Me preguntan si tengo evidencia de la existencia de Dios, ya que tanto hablo de él. Y yo respondo que no tengo evidencia de otra cosa. Toda la experiencia de un ser humano es experiencia de Dios, porque todo lo que vemos separado, los árboles, los ríos, hasta las casas con sus ladrillos, no son más que Dios manifestado en una diversidad ficticia. Hasta la propia conciencia es conciencia de Dios mismo, ya que, nosotros, como organismos partícipes de la Vida, somos Dios, un margen que goza de la divinidad en toda su plenitud, así como una gota de agua goza de la humedad sin diferencia con el océano. La cuestión no es de calidad, sino de cantidad. Nosotros podemos sentirnos Dios por entero sin detrimento de que seamos mucho menos que Dios, porque Dios a todos nos engloba, pero a todos nos da su condición.
Entonces, cabe objetar, ¿por qué me siento separado del resto de seres de la Naturaleza?, ¿por qué siento que soy cosa distinta del resto? Y la respuesta a estos interrogantes es clara: nos sentimos separados por una cuestión de educación. Efectivamente, hemos sido educados, desde pequeños, a identificar e identificarnos: yo, tú, eso, aquello… Y con el devenir del tiempo hemos creado una ciencia que se adapta a esos parámetros de observación, lo cual no significa que sea la única ciencia posible. De hecho, la experiencia que condiciona esa ciencia es muy occidental, por más que se haya dispersado como mala hierba por el mundo, pero ni mucho menos es la única experiencia que está al alcance del hombre y la mujer contemporáneos.
Aunque su visión se esté perdiendo en el tiempo, la historia de otros pueblos distintos al europeo ha dado cuenta de ello. Si le preguntas a un Hopi, por ejemplo, qué es el hombre, te dirá que el hombre es espíritu, pero no un espíritu separado del resto, sino espíritu infinito que todo lo engloba y posibilita. Hopi, en realidad, significa eso. Nosotros somos Hopi, solo que en esta vida vemos el Espíritu como dividido y parcelado, siendo nuestro cometido existencial regresar a esa Unidad de todo lo existente, unidad que se puede, por qué no, y de hecho es un deber, en realidad es el verdadero éxito vital, apreciarla en estos días que pasamos en este plano de conciencia y mundo.
Cuando aprendamos a ver como esos pueblos estaremos en disposición de crear otro tipo de ciencia. De momento habrá que romper una lanza por el arte, la espiritualidad y la mística, porque, ¿a ver por qué la experiencia de Juan de la Cruz va a ser menos importante que la de Newton? Si aceptamos sin cuestionarnos las conclusiones del científico es porque desde pequeños nos han enseñado y modelado para ver desde su mismo prisma, pero si, desde recién nacido, aprendiéramos a valorar, no los entes separados, sino la conexión que los mantiene unidos, aprenderíamos a ver con los ojos del místico; es más, nosotros mismos nos convertiríamos en místicas y místicos, y no tendríamos necesidad de refutar lo evidente, a saber, que todo está unido, y que esa unidad que subyace a todo es Dios, o la realidad suprema que definimos con ese nombre. Así que, por lo tanto, cuando me preguntan si Dios existe, y si tengo evidencia de él, respondo: sí, tú y yo somos Dios mismo.
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Imagen al exterior
La noche estrellada >> Óleo, 1889 >> Vincent Van Gogh
Héctor Aún vive en un pueblo de montaña de la provincia de Segovia, al norte de Madrid, en España, donde nació un 31 de diciembre de 1974. Ha cursado estudios de filosofía en la Universidad Complutense de la capital española, y muchas de sus fuentes son de este género. Es autor de diversas obras infantiles, aunque también ha publicado para un auditorio más adulto. Vértigo y La Gran Carrera son dos de sus novelas, al igual que Como flores muertas, El fantasma de un percebeiro y Cuadernos de poesía son sus únicos poemarios publicados hasta la fecha. Recientemente ha visto la luz una novela juvenil, Tigre, el reloj despertador, y tiene en mente la colaboración con una editorial argentina para sacar al mercado su colección de microrrelatos Breviario de un hombre torpe.
