CIERRO LOS OJOS

o mis aventuras en el País de los Huesos

por Alias Torlonio

“Mi hijo no trabajará nunca, los hombres que trabajan no pueden soñar; la sabiduría se recibe en los sueños”. —Nez Percé

 .

El País de los Huesos nos hace regalos y nos alerta con premoniciones, incluso de vez en cuando nos pone a prueba; de tales ajustes solemos salir con la cabeza alta sólo porque allí somos todo mente, que no cerebro. Valga este ejemplo:

Una noche del dos mil diecisiete tuve un sueno que consigné en un escrito titulado (entreparéntesis); fue así: Un ángel de aspecto pendenciero se pone en jarras delante de mí, y desafiante me dice: Soy Azrael y estoy aquí para hacerte una pregunta; se ha de construir un palacio en el cielo y la cuestión es la siguiente, ¿de todos los materiales cuál es el más ligero y a la vez el más resistente al paso del tiempo? Bastante intimidado por su presencia, ya que nunca antes había estado ante un ángel, respondo: Las palabras. El ángel se desvanece y yo quedo más tranquilo, pues su tono era en exceso inquisitivo. Entonces despierto. Dos cosas son de mención: por un lado, aunque pasé ocho años funestos en un colegio católico, prefería oír entretenidas lecturas de la biblia que asistir a clase, así dejo resumida toda mi carrera religiosa, que no espiritual, pues ni recé, ni confesé, ni di fe; entonces, ¿por qué un ángel precisamente?, ¿y el nombre de Azrael?, no sé siquiera si existe. La otra cosa que me intriga es la respuesta, este tipo de respuestas tan certeras se nos ocurren siempre dos horas después de que el ángel nos haya dado un mandoble con la plana de su espada; luego, con un huevo en la cabeza nos decimos: ¡Ay, joder, le tenía que haber dicho que tal material son las palabras! Por tanto, planteo: si en el País de los Huesos somos eficaces al cien por ciento, pues somos todo mente, ¿por qué no gestionar desde allí los afanes, trabajos, estudios, y tribulaciones experimentadas en el Estado de los Vigilantes? Actuando así podríamos dejar para la vigilia el desarrollo placentero de los sentidos del cuerpo, liberándonos por otro lado de la servidumbre de las horas.

Mis hermanos, observando que no tienen accesos para dañarme psicológicamente, apalean mi cuerpo con increíble violencia, y disfrutando con ello como si celebrasen una fiesta. Después mi primo Carlos me abraza despidiéndose de mí y cae redondo al suelo, desangrándose, no sé si desmayado o muerto (Carlos tenía una de las naturalezas más bondadosas que yo haya conocido, pero murió joven, ciego y en una silla de ruedas, por culpa de la heroína). En mi plato, entre patatas y verduras veo que hay un lagarto vivo; él me mira con fijeza, transmitiéndome una pesadumbre indecible. Por contraste, salgo del País de los Huesos con un ánimo exultante.

Asisto a una exposición del pintor Durero con mi amigo Jimy que, aun siendo acondroplásico, o tal vez por eso, esté donde esté es siempre el rey de la fiesta. Después viajo en moto con Jimy de acompañante, pero no sé a dónde vamos. Finalmente, me encuentro de nuevo con mi primo Carlos.

El padre de mi amigo Gerardo (al que jamás vi) tiene un bar decorado como en los años cincuenta. Gerardo se ha vuelto miserable y no quiere tratar conmigo; sin embargo su padre, en su bar, me trata con toda la educación del mundo, y me regala, tal vez por limar asperezas, una pastilla de jabón hecho por él. Me recomienda que la lleve en el bolsillo de la camisa, y allí la planto.

Ante el portón de un castillo medieval convertido en museo, ondean largos estandartes de lona roja con la firma ‘alias torlonio’ en color blanco. Las banderas, de varios metros de altura, forman un semicírculo. En el centro hay una espada y un catálogo con todas mis obras. El viento agita las páginas del libro y éstas, al contacto con el aire, se convierten en pájaros, y vuelan. Por otro lado, unos pocos se ocupan de mis exequias. 15/8/20

A través de diferentes lenguajes y formas de pensamiento manifestamos diferentes realidades pactadas de antemano; así es como creamos mundos.

Hay por las calles agitación policial, puestos militares, y milicias civiles circulando. La gente se ha vuelto absolutamente loca. Unos vigilan a otros, de forma enfermiza todos se vigilan entre sí. Ahora los borregos pretenden ser lobos, pero a mí me parecen hienas carroñeras (ya es tarde para sacar los colmillos).

E. Siesto y su pareja me preguntan por una calle. Les indico con pelos y señales, pero cuando se van me doy cuenta de que me he equivocado dirigiéndoles a la altura la calle de Goya, donde tenía mi casa y el taller de pintura. Llevo dos cuadros bajo el brazo para dejarlos en casa de mi primo Carlos. Le pido el número de su teléfono. Lo apunto. En la calle encuentro a C. Rivas. Le pido su número de teléfono. Lo apunto. Las tres últimas cifras son cinco, siete, ocho. 16/8/20

Las ondas de diferentes frecuencias vibratorias producen los paisajes y escenarios más curiosos. Cualquier influencia externa, como una respiración profunda, hace que estas vistas varíen su aspecto, e incluso su naturaleza.

Tengo una pareja, se trata de una mujer muy educada, solícita, y también bella. Dejo por ella el bosque para vivir en una ciudad. El caso es que mi hija Elvira y mi pareja no congenian; Lolo, que vino con nosotros, está a disgusto con todos y sólo alterna con los ratones, que después de cazarlos, en vez de comérselos juega con ellos; así que decido volver al bosque y vivir como antes. Finalmente, el Globalestado gestor de la Nueva Anormalidad provoca una falsa invasión extraterrestre para tratar de prolongar los confinamientos ilegales de la población. La cosa es de chiste y sin embargo, los suministros de papel higiénico desaparecen en pocas horas de los almacenes. ¡Mundo cagueta!

En una ciudad postapocalíptica, comer palomitas de maíz está prohibido. A pesar del riesgo, a mí, que siempre me han importado un comino las palomitas de maíz, me da por rondar un puesto ambulante de palomitas en la hora de mayor riesgo, por la noche. El camello cada diez segundos vigila el cruce de la calle. Justo cuando voy a conseguir mi paquetito de palomitas, la policía no tiene nada mejor que hacer que una redada. El desorden es absoluto, entre luces de feria policial, palomitas volando, y la gente buscando la oscuridad a la carrera. Doy con un portal que da a un corredor que une cuatro bloques. Aquí me siento seguro hasta que un portero de guardia se topa conmigo. Viendo que en el recibidor del portal hay colgada una vieja pintura, y que el portero parece un tipo majo, para tranquilizarle le cuento que ando buscando obras del pintor cántabro Pancho Cossio.

Cierro los ojos. Soy un niño. Estoy en una cueva arropado por la luz de un fuego danzante. Me dispongo a pintar en la roca con pigmentos vegetales y minerales que trituro y luego mezclo con grasa animal.

Tengo mi pequeña cama plegable aparcada en la calle principal de uno de esos viejos pueblos norteamericanos de finales del s. XIX, colindantes al desierto, territorios que eran estados mexicanos y fueron vendidos de forma ilegal y fraudulenta. La mayoría de estos pueblos apenas si tienen una calle principal y poco más. Allí, plantado en mi cama, hago mi vida; allí como, allí leo, y allí duermo; para disgusto de los jefes de algunas empleadas que a veces pierden un par de segundos laborales mirándome, con la cabeza en las nubes. Una de las camareras del bar, salón recreativo prostibulario, es especialmente asidua de tan fugaces ensoñaciones (yo también la miro). En este pueblo tengo escasos amigos, pues más de la mitad del censo anda involucrado en una trama de extorsiones, debidas a una serie de juicios amañados e indemnizaciones. El pueblo cuenta con un abogado que abiertamente alienta al fraude judicial sistemático. Este personaje lo encarna alguien igualito a un tipo de mi antiguo barrio madrileño, conocido como ‘el Muñeco’: joven retrogrado alcoholizado y medio nazi, con cara de gordito del cine mudo, con el pelo siempre engominado y, además, presumiblemente armado (bastante más diabólico que Chucky, el muñeco). Yo promuevo demandas judiciales por las injusticias y fraudes observados, lo que provoca que el abogado, asistido por medio pueblo, tome nota de cada uno de mis movimientos. 17/8/20

Estoy con una mujer muy afín a mi forma de sentir. Ambos telepateamos, generando en ocasiones una mente común. A nuestro alrededor las cosas cambian constantemente de tamaño. Al mirarlos fijamente, unos objetos se convierten en otros. Experiencia de aprendizaje y descubrimientos.

Participo en una fiesta en un pueblo, sin saber a santo de qué. Es como un cuadro de Solana. El pueblo surge sobre un paisaje rocoso y yermo, animado por una procesión de esperpentos.

Vamos en una furgoneta mi amigo Paco, mi madre, un amigo de ella, mi hija Elvira, y yo. Llevamos a mi hija al instituto. Paco va fumando un canuto. Hablamos de lo que sucede cuando los fontaneros marchan a América (?!). Mi hija fuma un poco de yerba y se le va el santo al cielo.

Elvira, Silvia, y yo, damos un relajado paseo por el Parque del Retiro. 18/8/20

Discuto con otros pintores, jóvenes o mayores, sobre qué pigmentos utilizar para hacer fondos y por qué. Este tipo de conversaciones eran frecuentes en la ciudad donde vivía, en el Estado de los Vigilantes; en el bosque que hoy habito no se dan.

Quiero comprar fruta pero una cajera china me putea todo lo que quiere y un poco más. Con mucho arte y paciencia, a base de tirarle bien los tejos a la chinita, consigo gustarle, además de dos kilos de plátanos y una cita para la tarde. Luego voy de paseo con mi hija Elvira, que aquí tiene sólo cinco años; nos sigue un cortejo de perros callejeros. Necesito botas de piel de búfalo. Hay en la manada una perrita con la que me encariño mucho.

Vivo en una isla a la que cuesta mucho llegar. El dinero viene a mí con facilidad, parce que lo gano de cualquier modo. Semanalmente, boto un cayuco y remo hasta el puerto más cercano para comprar provisiones de cuanto necesite. 19/8/20

Estoy en casa de Ana con Gerardo Velarde. Vamos a pasar allí la noche. Mi amiga llegará al medio día siguiente. Entablo conversación con un vecino de ella que es de la ciudad más cercana a donde está mi casa, en el norte del país. Este hombre me cuenta sobre una amiga común que también vive en el norte. 20/8/20

Me acompañan mis dos mastines (Lino y Rita) y mi ovejero de Brie (Cotton). Vemos que la tierra de la finca de Chelo marchó monte abajo. Una amiga, experta en artes marciales, ha de viajar a Corea del Norte y pese a todas mis advertencias, se vacuna; esto es, se inocula un mal o varios (a saber), más diversas trazas de genes animales (lo que no mata, engorda), más ARN mensajero (ningún email), más un compuesto que han decidido denominar LUCIFERASA (¿habrá que ponerse en lo peor?), más miasmas fetales humanas (por dar saborcito al compuesto); más metales tóxicos como el aluminio (de aderezo); y como ningún médico firma recetas (faltaría más), y ni los diablos que las crearon se responsabilizan de tal cóctel (¿para qué?), mi amiga, lo guste o no, es la única responsable de profanar así su templo. Un camión transporta y amontona tierra en el socavón donde la tierra salió por patas. Un tubo negro mana agua embarrando toda la zona. De la pobre tierra salen gruesos tubos de colores y lianas de cables de aspecto sospechoso.

Tengo dos amigas con las que paso noches en una terraza. Con el tiempo sólo viene una de ellas. Esto provoca que nos unamos más.

Una voz me dice: Eres maestro abriendo y cerrando puertas.

Otra voz me habla largo y tendido sobre la importancia de la circulación sanguínea.

Todavía crío, juego con mis amigos, subidos todos a los árboles. Con pértigas y garfios bajamos cocos, dátiles, plátanos. 21/8/20

Mi hija mientras fuma yerba, lee en alto un cómic cuyas frases, mi hermano Sagu y mi primo Carlos repiten poniendo voces. Lo están pasando bien. Mi padre tiene una serie de conductas destructivas. Mi hermano me cuenta que mi madre encontró entre las cosas de mi padre, un espray con una droga en aerosol, por esto la pobre se había pasado la noche anterior desatascando la taza del baño de docenas de mojones que mi padre expulsaba incontinente. Según mi hermano relata, yo visualizo la escena con todo detalle en perfecto presente (en el Reino de los Huesos transitamos el tiempo tal como hacemos en el Estado de los Vigilantes con el espacio).

Sagu y yo comentamos sobre alguien que nos hizo siempre la vida imposible, mientras, el personaje en cuestión escucha cuanto decimos. Voy después con esta persona a casa de mi amigo Paco, que se muda de domicilio. Quien me acompaña se presta a ayudarle. Por último, sube a la casa una amiga de Paco. Todos charlamos animadamente. Yo no tengo ni ropa ni zapatos (cuando tengo cuerpo —mi duplicado— en el Reino de los Huesos, lo que no ocurre siempre, suelo andar descalzo o completamente desnudo).

Llueve. Hablo con mi amigo Petrus dentro de un coche (Petrus dejó hace unos años el País de los Vigilantes). Él me cuenta sus cosas y cada vez que yo reparo en algún detalle de lo narrado, me hago presente en la historia. Así conozco a un hombre que pastorea una serpiente de más de diez metros de largo y gorda como un marrano. Sólo por su tamaño descomunal siento cuán peligrosa puede ser, pero teniéndola cerca, la serpiente se muestra dócil y amable. A este extraño pastor le siguen su mujer, su ayudante, y la compañera del ayudante. Cruzado un descampado nos acercamos a un bloque de apartamentos custodiando al escamoso, capaz de desayunarse una vaca, pero con carita de niña buena. 22/8/20

Mi hermano y yo alternamos pinturas en un local de comidas que llevan dos mujeres muy agradables, ellas son madre e hija. A base de llevar cuadros conseguimos que el local se llene a diario. Veo una pintura de mi hermano, realmente hermosa, de cuando empezó a pintar; si miraba la superficie de soslayo esta cambiaba lo horizontal por vertical y viceversa. Sagu me explica que consigue este efecto pegando a la tela antes de pintar en ella, retazos de otro tejido especial que él denomina láminas. La hija de la dueña del lugar se acerca a mi mesa y me acaricia la cabeza mientras dice: Ahora tú. Yo le beso dos veces el vientre, con mucho amor. Luego, en casa de mi hermano veo unos paisajes urbanos amarillos dorados, maravillosos (esto me recuerda lo maravillosos que eran los primeros cuadros que mi hermano pintó, y cómo justo antes de exponerlos, los destrozó pintándoles encima gruesas cruces).

Varios amigos vemos, con Paco Almazán, una proyección documental en blanco y negro de la época de Franco (seguramente de un NODO), donde dos hombres mayores se besan la boca (podrían ser dos políticos rusos: el partido se amaba mucho a sí mismo). 23/8/20

Con mi amiga María y mi colega Gerardo, montados en pequeñas naves voladoras dotadas de cámaras, hacemos tomas por el mundo, que luego distribuimos también, por todo el mundo, sin dejar de dar vueltas por el globo.

Trabajo en un geriátrico. Ayudo a los ancianos a actualizar las buenas maneras para con uno mismo, tanto como para con el resto; un repaso a la salud mental, física y emocional. 24/8/20

Espero con mi amigo Aristarco en la plaza de algún lugar, dispuestos a coger un autobús justo cuando llega gente para montar allí mismo su puesto ambulante. Cuando me quiero dar cuenta, alguien ha robado mi zamarra, a le que previsoramente le puse un chip de rastreo.

Participo en una prueba de doble ciego, pero no consigo nunca recordar la finalidad del experimento (habiendo vivido esta situación más veces, me digo que tal vez experimentemos con algún tipo de amnésico).

Cierro los ojos. El mundo, en su mitad inferior, por decirlo de alguna manera, se muestra como un armazón de palos y tablas claveteados con enrevesamiento, un enjambre de palos barroco; en la mitad superior, las cosas continúan viéndose tal como creemos que son, de momento.

Escucho un boletín informativo de Benjamin Fullford (parece ser que a Benjamin Fullford, periodista valiente como pocos, también lo han hecho desaparecer; no sé si lo habrán matado, pero el anunciaba que los sionistas iban tras él y su pareja, en principio tratando de que tuviesen un accidente mortal en carretera). 25/8/20

En mi vieja casa de la calle Goya (estaba tal cual desde la Guerra Civil de 1936) mantengo una conversación con Alicia y el pintor Gerardo Velarde.

Vuelvo a encontrarme en la situación anterior, con Alicia y Gerardo, en mi viejo taller. Tratamos de orientar a Alicia, que siempre dibujó y pintó con ganas. 26/8/20

Curra y mi amigo pintor Petrus, se hacen (o fueron) amantes. Le digo a Curra que debe ordenar sus recuerdos al respecto, porque a ella este asunto no le cuadra.

Soy un niño y vivo muy al norte, donde siempre hay nieve. Una partida de hombres se pertrechan para ir a socorrer a uno de los nuestros en problemas. Varios niños cogemos un trineo y vamos siguiendo a distancia, a los adultos, pero no llevamos más armas que palos; así que si nadie nos mata antes, por nuestra estupidez, lo harán después nuestros padres, cuando volvamos.

Continúo mi vida en la nieve. Ahora soy adulto. En una fecha señalada sacamos de las casas todas las cosas que no nos hacen falta, juntándolas en un sitio determinado para que, quien quiera hacer uso de ellas, se las lleve.

Sigo en la nieve. Vendo cachivaches y tiliches en un puesto en una calle nevada y llena de puestos. Se acerca a mi banco un hombre italiano con su hijo; el pequeño me cae muy bien y le he cogido mucho cariño; antes de ponernos a hablar el chiquillo me hace un baile con la cara y las manos, este niño es muy simpático; respondo a su baile con otro y después le pregunto por las cosas nuevas que haya aprendido recientemente.

Primero asisto en New York, a un juicio sobre una demanda que plantea el abogado de dos mujeres que son pareja; allí también encuentro a mi hermano Sagu. Después me hayo en una plaza en algún lugar de la Toscana, con mi madre y un grupo de gatos. En ningún caso tengo aspecto humanoide. 27/8/20

Me encuentro en el colegio, de niño, con medidas de control superrestrictivas. Todos nos debemos sentar siempre en el mismo sitio, dentro de una sala de actos gigantesca. El caso es que me fugo y acabo encontrándome con una chica americana que me ayudó en otro sueño hace años, estando perdido por su país; entonces ella supo orientarme. Ahora la acompañan su madre y su tía mientras ella imparte una conferencia; al verme, mi amiga baja del estrado donde está para que hablemos, un poco apartados de los demás, con la intención de volverme a orientar; entre ella y yo hay una gran corriente de compresión y cariño. Una vigilante del claustro donde nos encontramos percibe y denuncia mi presencia.

Una bola gigantesca de corrupción estatal, y por ende social, nos envuelve haciendo que hasta el aire resulte irrespirable. Algo realmente asqueroso. 28/8/20

Hubo un gran incendio que parece ha acabado con las normas del pasado. Una amiga, Mónica, tiene en casa a su amante, Carlos (el dueño del barco pirata del barrio de Maravillas) conviviendo a la par con su pareja habitual. Tras el incendio, las convenciones son cenizas, y hemos de aprender a vivir con ello. Me preparo para hacer un viaje. Empaqueto frambuesas.

Mi gata Daniki caza una rata negra en la escalinata que construí para bajar a la terraza baja que da al sur.

No estoy solo. He de hacer los preparativos para un viaje en ciernes, pero antes acudo a unas mesas llenas de alimentos. Me dispongo a cortar jamón de una pieza exquisita de Jabugo (hace seis años que la carne me da alergia). Justo cuando voy a proceder al corte, aparece el señor Donald J. Trump. Al verle mirándome, supongo que él quiere cortar el jamón, así que le paso el cuchillo. Él, sabiendo que todo tiene su ciencia, se lo piensa y me devuelve el cuchillo (el corte muy fino hace que cada loncha sude grasa, redoblando su sabor). Al disponerme a cortar me doy cuenta de que el cuchillo es ahora tres veces más largo de lo que corresponde a un cuchillo jamonero, cuya hoja, recta y estrecha, suele medir alrededor de treinta centímetros. Mi sentimiento de responsabilidad frente al buen jamón aumenta con esta compañía tan distinguida, así que respiro hondo, me pongo en cruz con la pata y procedo. Por suerte para los presentes, este sable jamonero corta mejor que bien. 29/8/20

Asisto a una fiesta en casa de Mikel e Ian. Al subir al piso de arriba me hayo en el piso alto de mi cortijo murciano. Aquí me encuentro con Martina, vistiendo su hábito morado, con su cordón anudado a la cintura (Martina era una mujer excelente y muy devota, que en los ochenta iba a limpiar a casa de mi madre). Martina pregunta dónde está mi ropa. Le digo que no se preocupe por nada de eso. Verla de nuevo, después de tantos años, me alegra muchísimo (yo la respetaba y quería y ella me apreciaba y sufría por mí, a causa de los malos tratos que recibía de chaval).

Cierro los ojos. La policía me persigue pero les dejo atrás montado en un bólido rojo que no toca el suelo. Me adentro en un desierto.

Me encuentro con mi hermano y un grupo de locos en Madrid. Nos hayamos todos en una terapia experimental con LSD. Llevamos varios días de viaje a base de cócteles alucinógenos. El asunto lógicamente se desmadra, pero sólo un poquito. Veo varios barreños de mojito y oigo que alguien dice: ¡Aquí hay demasiado mojo y yerba buena! Mi hermano Sagu vuela y ríe y ya no puede bajar. Una vagina del tamaño de una persona me sonríe y la beso, y el beso queda troquelado en una lámina gigante de papel secante empapada en ácido, que luego podrán comer los pobres niños lisérgicos y algo esquizos tal vez, del mañana.

Cierro los ojos. Dibujo la cabeza de un caballo negro, luego hago una bola con el papel, arrugándolo para después volverlo a abrir. La cabeza ha echado raíces y brilla como la cerámica esmaltada.

Cierro los ojos. Una serpiente le dice a una mujer con alas de mariposa: Es un buen momento para comer tarta de manzana.

Cierro los ojos. Freire exclama: ¡Es el crimen perfecto!

Cierro los ojos. Cojo alimentos de las estanterías de un almacén en penumbra. La cesta lleva incorporada una linterna.

Cierro los ojos. Oigo que alguien pregunta: ¿Pero por qué? ¿Por qué nos queréis matar? Otra voz responde: Sois un bola de filósofos buscando la verdad entre un montón de borregos adoctrinados, cuyas vidas insisten en negar la vida.

Cierro los ojos. Se abre una puerta y aparece mi amigo Petrus. Le digo: Estoy metido en una pesadilla. Él contesta: Ten cuidado.

Cierro los ojos. Una vibrante luz blanquecina y azulada me envuelve como un manto hasta hacerme desaparecer.

Cierro los ojos. Vacío un cubo de agua en el suelo. En el charco formado, se retuerce entre los brillos que su propia danza genera, una pequeña culebra a la que miro fascinado.

Ando en el interior de un almacén lleno de estanterías cubiertas de juguetes, éstos van cobrando vida según les presto atención. 30/8/20

Continuará…

.

IMAGEN

Raíz 1 >> óleo sobre papel computoesmaltado a fuego lento >> Alias Torlonio

Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.

Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.

Links: Artscad@AliasTorlonio   ;     Elmuseovirtual@AliasTorlonio 

Descarga aquí de manera libre La aurora de los vampiros, de Alias Torlonio

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario