EL DIARIO DEL CAPITÁN G

por Valentina Mar Serrallonga

¿Te acuerdas, Peter? ¿Te acuerdas de esa noche? ¿Te acuerdas de cómo te acercaste a tu ventana entre quejas, insultos y llantos? Tu padre te había vuelto a regañar con la típica frase de “ya tienes doce y sigues actuando como un niño”. Recordabas sus palabras con rencor, odiando la cruel realidad que un adulto hizo, al mundo que algún mayor cruel y despreciable había creado, donde había tareas, trabajo, escuela, regaños, deberes y obligaciones. Te preguntabas por qué debías crecer, cuál era el caso, por qué dejar atrás los juegos, las diversiones, las golosinas, el sol de verano que calentaba tus mejillas al jugar en la acera, el chocolate caliente de invierno que tu abuela con dedicación te preparaba, los regalos de navidad que corrías a abrir aquella mágica mañana, y los deseos de cumpleaños que pedías desde tu infantil querer, por qué crecer y dejar eso atrás, por qué trabajar, casarte, tener hijos y beber, por qué madurar y dejar los juegos, las risas y las aventuras atrás por un par de botellas, dinero y una esposa. Lo que menos deseabas del horrible futuro era aquel olor a licor y nostalgia que los adultos desprendían, al menos aquellos que habías conocido. ¡Bah!, los adultos son tan tontos, tercos, tristes y a la vez tan irreales, ¿no crees, Peter?

Deseaste junto a la ventana cuando el Big Ben resonó por la ciudad, deseaste con todas tus fuerzas el ser un niño por mucho más tiempo, huir de casa, sobre todo de tu padre, vivir aventuras y nunca volver al lugar al que alguna vez llamaste hogar, un deseo infantil y egoísta pero igualmente un deseo.

¿Te acuerdas del tintineo que escuchaste y cómo un ser brillante, pequeño y fantástico se acercó a ti? Era un hada, te sorprendiste, pero ella, de cabello rubio y vestido de hojas, con dulce y animada voz, te respondió con ánimos: “Yo puedo cumplir tu deseo, ¡puedo llevarte a un lugar donde nunca tendrás que crecer!”. Te extendió su diminuta mano y tú, con desconfianza, la aceptaste acercando tu dedo meñique. Tardaste un poco, pero hablaste: “¿Allí hay escuela?”. Ella pareció ofenderse y respondió de manera rápida: “Ni lo pienses”. “¿Futuro?”, respondiste, y antes de que dijeras otra cosa ella hablo: “¡No te preocupes! Sígueme a un mundo donde ya no crecerás”. Así, confiando en ese mundo que describía, te paraste en el marco de tu ventana y, siguiéndola, sin pensarlo, por fin te pusiste a volar para dejar todo atrás.

Esa fue la última vez que se volvió a ver a Christopher Backer, un niño de doce años.

¿Acaso recuerdas cuánto tiempo viviste en Nunca Jamás? Claro que no, el tiempo ahí nunca avanza, justo como lo deseabas. ¿Recuerdas tus emocionantes aventuras? ¿Recuerdas cuánto te divertías cantando con las sirenas y patrullando los campos con los indios? En tu memoria aún vive ese día, cuando la paz fue interrumpida por una bola de cañón y tus amigos te pedían que terminaras con el malvado, con el temible gran capitán Barba Negra que había llegado a azotar la maravillosa tierra.

Lo recuerdas, ¿no es así? ¿Recuerdas tus épicas peleas con él, tus enfrentamientos con espadas y los elaborados sabotajes hacia su nave que tú mismo creaste? ¿Aún recuerdas el día que una inocente broma se volvió algo oscuro, por la que ahora él se lamentaba y su odio hacia a ti creció intensamente? La pérdida de su mano remplazada por un garfio de oro con detalles rojizos. ¿Aún recuerdas cómo de manera infantil y desalmada lanzaste sin pena su mano y comenzaste a llamarlo de manera burlesca “capitán Garfio”, sólo para enfurecerlo y reírte de su impotencia?, ¿lo recuerdas, Peter?

¿Acaso ya olvidaste cómo terminaste con él de manera vil y cruel? Le pusiste un alto a la maldad en el país de Nunca Jamás, dejando un sangriento y terrible final para el villano que azotó la nación escondida. Entonces, reinó la calma y la alegría para sus habitantes, y para ti significó un logro heroico, admirable muchacho de doce (o quizá más) años. ¿Acaso olvidaste el gran festejo que en tu honor se organizó? Las sirenas cantaban, los indios bailaban, y las hadas tocaban, ¿recuerdas? Qué felices éramos.

Todo volvió a ser paz, tranquilidad, diversión y, luego, monotonía. Ya no era lo mismo, conocías todo al derecho y al revés; los campos que exploraban los indios, las canciones que entonaban las sirenas, todo era igual. Pronto te diste cuenta de que sin un enemigo en Nunca Jamás todo se volvía monótono y calmado, odiabas el sentimiento que te causaba, te recordaba tanto a tu hogar, a un ciclo de escuela entre bromas, regaños y calma, que te hacia enojar ser el héroe sin tener un villano al cual enfrentar. ¿Qué caso tiene ser bueno?, te decías. ¿Te quejabas de la tranquilidad en tu propio deseo o sólo era el sentimiento de querer algo más lo que te frustraba?

Quizá los juegos te habían cansado,  quizá sólo era algo momentáneo, quizá sólo era uno más de tus  berrinches. Sólo tu sabrás qué pasaba por tu mente en ese momento. Christopher; no, Peter. Ahora eras Peter Pan el héroe de Nunca Jamás.

¿Recuerdas ese día? ¿Recuerdas la fría mañana que por pura curiosidad, quizás hasta morbo infantil, entraste a la nave de tu antiguo enemigo? Era una hermosa nave de madera rojiza postrada en el mar no muy lejos de la costa, con la hermosa estatua de una sirena de oro puesta en la proa, preciosa y con sonrisa sincera, tristemente coloreándose de un tono cobre por la falta de limpieza. ¿Cuándo fue la última vez que te escondiste a un lado de ella y su sola presencia tan cercana te hacía crecer mariposas en el estomago? Miraste en la cubierta los pesados y mohosos cañones de colores grises tapados de hollín. Parecía que hacía años habías visto por primera vez una bala de cañón saliendo de ellos. Seguiste observando la cubierta con ojos nostálgicos. ¿Cuántas veces habías peleado con sables brillantes contra tu enemigo justo ahí? ¿Recuerdas las aventuras en el mar? ¿Acaso no era eso mucho más divertido, una aventura en los mares?

¿Era eso lo que querías o sólo encontraste una excusa a tu aburrimiento?

¿Aún recuerdas la sensación, la emoción? Entraste a la cabina que alguna vez le perteneció al capitán Garfio; no, al capitán Barba Negra. Te sentías tan pequeño, como si hubieras penetrado un lugar prohibido, misterioso, totalmente desconocido, pero a su vez, familiar. Era el mismo sentimiento que te generaba entrar al estudio de tu padre a altas horas de la noche, donde no tenías permitido jugar. Te causaba tanta curiosidad y adrenalina el inspeccionar aquel lugar prohibido… Curioseaste sin vergüenza o discreción, hurgando en las cosas de tu antiguo enemigo. Observaste puesta sobre un maniquí, junto a varias estanterías llenas de libros y hojas desordenadas, su antigua gabardina roja como el vino que alguna vez tu padre bebió, decorada con gruesos y elegantes botones dorados, holanes blancos en los puños. Por curiosidad infantil, decidiste ponértela. Te quedaba enorme.

Sobre el hermoso escritorio de pino que adornaba el centro de la habitación, lo viste por primera vez, entre mapas polvorientos, hojas desordenadas, libros cubiertos de polvo, un cuaderno sin abrir de tapa de cuero sin título más allá de una G tallada en madera, descuidada y mal hecha. El cuaderno era grueso, de todas las hojas que guardaba en su interior, algunas sobresalían y eran irregulares. Al abrirlo, te encontraste con hojas amarillentas con manchas cafés que demostraban su vejez, una letra cursiva casi perfecta, pequeña a excepción del inicio de la página y de tinta variada, a veces azul, otras, negra, a veces, roja. Leíste un par de hojas que seleccionaste al azar, descubriendo ¡un cuento de piratas! ¡Qué emocionante! Vitoreaste las historias marcadas con fechas y lugares por su autor.

Comenzaste a leer desde el inicio, 28 días y 27 noches metido en ese barco. Entonces, tanto tu curiosidad como tu mente comenzaron a cambiar; tu disgusto por el alcohol cedió; incluso, te atreviste a probarlo; tu manera de ver el mundo se transformó poco a poco hasta que, sin darte cuenta, fue muy tarde: habías crecido, dejando las memorias y juegos infantiles atrás. Pronto, aquella gabardina que te quedó enorme en un inicio, se ajustó a ti a la perfección, el barco que alguna vez se vio viejo y abandonado volvió a su antigua gloria, lleno de esplendor y listo para zarpar. Te diste cuenta que ya no querías ser Peter Pan, tampoco el héroe de la nación inmortal, ahora deseabas ser un capitán pirata lleno de joyas, riquezas y oro, mucho oro. Tu único amor sería la sirena de oro puesta en la proa a quien le dedicabas los delirios del alcohol, las mañanas frescas y los días felices del verano; a tu amante, la luna, encomendabas tu alma las noches de desvelo, y le confiabas tus secretos a la dama plateada que observaba en las alturas.

Te fuiste en tu embarcación lejos del país oculto, viajaste reclutando a tu tripulación y, lleno de tesoros, regresaste, mas esta vez no los compartiste como antes, ¿lo recuerdas? Atacaste sin piedad, tan sólo por aburrimiento. Una bola de cañón salió disparada de tu barco. El saciar tu sed de aventura y tesoros te impulsaba a hacerlo, culpabas a los otros, a los habitantes de Nunca Jamás, de tu aburrimiento, y sólo deseabas venganza. Tu nuevo deseo era cruel, Peter, pero qué más daba, ahora eras un adulto.

Sin piedad ni remordimiento, azotaste aquel sueño que alguna vez amaste, no te arrepentías, pero qué harás cuando el sucesor, aquel niño con un sueño entre sus bromas y molestias venga por tu mano, tal y como tú alguna vez hiciste.

¿Lo recuerdas, Christopher? ¿Lo recuerdas, capitán G?

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Gato II >> Óleo sobre cartón >> Alias Torlonio

Valentina Mar Serrallonga nació en H. Matamoros, Tamaulipas, en el año de 2007. Actualmente cursa el segundo semestre en la preparatoria de su ciudad natal, en la cual escribe textos para la materia de Lectura y redacción. Disfruta mayormente de las narraciones románticas y melancólicas, siendo una romántica de closet, además de su lado opuesto, el terror, sobre todo los relatos clásicos. Su mayor afición son las historias que fusionan estos dos géneros,  siendo una escritora principiante de este clase de subgéneros literarios. Ha sido publicada en la revista de la tripa, revista el mimeógrafo y algo más.

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