XXXI. LA BELLEZA DE LO IMPOSIBLE

por Alejandro Roché

INTROSPECCIÓN

 Y a todo esto, no olvidemos a Dayana. Ella quizás es el mejor ejemplo de las etiquetas, la sociedad dice una cosa de ella, pero si de algo estoy seguro es de que ha pensado más sobre sí misma que muchos de nosotros. ¿Dayana, quién eres tú?

—Eso aún no lo sé, pero lo que sí sé es que me siento mujer aquí —señalando su cabeza— y aquí— y ahora su corazón—, mi rostro, mi cuerpo podrán decir otra cosa, pero lo que siento y pienso es muy diferente, de niña todo era una gran confusión, pero después de tanto dije: al diablo, y ABARRÉ con todo, yo soy así y así me voy a enfrentar al mundo.

—Pero cuéntanos más, como llegaste a decir yo soy así y así me voy a enfrentar al mundo.

—No sé realmente por dónde empezar. De los primeros recuerdos que tengo es que mis padres me decían “no hagas esto que es de niñas, no hagas lo otro que es de niñas”; pero a mí me gustaba y no entendía por qué no podía ser como mis hermanas y, cuando estaba con mis hermanos, tampoco entendía por qué no podía ser como ellos. Era como no ser de aquí ni ser de allá, vivir y no vivir, ser pero no ser, porque lo que te nace ser no está permitido y con lo que intentas ser solo terminas siendo una burda imitación, y lloraba mucho, lloraba porque no encajaba en ningún lado, demasiado afeminado para que los niños me aceptaran y demasiado masculino para ser una niña y no entendía por qué yo era así, nadie me enseñó nada, mi forma de ser nacía desde dentro, no desde fuera, aunque muchas veces lo intenté, pero esto era solo tratar de usar una máscara. De niño no me veía como una niña, no; pero tampoco me veía como un niño, fue con el tiempo que, como dicen ustedes, me identifique más con el título de mujer, digamos como para tratar de encajar en este mundo donde pareciera que todos somos piezas y a quien no se acople al gran rompecabezas, simplemente se le deja fuera. Con el tiempo al verme al espejo y ver los rasgos de niño, sentía que ese no era yo, como si el reflejo fuera de alguien ajeno, así que poco a poco y aún en contra de mi familia, fui cambiando para que lo que viera en el espejo fuera más cercano a como yo sentía que era la persona que habitaba en mis pensamientos. Mis hermanas siempre fueron más comprensivas y me ayudaron a ser un poco más de lo que yo sentía que era y, cuando el cambio fue demasiado evidente, mi padre embriagado, me golpeo y echó de la casa… Sé que nunca seré una mujer completamente, al menos no como la mayoría lo concibe, pero muchos hombres me buscan y me dicen que soy más mujer que la mujer que tienen en casa, y eso me halaga porque digo: quizá nunca podré tener hijos, pero si muchos dicen que soy más mujer que muchas mujeres, algo habré hecho bien en esta vida. Sé que tampoco soy un hombre, o al menos físicamente sí, pero escuchando lo que dicen y contándoles un poco de mí, me surge la duda: ¿Seré una mujer nada más por sentirme mujer en mi mente y en mi corazón, o habrá algo más? Pero yo creo que no, yo creo que es como dices, Jassiel. No nací mujer, pero fui como el escultor, y ese cuerpo de hombre lo he tallado para llegar a ser una mujer, y tanto es así, que muchos me confunden con una mujer. Yo todos los días me esfuerzo y esmero en ser algo que nace desde dentro y ansía por ver la luz y, en cambio, veo que muchas mujeres parecen renunciar a sí mismas y, confiadas en que así nacieron, se abandonan, se afodongan y me ven como un bicho raro, pero lo más irónico es que sus esposos son los que me buscan por ser lo que soy o quizá por lo que intento ser. Es como decías, con cada paso me aproximo más a ser lo que quizá nunca sea de forma completa, pero con cada paso me acerco aún más y quizás es la vanidad, pero a veces me siento más cerca de esa plenitud que muchas mujeres, tal vez porque cada día me esfuerzo en algo que ellas ya tienen, pero no siempre basta tener algo, sino hacer que luzca; que brille.

—Interesante tu perspectiva. Recapitulemos antes de continuar. Primero dijimos que el hábito no hace al monje, entonces vestirse de mujer no te hace mujer, aunque parezcas una. Después dijimos que las acciones pueden implicar quién eres, pero no necesariamente. Entonces, comportarte como mujer, tampoco te haría mujer o, de igual manera, vestirte de hombre y comportarte como hombre, tampoco te haría tal. Luego dijimos que la sociedad tiene una tendencia a clasificar todo y a etiquetar y, según esto, no eres ni lo uno ni lo otro. Finalmente, dijimos que más allá de la ropa, acciones y títulos, está lo que somos en este momento y no habrá alguien mejor que pueda determinar lo que somos sino nosotros mismos, considerando, claro, que reflexionemos un poco sobre lo que somos…, de lo contrario no llegamos más allá de una etiqueta impuesta por el exterior y cuántos no nos conformamos con la imposición social simplemente para encajar en la sociedad por un sinfín de razones. Pero Dayana dijo: no, yo soy una persona distinta de lo que parece, y se enfrentó al mundo. ¿Que acaso eso no merece un reconocimiento? Si ella se viste como mujer, actúa como mujer, piensa como mujer, siente como mujer, ¿acaso no merecer ser llamada mujer? ¿Será, en este sentido, que no nacemos, nos hacemos? Ella nació hombre, pero se hizo mujer a sí mima. Y habrá alguien que dirá que no es lo uno ni lo otro y quizá tenga razón, pero, ¿quién puede tener la verdad absoluta?, ¿por qué es o no es lo que aparenta ser? Véanla, con creces supera lo que aparenta y, aún más sorprendente, lo mejora, pero no porque sea mejor a una mujer biológica, sino porque, consciente de su forma, ha purificado su esencia y nos brinda el refinamiento de algo que es y no es. No obstante, hay algo más fascinante, quizá Dayana sea eso que no podría ser lo uno sin lo otro: la belleza de lo imposible.

La mesa quedó en silencio, y aproveché el momento para ir al sanitario y, mientras caminaba, vi la entrada de un hombre de un garbo majestuoso e impone. Por instantes se hizo un silencio. Miró de izquierda a derecha y regresó la cabeza lentamente hasta donde una mesa libre que estaba exactamente al otro lado de nosotros, su andar era pausado y sus pisadas resonaban en el piso, como si en lugar de carne y huesos, las botas cargaran rocas, un sombrero de ala ancha le cubría el rostro, pero bajo su sombra se dibuja un rostro lampiño de rasgos finos, sus manos en guantes retiraron la gruesa capa y la colocó en la silla, cubriendo el asiento y respaldo, quizá para proteger su ropaje que a pesar de la penumbra del lugar tenía apariencia aristocrática.

Ya en el orinal, recordé las palabras de Jassiel dichas en la mañana. ¿Qué es lo que a pesar de que no es, pareciera que lo es, y si lo fuera no sería “tan” porque muchas veces lo que “es”, está tan convencido de lo que “es”, que pierde su esencia y lo otro a pesar de que “no es”, se esfuerza tanto en serlo que al menos en apariencia y quizás hasta en esencia es más lo que aparenta ser? Ahora lo veía más claro, no solo podría ser el arte, también podría tratarse de Dayana y no solo eso, podría ser todo…, bueno, no sé si todo, pero esa idea bien podría aplicarse a más cosas de lo que en un principio se pudiera suponer. Pero, entonces si no nacemos y nos hacemos con nuestros actos, ¿qué seré yo que no he hecho nada o muy poco con mi vida?

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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