MARAVILLAS AL ALCANCE DE LA MANO

por Iván Dompablo R.

Suave al roce de la piel y de peso contundente, pero sin exceso; sólo lo suficiente para hacerse notar en la soberbia muñeca que lo porta o entre los dedos que palpan su hermosura; la pieza de acero brilla con sus tersos reflejos plateados. No es sólo una máquina que mide el tiempo en días, horas, minutos y segundos; aunque años o siglos de conocimiento le hayan dado los elementos que le permiten aprovechar la energía cinética (que le transmite el portador) para dar rienda suelta a su incansable giro. Es un diminuto sistema solar que, literalmente, se tiene al alcance de la mano.

Una perilla giratoria (llamada corona) extraíble a dos niveles: el primer nivel tiene la función de ajustar la fecha y el segundo de ajustar la hora; un botón con el mismo propósito para el día de la semana; un rotor; una leva; un ancora; joyas… son elementos que enumerados así carecen de alma. En su interior hay un latir de corazón acelerado, un estridular de cigarras bajo la tierra gris intenso (de su carátula); su cielo es un domo de cristal. Mirarlo evoca una noche de insectos en el campo bajo una inmensidad sembrada de estrellas, aunque en él sólo haya tres bien definidas; doradas, trillizas, idénticas y abatidas; pues ocupan el lugar correspondiente a la tierra y no al cielo. Quizá su domo sea el límite del mar, el mar inmenso en el que habito (habitamos todos) fuera del cristal. A través de su bóveda descubro en la penumbra un firmamento diminuto, un universo injertado en una cápsula de acero con lumbrera que mi brazo porta.

Treinta y tres años llevamos juntos, desde que mi padre me lo obsequiara, y al día de hoy todavía acerco el brazo a la lámpara antes de apagar las luces; me sigue maravillando ese círculo casi perfecto de once estrellas imprecisas que resplandecen (la de las tres se habrá caído en el foso de la cuenta de los días y los meses). Verdes y luminosas como el neón van alargándose y encogiéndose al paso de las manecillas de los minutos y las horas, mientras que a su turno alguna se eclipsa en un orden perfecto, si no fuera por una excepción, cada cinco segundos. Cuando lo junto a mi oído mi corazón se acompasa a su cadencia, sé que alguna vez ya no será posible tal comunión y me pregunto cuál será la hora y el día en el que habrá de seguir su incansable marcha sin mí.

IMAGEN

La máquina del tiempo >> Óleo >> José-Abela

Iván Dompablo R. Nació en la Ciudad de México el 21 de septiembre de 1980. Poeta, narrador, editor y promotor cultural. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Durante seis años formó parte del taller de creación literaria que imparte el poeta Julián Castruita Morán en el Instituto Politécnico Nacional. Perteneció al Taller de la Gráfica Popular. Formó parte del equipo de edición de la revista Acta Poetica del Centro de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México y se desempeña como editor y corrector en Sombra del Aire. Algunas de sus obras han sido publicadas en diferentes medios impresos y electrónicos.

.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario