ETERNAMENTE TUYA SERÁ LA NAVIDAD

por Lord Crawen

“Este año, ¡la Navidad será nuestra!” Jack Skellington, The nightmare before christmas.

Nuestra casa fue construida en las faldas de una montaña. Llegado el mes de diciembre, para llegar a ella, se nos presenta una carretera sigilosa, cubierta del frío ambiente y la neblina devorando todo en su presencia. A la penumbra de una tarde borrascosa donde el sol, en su figura grisácea tras las nubes, desciende para enfocarnos atemporalmente en la tarde noche del 23 de diciembre.

Me llamo Arsis y ésta es mi historia.

Soy una chica de ciudad, por necesidad, con un trabajo más que estresante. La vida no ha sido gratificante conmigo. Desde pequeña, tengo sueños recurrentes en una oscura noche donde la Navidad nunca ocurrió, justo en la casa a donde voy a llegar. Conduzco bajo los efectos torrenciales de la neblina gris, aún con los faros encendidos para observar hasta el siguiente país, la cortina grisácea no cede. Puedo observar a los costados, pequeñas luminarias, puntos rojizos de casas habitadas por otras personas que han llegado a esta zona por las fechas. Todas las casas mantienen esa calidez. Hasta llegar a un punto donde la oscuridad se mezcla con la neblina, donde el olvido y el tiempo han echado raíces.

Ahí esta aquella casa, entre polución, podredumbre y olvido.

Desciendo del auto y corro donde está la puerta de acceso, en la cual es difícil de hallar el picaporte para insertar la llave, debido a la aterradora oscuridad que cubre este espacio. Al final, encuentro el camino para acceder, ingreso y cierro la puerta detrás mío.

Afortunadamente, las cuentas de energía eléctrica se han pagado, por lo que al girar las viejas perillas, algunos focos aún encienden; otros han decidido unirse a la penumbra y al olvido. Los bombillos que muestran el camino de luz son los que me dirigen al pasillo hacia las escaleras, no sin antes pasar por donde solía estar nuestra sala. En una imagen nada fotogénica, mezclando los tonos cálidos de una bombilla a media iluminación, la oscuridad y los recuerdos, yace entre los escombros de motas de polvo y acumulación, un árbol de Navidad sin terminar de adornar, verde con tonalidades de herrumbre podrida debido al metal con el que fue construido. El tiempo también se encargó de vencer su estructura; la columna del árbol, vencida, le da el aspecto de un hombre de tercera edad, encorvado, mirando hacia abajo, al destino final de todos.

Sigo encendiendo los apagadores, girando algunas perillas. Algunos focos me muestran el camino, otros, simplemente no lo hacen.

Subo las escaleras. El apagador ubicado al finalizar las mismas, no causa efecto. La oscuridad es más pesada en este punto.

Siendo una adulta funcional, poco creyente de los cuentos de fantasmas, pero con una infancia corrompida por los errores de otros adultos, decido correr hasta la puerta del final donde solía estar mi habitación y, en efecto, está entreabierta, justo como aquella tarde.

La puerta en mal estado no cede para cerrarse. Empujo lo más que puedo hasta encontrar la manera de protejerme de algo que ni yo misma sé que sea… Sé que es, pero no tengo ganas de mencionarlo.

Una vez que la puerta se ha cerrado, giro el cerrojo. Me conforta la seguridad, mas no el polvo dentro de la habitación. En efecto, no hay luz. De la ventana no emerge luz alguna. La noche está cerca, así que la negrura se hará más densa e inhóspita.

Abro la ventana para sacudir las sábanas y cobijas. Trato de limpiar lo más que pueda el lugar donde alguna vez una pequeña niña podía soñar. Considero que la limpieza exhaustiva iniciará mañana. Por ahora, sólo quiero dormitar del largo viaje a un lugar donde ni yo sé por qué decidí volver, sólo porque mamá me heredó la propiedad. Tal vez porque no hay nadie más de mi familia que pueda reclamarla. Ni siquiera él… Decido dormir. Es todo.

***

Voy a relatarles el instante onírico de la noche del 23 de diciembre. Es muy importante que sepan lo que ocurrió y dónde estoy actualmente.

Aquel día, marcado en el calendario como el 24 de diciembre de 1984, en una tarde donde mamá esperaba, con lágrimas en los ojos, al regreso de la figura paterna que ella había elegido para el fin de año.

Por mi parte, coloco junto con mis primos los adornos navideños. En ciertos lapsos de tiempo, voy a donde mamá, quien sigue rondando en la cocina, cerca del teléfono, esperando una llamada. Con mis manos, jalo su vestido, invitándola a que vaya con nosotros a terminar de adornar el árbol. Mis tíos y abuelos han salido a la tienda, la cual en aquel entonces, quedaba en el centro del pueblo, por lo que volverían hasta la noche. Trato de divertirme con mis primos, pero hay algo mal.

Apenas estamos terminando de adornar nuestro árbol de Navidad, adquirido en una tienda de segunda mano. Es un árbol artificial, verdoso, con algunas partes ya carcomidas por la oxidación herrumbrosa; el aroma no es agradable, pero aquella figura pintoresca, así de grande, puede arreglarse una vez que se ilumine de la punta a los soportes debajo de él.

El teléfono timbra una vez.

Mamá contesta.

Sí. Sí. No… No me diga… No, por favor, debe ser un error. ¿A dónde me dirijo? ¿Qué es esto…?

La noche comenzó en los fríos cubículos de la jefatura de policía. Junto con mis primos, esperamos en una fría sala donde una mujer policía intenta hacernos sonreír con juegos de cartas. Preguntamos dónde están nuestros padres, recibimos la exasperante respuesta de un adulto: están ocupados, ya vuelven.

Le pregunto si volveremos a tiempo para terminar de adornar el árbol. No dice nada. No gesticula. Toma las cartas y las reacomoda para nosotros sobre el escritorio.

Llegan mis tíos y los abuelos por mis primos. Pero no por mí.

Debes esperar a tu madre. Tienes que ser valiente. Eres una niña grande, debes madurar…

Eso dijeron cuando papá no volvió del conflicto bélico. Eso mismo me dicen ahora que mamá, en una habitación contigua, está firmando papeles y entra al mismo sitio frío donde guardan a la gente muerta.

Sale de la habitación y me dice que mi papá ha muerto. Eso ya lo sé, le respondo, eso pasó hace dos años. Me responde que era mi nuevo papá, al menos el que intentaba serlo. Considero la mala suerte de mi mamá para encontrar pareja.

De pronto, y como funciona la mente en el sistema onírico, volvemos a casa. Pero, mientras mi madre se perdía en el oscuro pasillo donde los focos no encendían y yo me encontraba en la poca luz debajo del foco principal, entre el pasillo y la división de la sala, observaba atentamente el proyecto jamás terminado de aquella Navidad.

El herrumbroso y metálico árbol navideño, entristecido, sin luz ni la estrella en su punta, con adornos mal colgados, pendiendo en la oscuridad, doblado de su poste, como si se tratara de una columna de mi abuelo ya entrado en años…

A un costado, sobre el sofá, un artefacto hecho por mi papá. Una especie de caja, donde, tras mover algunos filamentos, se iba destapando una caja donde al final encontraría la estrella brillante que colocaría encima del árbol.

Pero, por más que intenté, jamás pude abrir la caja. Caí en la cuenta de que aquélla no era mi casa, nada concordaba. Escuché a mi madre sollozar en la parte de arriba. La fotografía de nuestra perfecta familia antes de la guerra pendía de un solo clavo en la pared, con nuestros rostros emblanquecidos.

Y el árbol, entre las sombras, en su putrefacción oxidada, en su verde olivo devanado por el tiempo, comenzó a tener estertores. Detrás, la figura de mi padrastro, con los ojos hundidos, con un corte en la sien, de palmo a palmo, sangrando una masa sanguinolenta púrpura.

De ahí, emergió su figura maldita que había arruinado la Navidad aquella noche.

Quise gritar, al punto en que él, junto con el árbol de Navidad, caían sobre mí.

Expulsé un grito que rompió el delgado velo entre el mundo onírico y el supuesto mundo real.

***

Me encuentro gritando esta noche como una adulta sin protección alguna. Desvalida, caigo de la cama mientras me inunda en llanto.

Mezclada entre el frío, el polvo y un sueño más real que de costumbre, observo alrededor hasta que esa figura se haya extinto por completo.

El miedo recorre mi cuerpo. La atmósfera se cierra. Mi mente no quiere volver a ese lugar. Mamá ya no está para cuidarme. El cuerpo cansado puede más que toda la negatividad en conjunto, y decide finalmente ceder al agotamiento.

Ya es 24 de diciembre… y no quiero volver a estar sola. Deseo por una vez en la vida, tener una buena Navidad.

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IMAGEN AL EXTERIOR

Adoración de los reyes magos >> El Greco., Grecia, 1541-1614.

Lord Crawen, Jezreel Fuentes Franco nació el 29 de junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el IPN; luego, su pasión por la Literatura lo llevó a formar parte del Taller de Creación Literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán, y del impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en cuatro obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de Literatura del horror, en el auditorio del Centro Cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante” y actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.

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