Por César Vega
En su casa, con ochenta y cuatro años y un cáncer encima, Umberto reposa el descomunal fardo de su vida sobre las tibias ropas de su cama, siente un sobresalto tremendo y cierra los ojos con tal profundidad que logra verse por dentro. Se mira las amígdalas percudidas por el cigarro con una estupefacción sin igual. En algún sitio del tiro de su tráquea le parece reconocer un rostro tan semejante al de mamá; cuando sus pupilas se acostumbran a la oscuridad mira aparecer los rostros de sus amigos muertos, los paisajes que creía olvidados, las caricias desaparecidas…, la vida que se le fue. Escucha en un indescriptible fade in La Follia, de Corelli[i] rezumándole hacia los oídos; emocionado y con las lágrimas brotándole hacia adentro busca a Renate, su querida esposa. No la encuentra en las penumbras y comprende que la muerte es la oscuridad. Suelta el resto de su vida por completo, se deja ir y la muerte se empieza a iluminar.
Treinta y seis semanas atrás, en un discurso en la Escuela Real de Equitación de Turín, al recibir un honoris[ii], Umberto retrata con acritud de los ciber idiotas: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles […] El drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad“. [iii]
Hacen falta apenas un par de horas para que las redes empiecen a vomitar, pocos usuarios timonean lo suficiente para buscar el discurso íntegro (leerlo, comprenderlo) y denostar con seriedad; las cabezas restantes de la hidra furiosa, latiguean sus lenguas sin parar.
Un sujeto con un libro de Svetlana Alexievich sentado en una banca espera, lee y espera; considera a Guglielmo da Baskerville su gran héroe de la infancia, hasta esa hora de su vida ha leído un par de libros de Eco de los que se jacta haber aprendido un madral. Estudiante de Letras Hispánicas, lectópata crítico, ojo escudriñante, vituperante de la literatura barata, iconoclasta descreído y fanfarrón.
Casi media hora después se encuentra con él una hermosa mujer morena, bellísima y escultural. Demasiada mujer para tan poco tipo y tan mal parado; entran cogidos de la mano a un remedo de bar en donde se reúnen con algunos amigos. Transcurren un par de horas; mientras unos beben vino, los otros toman cerveza.
Una notificación repica en el celular de nuestro sujeto, lo saca de su bolsillo y mira de qué se trata. Entre otras noticias se anuncia el deceso de Umberto; el tipejo pone un rostro de gravedad y bufa reclamando la atención de sus compañeros, petulante, les comunica el suceso.
Todos se conduelen y se asumen como grandes conocedores de Eco.
Nuestro individuo, desde atrás de una botella de tinto, arrastrando las palabras, cuenta, como si fuera su anécdota propia un chusco suceso del que se enteró unas trescientas treinta y una semanas atrás. En dicho episodio cuenta que el escritor había sido sorprendido recibiendo una felación de una prostituta menor de edad en el interior de su automóvil. Cuando los agentes policiales lo increparon, el filósofo les espetó que pensaran lo que quisieran pero que seguramente estarían en un error. Los oficiales al sentirse insultados en su inteligencia custodiaron a Eco hasta la comisaría local en donde, con lujo de retórica, estuvo a punto de evadirse al convencer al juez, al comisario y a los gendarmes presentes que todo aquello era producto de una confusión por un mal ejercicio de la teoría interpretativa… hasta que un oficial logró sacudirse el soporífero discurso de Umberto y rompió la elaborada burbuja de triquiñuelas al denostar que una mamada no se interpreta, sólo te la hacen o no y san se acabó.[iv]
Todos los convidados rieron de la anécdota y aplaudieron el ingeniosísimo y vacilador talento del maestro Eco y, mientras algunos celebraban con gratitud haber conocido esa peculiar historia, los otros creían tener en sus memorias el recuerdo de haber leído que algo así pasó.
Nadie silenció a ese idiota que detrás de una botella de vino decía pendejadas, incluso he sabido de muchos de sus colegas literatos que tienen esta chusca anécdota como verdadera y legítima; he oído de labios de muchos vociferar decepcionados de Umberto Eco por haberse enterado de que el gran sabio era un pedófilo cualquiera; “Es un asco ese sujeto”, me dijo un día el maestro Nicanor...
Lo triste de este asunto es que ahora entiendo que ninguno de nosotros ha aprendido la primordial y más importante lección que Eco nos heredó, de lo contrario, sabríamos que aquel Eco de la prostituta, es un tipo que nunca existió[v].
Referencias
[i] http://www.jornada.unam.mx/2016/02/24/cultura/a05n1cul
[ii] http://www.lastampa.it/2015/06/10/cultura/eco-con-i-parola-a-legioni-di-imbecilli-XJrvezBN4XOoyo0h98EfiJ/pagina.html
[iii] https://actualidad.rt.com/actualidad/177851-umberto-eco-redes-sociales-legion-idiotas
[iv] http://www.elmundotoday.com/2009/02/umberto-eco-es-detenido-junto-a-una-prostituta/
[v] http://www.informador.com.mx/cultura/2012/350937/6/el-mundo-alucinante.htm