“¿Cómo vas? Y yo le contesto bien, todo va bien. / Salvo mi corazón, todo va bien”.
/ “Opio en las nubes…”
—Rafael Chaparro
El libro que sostenía me traía hipnotizado: los aterradores bramidos del minotauro resonaban en cada rincón del laberinto en el cual el héroe Teseo enfrentaba su destino. Me encontraba en el auditorio de la Feria del Libro, donde tenía lugar la presentación de un poemario. La sala estaba repleta de oyentes, y yo en el centro, inmerso en el mito de Teseo. Mi lectura resultaba más envolvente que las insípidas palabras de los comentaristas en el escenario. De repente, cediendo a un inefable impulso, giré la cabeza hacia atrás y la vi a ella: mi enigmático laberinto, mi perdición… mi “Ariadna”.
Era, sin duda, Eliana Jara, a quien el día de ayer, sumido en lágrimas pusilánimes, le había dedicado “He renunciado a ti” de José José, debido a la imposibilidad de nuestro amor. Por supuesto, Eliana no lo sabía. Ella solo era consciente de la atracción que me causaba, no del febril amor que me consumía. Enseguida, sus ojos felinos se encontraron con los míos, mientras su sonrisa de lado se iluminó. ¡Rayos, su encanto me desarmaba por completo!
Entonces, impulsado por la certeza de su presencia mágica, elevé mi mano derecha, invitándola a acercarse. A mi lado se distinguía un asiento vacío; un asiento vacío que reflejaba sus sentimientos hacia mí. Sin embargo, Eliana no mostró la más mínima reacción y simplemente continuó sonriéndome. Avergonzado, volví mi rostro a su lugar con la esperanza de que en los próximos segundos su figura apareciera a mi lado y cortara, como un filoso cuchillo, mi inexorable soledad. Pero nada ocurrió.
Nada, excepto por los punzantes hincones que últimamente taladraban el lado izquierdo de mi pecho cada vez que ella aparecía y, de inmediato, desaparecía. Regresé al libro sin más opción, resignado a mi infortunio emocional: “si no fuera por la literatura, en este preciso instante me cortaría las venas” ―susurré―. Pero el mito griego ya no me transmitía nada; en cada página se materializaba el rostro aplastante de Eliana estrujando cada una de mis sienes.
Después de unos interminables minutos, la presentación literaria llegó a su fin, y los aplausos llenaron el aire antes de dar paso al silencio. Cerré el libro con calma, lo guardé en mi maleta mientras pensaba en cómo proceder. ¿Debería acercarme a Eliana? ¿O sería mejor esperar a que ella viniera hacia mí? Con cierto temor, opté por lo primero. Me levanté y di media vuelta: ella se apresuraba en avanzar hacia el escenario. “Hola”, me dijo con tono despreocupado y continuó su camino hacia donde los escritores preparaban su partida. Les dio un abrazo efusivo ―eran sus colegas, Eliana también era poeta― y posó junto a ellos para las respectivas fotografías. Yo me dirigí hacia la parte posterior del lugar, donde observé de forma autómata los intercambios de afecto que se prodigaban entre sí. Los odié en silencio a todos, especialmente a Eliana y a su maldita arrogancia.
Con una sensación de derrota colgando de mi cuello como un cartel, abandoné el auditorio y deambulé sin rumbo fijo entre los stands de la feria; enfermizas emociones acopiaban cosechas de melancolía en mi interior. De pronto, impulsado por el instinto de supervivencia que intervenía cuando tentaba el borde del abismo, compré dos vasos de café. “Le ofreceré uno a Eliana, será la excusa perfecta para acercarme y compartir la siguiente presentación”, me animé. Regresé al auditorio con la autoconfianza recuperada. Sin embargo, la volví a perder de inmediato al ver a Eliana sentada al lado de uno de los poetas. Ambos intercambiaban sonrisas cómplices mientras se sumergían en la placidez de su conversación. Contrariado, ingresé tratando de disimular mi frustración y me desplomé en uno de los asientos delanteros.
Regresé al libro: el hilo rojo que Ariadna obsequió a Teseo le permitió encontrar la salida del laberinto; con tristeza, comprendí que el vínculo simbólico entre Eliana y yo ―nuestro hilo rojo―, estaba irremediablemente roto para siempre.
A partir de esa dolorosa certeza, todo adquirió un sabor amargo, tan amargo como los dos cafés que me vi obligado a tomar.
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Myth >> Zack Zdrale
M. Andrei Velit (Huancayo, Perú. 25 de octubre, 1989) es Lic. en Administración de empresas, escritor, docente del área de Comunicación, gestor cultural y codirector de la editorial “Verso inefable”. Ha publicado los libros “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” (2020), “Los diversos rostros del abismo” (2022), “Melodías del desencuentro [Tres danzas de corazones perdidos]”(2023), “La soledad de los vencidos” (2024) y “Donde alguna vez habitó un corazón” (2025). Obtuvo el 2do lugar en el “I concurso de narrativa breve” organizado por la editorial Autómata, Perú (2024), con su texto “Entre sueños y olvidos”. Quedó finalista en el XVI Premis Literaris CONSTANTÍ 2022, organizado por el ayuntamiento de Constantí, Tarragona, España, con su texto “La hora del juicio particular”, así como también en el “I Certamen Internacional de cuentos de fantasía y terror homenaje a Lovecraft 2023” organizado por la editorial Rubeo de España, con su cuento “El último ser que le temía al sol”. Ha sido publicado en diversas revistas y antologías literarias de carácter nacional e internacional.
