XI. EL BESO

por Alejandro Roché

INTROSPECCIÓN

Por Alejandro Roché

—¿Y qué me dices de aquellas obras que sólo son figuras sin forma?

—¿Qué sé de esas? Si sólo soy un viejo que habla lo que le viene a la mente para ganarse el pan de la vida.

—No, maestro; no puedes dejarme así.

—Ya te dije que no soy maestro, sólo dime Jasiel.

—Está bien, pero es inevitable llamarte maestro.

—Sí, ¿pero como podría llamarme maestro si sólo habló como la señora que vende “chichicuilotitos vi’, chichicuilotitos coci’, las alcho’ ”, que bien sabe que entre más grite más vende? Así yo.

—Ya, ya entendí; que vas a querer de desayunar.

—Tsss y todavía preguntas; si ya sabes.

El más joven de ambos, se levantó y dirigiéndose a un puesto de tamales junto a Juancho, en donde había un niño en cuclillas con ABANADOR en mano; mantenía el fogón para la olla de atole y tamales.

—¿Y tú?—, dirigiéndose a mí —¿a dónde vas?

—A la ciudad.

—Pues ya estás en ella. ¿A qué viniste?

No supe responder, sólo hice un gesto de “¡Sabrá!”.

—Sí, a veces suele pasar.

—Hace mucho tiempo salí de la casa y caminé, caminé, y hasta ahora no he regresado. A veces creo que si quisiera regresar ya no sabría el camino, ni el tiempo que he tomado para llegar aquí y si regresara a los míos quien sabe si les importara mi retorno. Los seres humanos no extrañamos tanto a las personas como las emociones que nos provoca estar cerca de ellos, y las emociones no son más que ilusiones desvaneciéndose con cada nuevo recuerdo. Somos como ratas hambrientas aferrándonos a los recuerdos y los evocamos tantas veces que, sin darnos cuenta, pierden su esencia, su forma, y terminan por convertirse en nada; a menos que el recuerdo sea tan doloroso que al pensarlo nos sumerjamos en un infierno de dolor y pesar infinito. Pero no me hagas caso, el hambre me hace decir tonterías.

A todo esto, el niño que ABANABA el fuego se acercó a nosotros llevando dos vasos de champurrado. Jasiel con vaso en mano meneando ligeramente y soplando sobre el vaso suspiró diciendo.

—Extraño mucho el chiliatole de la casa. Antes, para todo era picante; ahora para todo es dulce. No tengo nada contra el dulce, pero es como una droga que te sumerge en un mar de concupiscencias, alejándote del dolor, ese picor que te hace recordar que estás vivo; todo es café que te despierta, cuando una buena mordida a un chile verde te haría sudar hasta el último poro de tu espalda y así es como se quita el frío y se despierta, y te das cuenta de que estás vivo. Ahora todo es maquillaje, pero una mujer enchilada no supera al mejor rubor de hoy en día.

Llega la otra persona y entre manos trae tres tortas de tamal; una para cada uno. Jasiel da una mordida y apenas termina de pasar bocado, habla.

—Comiendo, me doy cuenta de que el arte y la comida comparten muchas similitudes. Miren, por un lado, la comida a pesar de que en apariencia siempre es una, no siempre es la misma. Este tamal siempre se ha llamado tamal, pero el cómo se haga y el sabor que tenga siempre es diferente, y las personas que lo prueben siempre tendrán una lengua y sabor diferente, por lo cual, la opinión acerca de éste será diferente, pero no sólo eso; a través del tiempo, a pesar de que el tamal tiene una receta, no siempre se elabora de la misma forma. Así el arte, nació como una expresión humana por abstraer una parte del mundo, pero más que abstraer, reinventar el mundo, porque, como hemos dicho, recrear algo tal cual en la realidad es monótono y sin sentido, no así la reinvención. Pero no sólo es eso; el arte va más allá de lo que puedan decir mis palabras, porque si fuera sólo reinventar algo, un martillo per se seria arte y para que sea arte debe existir una belleza intrínseca en el objeto.

—¿Y la belleza, qué es?

—No lo sé, pero esto me recuerda “la estatua” que está cruzando la calle, la pueden ver desde aquí—, y señalando con su índice, volteamos al otro lado de la calle, donde había una escultura de un hombre que parecía mirar a alguien llevándose los dedos de la mano derecha a la boca. —Todos piensan que es una estatua, y tal vez no están errados, pero yo que conozco la historia lo pondría en duda.

En ese entonces, igual me sentaba en este mismo lugar y así como ahorita, otras personas venían a platicar y de lejos lo veía pasar todos los días, así como una persona. ¡Sí! Como una persona, porque era una persona como ustedes y como yo. Pasaba caminando todos los días, así como una persona normal tal cual; hasta que un día venía acompañado de una mujer y justo ahí, donde lo ven parado, la chica, sin más ni más, se le puso enfrente y lo besó. No fue un beso apasionado, quizá soy mentiroso, pero sólo fue un toque de labios, un beso en donde los labios apenas se tocan y sólo entra en contacto la parte externa de éstos, bueno, quizá no; quizá sí hubo un ligero toque húmedo, de esos en donde apenas si la parte interna de los otros labios entra en contacto con los tuyos y puedes apreciar un poco de su esencia e incluso aspirar parte de su aliento con la esperanza quizás de tener un poco más de ella…, y todo esto lo digo porque él se quedó parado; ella dio media vuelta y se fue. Él, ahí parado mirándola, levantó la mano como queriendo limpiarse los labios o quizá para atesorar dentro de sí el instante o bien, para tratar de retenerla por tan sólo un momento más, porque todo sucedió tan de repente que seguro ni siquiera se lo esperaba; de esos besos robados que duran un santiamén pero que la memoria conserva para siempre. Como haya sido, justo antes de tocar su boca; su mano se detuvo y quedo inmóvil con sus dedos a una pisca de sus labios.

Primero parecía normal, pero después de algunos minutos ya no tanto…, y después de horas, días, la gente a su alrededor lo curioseaba, pero en general seguía su paso. Poco a poco los días se convirtieron en meses y él permanecía en el mismo lugar, sonriendo; recordando ese momento y el polvo comenzó a cubrirlo finamente en tanto que de vez en vez los pájaros cagaban sobre él y después la lluvia, y después el polvo y después los pájaros y otra vez el polvo y los pájaros y así en un ciclo infinito de días y otoños e inviernos en donde la memoria de la gente se fue perdiendo entre la rutina que poco a poco ya nadie recordó cual había sido el origen, y todo el mundo terminó por creer que era una estatua de gran belleza, y ocasionalmente se detienen a observar el detalle y fineza de la hechura y no son pocos los que quedan fascinados pero parece que sólo yo soy el que recuerda que no hubo escultor detrás de esa figura, sino la vida misma, un beso y el tiempo. No sé si esa “obra” sea arte, pero sí sé que es bella porque, como he dicho, más de un paseante se detiene y algo observa en ella, algo que no puede explicarse, pero que agrada a la vista y más que a la vista al espíritu, esa intangible parte del ser humano que inmediatamente se siente atraída por la belleza del arte.

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