UN CHOQUE DE PERSPECTIVAS

por Arturo Blackmore

Una no sabría que tras ponerse el maquillaje, los cacheteros de encaje en conjunto con el negro bra, la falda de secretaria y blusa fina de lino, será plantada en su cita de ensueño; un cuatro por cuatro la hará cruzar media cuadra hasta estrellarse el rostro contra el piso.

Una dice Voy a llegar tarde, maldición, al cruzar la calle para llegar a la cafetería París, el lugar agendado para su cita romántica. Sus tacones rojos le aprietan la punta de los dedos y comienza a pisar desde el talón, haciendo de su viaje desde varias cuadras, culpa de un taxista que quiso propasarse con ella, toda una odisea. El ardor en los tobillos le incomoda más que las marcas por las orillas del zapato. En definitiva fue mala idea usar high-heels.

Al romperse la tapa del tacón, una se agacha poco antes de que el Ranger le cruce encima con la defensa.

Todo ocurre muy rápido. Una cree rodar en el suelo cual hámster en su esfera, viendo la transmisión y otras partes debajo del vehículo; muchos de los testigos creen ver a Superman volar aunque sea unos segundos antes de estrellarse de cara a la calle, otros dirán verla recibir un golpe del propio Popeye tras comer sus espinacas. Sin importar el caso, lo cierto es: una cree ver su vida pasar. No desde su propio nacimiento, pero sí desde obtener consciencia de un recuerdo fijo y nítido: salir de casa para ir al jardín de niños.

Una recuerda los niños tímidos, las palabras mal articuladas, los gritos de la maestra, las compañeras de salón le ponían comida de ave al interior de su uniforme, los apodos de urraca o cotorra o conquista-niños; la primaria, dificultades para aprenderse las tablas, su primer amor, su primera pelea de greñas, su primer psiquiatra, ver por primera primera vez a su abuela sufrir un ataque después de toser, sus primeros bráckets; la secundaria, las buenas calificaciones, el segundo amor, su primer rechazo, a su abuela tomando medicamentos, de nuevo los apodos de urraca, las cortadas en las muñecas, su autoproclamada etapa de emo; preparatoria, su autoproclamada etapa popular, su abuela en una camilla, las citas con el dentista, las malas calificaciones, discusiones de su madre con el doctor, los medicamentos que mataban a su abuela, el acoso de un compañero de clases, su novio de veinte años, una urraca, la muerte de su abuela, las cortadas en los muslos, chismes de una ser puta; la graduación, el embarazo, el rompimiento con su novio de veintidós, la entrada a la universidad, el regaño de su mamá, el aborto, más rumores de una ser puta, la depresión severa, la deserción de la universidad, cómo por decisión del padrastro su madre la corrió de la casa, su segundo psiquiatra; el trabajo, los antidepresivos, el chisme con sus amigas, sus amigas mostrándole una aplicación de citas; múltiples citas decepcionantes, un tipo le cobró un helado, un tipo músculoso le envió mensaje, más mensajes que ella ignoraba, un emprendimiento propio en venta de contenido explícito; el uso de aplicación de citas para conseguir clientes en su nuevo emprendimiento, más mensajes de los cuales algunos querían contenido gratis, otros la llamaban puta como si eso nunca se lo hubieran dicho, un mensaje diciendo cómo le va a ir mal en la vida por zorra, discusiones con sus amigas sobre lo fácil de ganarse el dinero de un hombre cuando se usa la carne, las risas en confirmación, la confrontación con un tipo por el mismo tema, una cree decirle al tipo en confirmación En definitiva, el hombre cuando es jarioso por una mujer mueve montañas, en especial de dinero; otro mensaje pero de un tipo güero y en esmoquin, comenzó a coquetearla y tuvo éxito; un Pronto nos vemos, ¿cómo es tu semana…? Oh, entonces nos vemos el próximo viernes… ya rugiste linda, nos vemos en el París.

Al despertar, el primer sabor en su boca es hierro. Una cree ver borroso del lado derecho. Se toca el bigote y ve sangre. Será de mi nariz lo más seguro. Se toca los dientes, desde ahora estarán chuecos por lo que le reste de vida. Se toca la espalda, siente con su palma una ese protuberando de su piel. Se mira sus mallones negros y rasgados, el raspón en su clavícula. Se pone de pie, se lamenta por su falda desgarrada y su blusa cubierta de polvo. Puta madre, puta madre, puta…

—Oye, ve al hospital —le dice la gente en la calle.

—No, yo estoy bien. Estoy bien.

Y camina con sus pies descalzos hasta la cafetería, arrastrando uno de ellos como un trapeador. A una le importa un carajo.

—No voy a dejar que me metan a un seguro sólo para ya no salir —cree decir en voz alta.

Oye de las voces en la calle: ¿Qué pasó?, La arrollaron y ella no quiere ir al hospital, ¿En serio?, No manches, Creo fue un hombre… se fue de corrido saltándose el alto… Mira cómo se arrastra, mami, a esa mujer le sale sangre de todos lad… y una piensa: Ellos exageran.

Al entrar al café nota cómo no hay olor. Una mueve su rostro de izquierda a derecha, sopla su nariz y más gotitas de sangre caen al piso. Sólo hay gente de tercera edad y varios platos con comida frente a asientos vacíos, lo más seguro eran de parte de la gente de afuera, mirándola con asombro. En el lugar no hay ningún güerito como en la aplicación, nada más luces blancas y ancianos comiendo pozole. Su corazón comienza a martillarle las manos, el pecho, los oídos sangrantes.

Una siente la palmadita en su espalda. Se da la vuelta y la señorita con su manta verde de cocina y sus lentes de culo no para de exagerar el abrir de sus ojos maximizados por los lentes. Se miran entre ellas, fijo el rostro. Una le regresa la mirada confusa a esa muchacha. Una se toca el pómulo, lo tiene tan duro. Es un trozo de hielo:

—Auch.

Se escucha un golpe desde la puerta. Una piensa que sería el güerito en esmoquin quien le diría que la vio, cómo intentó salvarla de su sufrimiento pero llegó muy tarde y apenas acaba de llegar para ahora sí llevársela y resolver sus problemas, quizá atenderla por su cuenta y así recuperarse. Al fin y al cabo, el golpe no fue para tanto. Saldrá de su vida de vender contenido, de tener citas aburridas, de los antidepresivos, de preocuparse por sus padres, el trabajo… Todo se va arreglar, ¡por fin!

Es un paramédico chaparro, moreno, similar a esos hombres que le envían mensajes en la aplicación de citas.

Una cree que él la viboreó igual como ella hizo con él, y si una lo ve con asco, él pone una cara que todos en el restaurante reconocen como preocupación, pero ella en un futuro batallaría para admitirlo.

—Dios… —y rápido el hombre le ve los pies desnudos; el derecho siendo arrastrado— señorita, me dijeron que la atropellaron y el culpable se fue a la fuga. Me llamaron para atenderla, necesito que me acompañe —y comienza decir por una radio cómo la chica frente a él tiene los ojos negros, la nariz y pómulos inflamados, le sangran los oídos.

Una siente ganas de llorar. El dolor se hace intenso, eterno. Siempre yo, siempre yo empieza a decir. La migraña comienza a darle un saludo.

Al tocar el lado de la sien, una siente algo pequeño moverse desde adentro y comienza a gritar, histérica: una cree ver de un lado algo negro y rojo asomarse de la esquina de su nariz, ver la entrada de la cafetería y los meseros, y al paramédico tratando de sostenerle la mano sin éxito ya que una lo manotea y se resguarda; cuando las gotas rojizas de sus ojos empiezan a caer, algo le sigue y el hombre con su chaleco de rojo se pone boquiabierto y más, mucho más alarmado. Una cree ver al güero, abriendo la entrada del café para verla, viborearla, apedrearla con su escarmiento para sólo darse la vuelta y regresar de donde vino. Una desde su ojo izquierdo ve al paramédico salir rápido de la cafetería… del ojo derecho una ve el piso borroso y unas gotas negras.

Al salir, una sigue chillando de dolor. Desde una camilla dice entre dientes que todos los hombres son iguales.

***

Imagen:

Contra la pared >> Óleo >> José Gabaldón

Arturo Blackmore (Tamaulipas, México, 2000). Comenzó a escribir en el 2022. Estudiante de Contaduría y Finanzas en la UTEL, ha publicado textos en la revista Delatripa y en textosexcentricos.com y formado parte de la antología de cuentos De la única manera posible por parte de Las Tejedoras Proyecto Literario. Ha sido becario del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) Tamaulipas 2024, en poesía. Tomó el diplomado en creación literaria en la Escuela de escritores Sergio Galindo. Ha tomado talleres y clases con poetas como Daniel Medina y David Anuar, y con autores como Cristina Rivera Garza, Julián Herbert, Alberto Chimal, Adán Echeverría, Mauro Barea y J.R. Spinoza. Le gustan los gatos y ver películas, así como leer poesía y relatos. Entre sus influencias se encuentran figuras como Naguib Mahfuz, Italo Calvino, Jorge Ibargüengoitia, Cormac McCarthy, Samanta Schweblin y Maximiliano Barrientos.

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