que al final ha de unirlos y reivindicará sus derechos.
Por último, es menester mencionar que existen claras muestras de la retroalimentación e intercambio en tanto ambas culturas se contaminan mutuamente, a este respecto sólo ejemplificaremos con la celebración de los fieles difuntos que inicialmente es una costumbre indígena de raíces ancestrales, mas ahora también es dado a los blancos efectuar la celebración. Luego, hemos testificado, mediante la novela de Rosario Catellanos, desde puntos de vista diferentes, desde el ángulo nuestro, el del lector, las gravísimas injusticias que en pleno siglo veinte seguían asolando al desposeído que, no obstante la riqueza cultural que aporta a ladinos y blancos, pervive hasta nuestros días. Es triste sin embargo echar un vistazo a las estadísticas oficiales que muestran una merma dramática en la población indígena nacional, sólo baste mencionar como dato extra que según el INEGI, en los años cincuenta, la población hablante de lengua indígena se estimaba en un 11.2% del total de la población, mientras que para el dos mil cinco, sólo se contabilizó un 6.7%. Vemos entonces que dicho detrimento arroja a la luz que en la actualidad el menosprecio, olvido y condiciones miserables del indígena siguen vigentes, y que de continuar así, las etnias que hoy sobreviven, pasarán a ser dentro de poco tiempo sólo un archivo muerto.
OBRAS CONSULTADAS
Alatorre, Claudia Cecilia. Análisis del drama. México: Gaceta, 1986.
Castellanos, Rosario. Balún-Canán. Col. Popular 92. México: FCE,1995.
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática. <www.inegi.gob.mx>
IMAGEN
La cosecha >> Saturnino Herrán., México, 1887-1918.
Nidya Areli Díaz nació en la Ciudad de México el 30 de noviembre de 1983. Poeta, narradora, crítica, editora, promotora y gestora cultural. Egresada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cursó durante varios años el taller de creación literaria impartido por el poeta Julián Castruita Morán en el Instituto Politécnico Nacional. Entre 2004 y 2007 fue miembro del Foro de la Décima Irreverente liderado por el productor, editor y etnomusicólogo Rafael Figueroa Hernández. Ganadora del segundo lugar en el Concurso Interpolitécnico de Poesía en 2001, y del primer lugar en 2002. Ganadora en 2012 del tercer lugar en el certamen de cuento Ciudad Imaginada organizado por Office Max y el Gobierno del Distrito Federal. Colaboró en 2013 con la Academia Mexicana de la Lengua en la revisión, corrección y actualización del Diccionario de mexicanismos. Su obra poética y narrativa ha sido publicada en diversas antologías y revistas impresas y electrónicas.