ABRAXAS
—Risible y patética es la actitud de sus dioses. Yo vengo a hablarles del ser que está por encima de todos ellos; él ya existía antes de toda divinidad. —Deizkharel, bajo la oscuridad de la noche, con una fogata a su espalda, habla ante la muchedumbre. — Él, es el más grande, el supremo, su realidad y existencia están más allá de cualquier dios y de cualquier razonamiento.
Entonces uno de los oyentes interrumpe.
—Háblanos de tu dios, queremos saber de él.
—Yo soy su hijo y emisario. Mi espíritu y carne forman parte de su realidad; yo estoy en él. Al igual ustedes, cada parte de sus cuerpos pertenecen a mi padre, un ser humano no existe sin formar parte de él y; sin embargo, mi padre existe con o sin ustedes. Él me manda para liberarles del yugo de dioses insatisfechos que claman ser adorados mediante insatisfacciones.
En ustedes reside la esencia de mi padre, él es la Natura, el bien y el mal son abstracciones creadas por divinidades, cuyo objeto es la vanidad. En cambio, mi padre les da vida y también se las arrebata, y esto no lo hace bondadoso o malvado; simplemente es él.
—¿Quieres decir que no existe el bien y tampoco el mal?
—El bien y el mal son dos caras del mismo rostro, pero las facciones no definen al ser, sino lo que lleva dentro de sí.
Se escucha un alboroto de voces disconformes que reclaman por no entender.
—El bien y el mal son tan reales e imaginarios según lo dicte el contexto del individuo que concibe estas abstracciones, y la concepción del mundo en un ser humano es determinada por los dioses que, en aras de satisfacer su ego, humillan al hombre engañándolo con sofismas para ser adorados.
Una mujer habla.
—Entonces no existe el bien y el mal.
—No carecen de existencia; el bien y el mal son dos caras del mismo rostro, y el cuerpo entero es el universo, a este le conforman energías positivas y negativas, sin que éstas sean buenas o malas; simplemente son.
La misma mujer pregunta.
—¿Entonces no existen actos buenos ni malos?
—Objetivamente las acciones de un ser humano sólo se dividen en dos: las que llevó a cabo y las que sólo fueron intención. Si lo que hizo fue bueno o malo es subjetivo, porque solo depende de su ser interno y no influye en el exterior.
Nuevamente la mujer pregunta.
—Yo maté a mi esposo porque era infiel, ¿soy buena o mala?
—Esa es una pregunta que sólo tú debes contestar, porque la respuesta a tal inquietud se encuentra en tu verdad, y en la verdad de tu esposo.
—No entiendo.
—La verdad de la cual les hablo sólo pertenece a ustedes; es decir, para cada individuo hay una verdad, y tal principio es universal en esa persona, mas no para sus congéneres. —Deizkharel se percata por las miradas de que no le entienden, así que decide ser un poco más simple en sus explicaciones. —Mira, mujer, si matas a tu esposo porque es infiel, es benéfico para ambas partes; por un lado está tú felicidad: si no eras feliz a su lado, ¿por qué seguías atada a él?, ¿por el amor, la sociedad, el matrimonio, los hijos? Mira, mujer, debes entender que nada en este mundo está por encima de tu felicidad, y ese hombre que mataste se interponía entre tú y ella. En este caso para ti, no es una mala acción, aunque tal vez ello no sea benéfico en tu marido. Empero, quizá también era infeliz a tu lado y por tal razón buscó los brazos de otra mujer. Ésa es una acción que era buena para él, porque buscaba su felicidad, no obstante tú salías perjudicada. Ahora bien, quizá la mejor opción era dejarlo y vivir tu vida separada de él, pero los individuos carecen de memoria, y tan pronto sintieran los estragos de la soledad, se buscarían el uno al otro, volviendo a juntarse; luego, ese hombre que te engañó, sabría que podía contar con tu perdón en una infidelidad futura. A ese hombre que era tu marido, y hubiera podido ser el de cualquier otra mujer, por sus actos no puede definírsele como bueno o malo, sino que simplemente una mujer no le era suficiente para saciar sus necesidades, y éstas no sólo eran sexuales, sino también psicológicas; requerimientos que seguramente no podía encontrar en una mujer, y esto se debe a muchas razones, y quizá la principal era el desconocimiento de su verdad, no comprendía su propia necesidad de muchas mujeres para sentirse completo, o bien, ni siquiera sabía lo que buscaba, pero en cualquiera de ambos casos era infeliz, porque había dos voces en su interior; una le reclamaba su felicidad y la otra era una voz implantada reprochándole sus actos, esa era la voz de su Dios que lo subyuga maniatándolo entre el deseo, el placer y la insatisfacción.
—¿Entonces quieres decir que los hombres necesitan de muchas mujeres para ser felices?
—No tergiverses mis palabras, mujer. Para cada hombre y mujer hay una verdad única, individual y universal, la cual deben descubrir, pues sólo así pueden ser felices.
En otras palabras, para un hombre su verdad puede ser que no necesite de una mujer, quizá guste de la soledad, y para otro, una mujer le será suficiente. En cambio, para una mujer su felicidad puede hallarse en ser esposa de un solo hombre; en ese caso, ella deberá buscar a un individuo que compatibilice con esta verdad. Y así hay mujeres que solamente desean ser madres sin ser esposas, o hay quienes solamente desean ser esposas sin ser madres; en cualquier caso, sólo conociendo su verdad interna serán felices.
En resumen, yo no vengo a traerles recetas mágicas para la felicidad y lograr la satisfacción. Yo he venido a decirles que la verdad universal del ser humano no se encuentra en la religión ni en filosofías, ésta sólo se halla en el interior de cada uno de ustedes; en la quietud de una mente despierta, en la firmeza de los pensamientos y en la serenidad de los actos.
Un hombre pregunta.
—Si lo que dices es cierto, niegas la existencia de Dios.
—¡Sí! ¿Dónde está Dios?
Pregunta otra mujer, y a esto, un par de infantes desnudos con rostro hambriento contestan.
—¡Dios ya no existe! Sólo una soledad que acongoja el alma, una tristeza que la desgarra, el pecado que la mata y nadie que la salve. Solos estamos en medio de la nada, temblando de miedo no queremos pensar que es sólo un sueño; pero sólo eso es: un sueño; Dios ya murió y solos nos dejó.
—Sabias palabras de quienes han experimentado la ausencia de Dios, pero primero díganme de qué dios hablan, y les diré si aún vive o pereció en el tiempo. Deben saber que hay dos tipos de dioses. Los primeros son eternos y descienden de mi padre. La segunda clase de dioses son los creados de las energías que ustedes enfocan al adorarlos y todo lo implicado. Ahora bien, estos últimos son parásitos, pues su poder o capacidad de “obrar milagros” es proporcional a los creyentes, y su existencia se ve limitada al tiempo en que son adorados. En cambio, mis hermanos al ser adorados, sólo aumentan su poder sobre ustedes y la naturaleza; por lo tanto, nunca llegarán a igualarse con mi padre.
—Entonces, tú eres un dios.
—Sí, soy inmortal y soy un dios.
—Muéstranos tu poder.
—Podría hacerlo; sin embargo, sería un despliegue de poder demasiado vulgar para mí.
A tales palabras, la gran mayoría de los presentes se enojan y gritan improperios contra Deizkharel, mientras se marchan caminando entre las tinieblas de la noche. Sólo quedan algunas mujeres y hombres. Deizkharel guarda silencio hasta que la muchedumbre se pierde entre las sombras. Entonces cruza las piernas en posición de loto y levita para colocarse sobre la fogata, tomando ésta la forma de una flor de mil pétalos, y continúa hablando sin que el fuego dañe su desnudez.
—Hay personas que creen únicamente en sus ojos; si yo hubiera hecho esto enfrente de ellos, hubieran creído ciegamente y, sin dudarlo, se habrían inclinado ante mí para adorarme. —Se dirige a la mujer que antes preguntó. —¿Por qué no te marchaste?
—Creo en tus palabras, no se si lo que dices es mentira, pero al escucharte siento la libertad de una opresión. Yo he estado casada tres veces, y en todas ellas me maltrataban; hoy, al escucharte, comprendo que yo no quería casarme, pero creía que al hallar a un hombre y unirme en matrimonio iba a ser feliz. Cuando me casé la primera vez, me di cuenta que no era así, y decidí tener hijos, pero la situación empeoró, después me divorcié y volví a casarme para volver a separarme. Por tercera vez busqué pareja y me junté con un hombre al que maté porque me fue infiel, y mis padres a quienes siempre traté de complacer me repudiaron y me echaron de la familia. Durante muchos años he sido vagabunda y esta noche me encuentro contigo, y me doy cuenta que tienes razón, porque no importa lo que hiciera, siempre era para satisfacer a alguien más, nunca hice lo que realmente quería, porque era… pecado. Desde que maté a mi último marido me he dado cuenta que jamás quise casarme, y si lo hice fue por querer ser feliz, pero nunca lo logré. Es muy doloroso no hacer lo que deseas, y yo simplemente quería vivir sola y quizá de vez en cuando que un hombre me llevara a su cama, sin más compromisos que pasar una buena noche.
—Mujer, ¿eres feliz?
—No lo sé, pero ya no busco la felicidad, porque perdí la vida buscándola, ahora simplemente vivo y me siento bien, no necesito de nada y de nadie para vivir porque me tengo a mí, después de todo lo que me ha pasado, me di cuenta que siempre estaré sola y me agrada estar así.
—¿Tienes religión?
—Tenía, a veces pienso que voy a morir y… me dan ganas de rezar, pero si antes no funcionó, no sé por qué ahora debo hacerlo. Tengo remordimientos por haber matado a un hombre.
—Mujer, tú mataste la carne, no el espíritu. Si hiciste bien o mal, ello sólo te lo dirá tu verdad interna. Si ella te dice que hiciste mal, no lo vuelvas a hacer, no puedes remediar el pasado. Yo te aseguro que ahora que estás bien contigo misma, ya no matarás, porque en ti no hay odio.
Ahora escuchen esto: el matrimonio es una aberración de la naturaleza humana, porque mientras una mujer se realiza con procrear y cuidar de sus crías, el hombre sólo se realiza fertilizando a un gran numero de hembras; por lo tanto, en esta unión social, el hombre busca la seguridad de que las crías que engendre su pareja sean únicamente de él. De ahí que el principal objeto de vida del ser humano como animal es la perpetuidad de su especie.
Otra mujer habla.
—¿Consideras al hombre un animal y haces a un lado los sentimientos?
—No sólo lo considero, pero tampoco lo menosprecio, porque aun cuando es un ser pensante, no deja de ser animal y de inconscientemente dejarse llevar por sus instintos naturales, que a pesar de su raciocinio controlan sus actos.
Por ello, es un hecho verdadero el que hombre y mujer, al elegir pareja, inconscientes de su naturaleza, buscan los atributos físicos idóneos para asegurar la crianza de una futura criatura.
Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.