6. LA IMPERFECCIÓN (3/3)

por Alejandro Roché

ABRAXAS

Deizkharel observa de forma detenida a su huésped, e intuitivamente comprende que por alguna razón, la persona sentada enfrente también pertenece a sus alucinaciones. ¿Y si éste fuera él Demonio?, se pregunta; sin embargo, pensarlo le es irracional y apartando sus ideas locas, busca un tema de conversación, mas no encuentra alguno, en cambio lo aborda otra duda. ¿De dónde lo conoce? No lo recuerda, mas ello no le inquieta en demasía, porque al caminar en las calles, muchas personas lo saludan y él ni siquiera tiene un vago recuerdo de ellas. En cambio, este tipo le es familiar, cree recordarlo de un sitio lejano, distante, más allá de donde la materia y el tiempo eran uno; es un recuerdo ahogándose en un mar de imágenes informes que intempestivamente se sobreponen las unas a las otras, elevándose hasta la conciencia en el afán de ser evocadas en un recuerdo. No obstante, para Deizkharel carecen de forma y sentido, pero de seguro busca cebras en donde sólo hay caballos, porque probablemente sea un familiar suyo, pero no conoce a ninguno de sus parientes, o quizá podría ser su padre, mas es muy joven para haberlo engendrado; en cambio, es razonable pensar que pudiera ser un amigo de infancia, o a la mejor es conocido de Alétse; ella lo dejó pasar, pero Alétse sólo tiene dos amigas y, por más que busca algún recuerdo de este tipo, sólo puede concluir que no lo conoce y se dispone a preguntarle cuál es la relación existente entre ambos, o bien, de dónde se conocen, y en ese preciso momento, Alétse sonriente llega y, sobre la mesa de centro, deposita una charola de galletas. A Deizkharel le da el vaso de leche, a Dadahellux una taza de café. Éste la recibe con una mano y con la otra pide le conceda bailar una pieza. Tal propuesta la desconcierta, voltea a ver a Deizkharel pidiendo su consentimiento. Él, con un gesto, da la opción de decidir a su esposa. Alétse acepta.

Uno frente al otro, escuchan las últimas notas de un danzón. Dadahellux toma la mano de Alétse y empiezan a bailar. En un principio torpemente, pero una vez acoplados, Dadahellux comienza a platicar.

—Su esposo es muy afortunado.

—¿Y por qué lo dice?

—¡Ah! Me gustaría… ¡No! Me encantaría que me hablaras de tú.

Alétse, sonrojándose, fugazmente cruza la mirada con la de Dadahellux, apenada, baja la cabeza, mas en su mente quedan impresos un par de ojos negros de pestañas chinas y cejas pobladas. Su mirada es atrayente, profunda y vacía a un tiempo. A Alétse le fascina la redondez de sus ojos, no obstante, de manera simultánea le causan temor, un miedo seguramente infundado, piensa ella.

Con la mirada baja, ordena el pequeño instante que ha visto ese rostro, pues no sabe ni entiende por qué esos labios carnosos que dejan entrever una dentadura perfecta le atraen, y tampoco comprende por qué su mente es invadida de imágenes en donde esos labios propinan caricias, mientras las manos escarcean su desnudez. Y justo cuando su imaginación cobra fuerza, entierra todo aquello, volviendo a subyugar al subconsciente, que por momentos se había liberado de una niña tímida y asustadiza.

—¿Y por qué dice que Deizkharel es muy afortunado?

—Tendrías que mirarte en un espejo para hallar la respuesta.

—Gracias, eso es muy halagador. Pero a veces no me gusta lo que veo.

—¡Mhmm! Cuando estés frente al espejo, tienes que decir: “Una mujer hermosa me esta observando”.

—¡Ja! Es todo un Don Juan. Muchas han de ser las mujeres que trae locas.

—No, para nada.

—¿Es casado?

—Mhmm ¿Por qué la pregunta?

—Curiosidad…

—Mhmm! La curiosidad mató al gato. Pero saciaré esa parte de ti que hace a las mujeres tan interesantes. Por el momento soy libre, igual al viento que nace en el Norte y huye al Sur, solamente que yo voy en busca de alguien muy especial.

—¿Y ya encontró a esa persona?

—¡Mhmm! ¡Qué curiosa!, pero… sí, mi búsqueda terminó… Pero ya estuvo bien de hablar tanto de mí. Dime ¿Sabes de qué color es el cielo?

—Pues yo lo veo azul…, blanco si está nublado, o a veces gris, no siempre tiene el mismo tono, es variante. ¿Y usted, de qué color lo ve?

—¿Yo? Yo creo que es del color de tus ojos.

—Qué bello, qué halagador.

—Sí… bueno… mhmm… debes saber que soy daltónico. Por ello, cuando veo el cielo me acuerdo de ti, de esos preciosos ojos resguardados tras una sonrisa.

—¿Y cómo puede acordarse de mí, si apenas nos conocemos?

—¡Ah!… Mhmm tengo la ligera sospecha de que tienes razón, pero me creerías si te digo que ya te conocía en sueños.

—No, y no debería hablarme así, soy una mujer casada.

—¿Y por qué no? El hecho de estar comprometida con un hombre no te hace una mujer despreciable; todo lo contrario. Una mujer de tu hermosura necesita emociones fuertes, excitantes. Dime, ¿cuándo fue la última vez que sentiste correr la adrenalina en tu sangre? ¿Cuándo fue la última vez que hiciste el amor?

—La curiosidad mató al gato.

—¡Jajajaja! Y te doy la razón, pero al igual que los mininos tengo siete vidas y la séptima es la inmortalidad.

—¡Ajá y luego…!

Alétse percibe una clara intención seductora y, siendo agradable su coqueteo, decide continuar con el juego.

Sin que Deizkharel ni Alétse se percaten, ella y su huésped comienzan a bailar en el aire.

—Y luego de que termine esta pieza, me encantaría hacerte el amor.

—!Aja! ¡Corriendo! ¡Vaya! Es usted muy directo. ¿Siempre va al grano?

—No siempre soy así de rápido, para muchas cosas soy muy… pero muy lento. ¿Dime, te gustaría tener una aventura conmigo?

—Por si no lo ha notado, soy casada.

—No soy tonto, ya me di cuenta de tu matrimonio, además es la segunda vez que me lo dices. ¿Pero realmente eres feliz? Dime, ¿cuántas noches te acuestas en la cama esperando a Deizkharel, y él simplemente no llega, y si lo hace, un beso de buenas noches es lo más excitante que obtienes día tras día…, cuando una mujer como tú, radiante en sensualidad, exuberancia y coquetería, debería tener mínimo un amante? ¿O no tengo razón?

—¡No! Comprendo a mi esposo, debido a su trabajo tiene que viajar y…

—¿Confías en su fidelidad?

—Quiero pensar… bueno, eso no tiene importancia, las demás serán aventuras, yo… yo siempre seré la esposa, las otras son cortesanas; yo soy la reina.

—Interesante manera de manejar la infidelidad, ¿Pero, por qué ir a escuchar misa en una capilla, si puedes celebrarla en la catedral?

—Es usted un hombre muy galante, pero creo que a los hombres les gusta probarse a sí mismos que aún son sexualmente deseables, además siempre son niños experimentando emoción tras emoción.

—¿Y por qué solo a él le das ese derecho? ¿Por qué no disfrutar de esa sensación tan excitante que provoca una relación extramarital? ¿Por qué no te das la oportunidad de explorar nuevos aires? Dime, no te gustaría estar en otros brazos que te aprisionen contra su pecho, con respiración agitada resistir la tentación de entregarte en un beso.

Al tiempo, Dadahellux acorta la distancia entre él y Alétse, inclina la cabeza para dar un beso, ella lo rechaza, a lo que él sonriente —Dime: ¿Tienes miedo de sentir placer? ¿Es pecado? ¿O acaso eres de las mujeres que piensan en el placer como exclusivo de las putas? Dime ¿Sabes cuál es la diferencia entre una prostituta y una abnegada esposa? No creo que lo sepas y tampoco querrás saberlo, pero te lo diré: una lo hace por dinero y la otra cree que su esposo lo hace por amor, pero ambas comparten una característica común, y ésta es que el hombre sólo busca el placer en sus cuerpos. Y si no me crees, dime: ¿Cuándo fue la última vez que sentiste un orgasmo profundo e intenso, que lloraste y gritaste como en tu primera vez? ¿Recuerdas? Nadie pudo ser tan cariñoso y tierno como Deizkharel, ¿verdad? ¡Ah! ¿Por qué te sorprendes, o es que haz estado en otros brazos? No…, no lo creo, Alétse. Y a pesar de tu fidelidad, mira a tu esposo, él no te quiere; si te amara ya estaría celoso de que tú y yo estuviéramos tan juntos. Ella voltea, ve a Deizkharel, él parece no darse cuenta de nada, entonces una conmoción la invade. —Dime Alétse, no te sientes menospreciada. ¿Cuántas noches han pasado desde que Deizkharel no te hace el amor? Un hombre joven no es capaz de reservarse a una sola mujer. ¿Por qué crees que llega cansado?, seguramente no tienen hijos ¿verdad? Alétse responde con disgusto. —Y la culpa no es tuya, seguramente es él quien no quiere tenerlos ¿Y sabes por qué? ¡Ah! No te preocupes en averiguarlo, yo te lo diré: es simple; no quiere atarse a ti de por vida. Te dará mil excusas, mas sólo eso son: excusas, pretextos. ¿Tú crees que si te amara como piensas o quieres creer, no querría también un hijo? ¡Ay, Alétse! No te engañes. La vida es demasiado bella para vivir aprisionada a Deizkharel, él no te quiere ni valora. El mundo es un mar de aventuras, las cuales puedes disfrutar con sólo desearlo. ¿Por qué seguir al lado de tu esposo si yo sé lo que tú necesitas? Yo puedo hacerte sentir mujer sin siquiera tocarte un cabello.

Alétse apenas si presta atención, una melancolía le invade, porque después de todo, Dadahellux puede tener razón, y quizás es así. Una voz interna le murmura la infidelidad de su consorte en las noches taciturnas, cuando ansía sentirse deseada por el hombre que ama, pero jamás le había dado mayor importancia; en ocasiones es mejor vivir con una mentira, aún cuando se sabe que lo es, si hace feliz; lo demás no importa. Pero hoy, aquí, un hombre le hace ver una realidad inevitable, y además le ofrece una aventura; sin embargo, es sólo un chico bonito, con el cual siente una peculiar confianza y atracción. Suspira e inclina la cabeza, apoyándola en el pecho de Dadahellux. Él, con su mano derecha, cierra delicadamente los párpados de ella, al tiempo cae desmayada. Dadahellux la sostiene en vilo para recostarla en el sillón como si fuese un bebé.

—¡Deizkharel, Deizkharel! Mi buen Deizkharel, por qué tan callado. Espero no te enceles por esto, yo no puedo evitarlo. Soy irresistible, las mujeres me acosan. Por otro lado, comprendo tu indiferencia. Tantas emociones en tan poco tiempo, mas deberías alegrarte, aunque en el séptimo cielo querubines, tronos y serafines entonan el último triságono (1), aún con ello no debes entristecerte, pues hoy es un gran día; jugaste a ser Dios y el fin ya está aquí. Dime: ¿Sabes quien soy?

NOTAS

(1) Se dice que hay tres jerarquías angelicales, la primera está compuesta por Serafines, Querubines y Tronos, la segunda por Dominaciones, Virtudes y Potencias, la tercera por Principados, Ángeles y Arcángeles. Cada uno de ellos tiene una función específica, también se les conoce como los nueve coros celestiales. Los primeros tres son los que están en alabanza continua a Dios y se dice que entonan el triságono o trisagio, que es un canto para Dios.

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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