VARIACIONES DE UNA CERTEZA, DE YELENIA CUERVO

por Yelenia Cuervo

NADA DE TI ME ES ALEATORIO

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Por Édgar Pérez

En Variaciones de una Certeza (Editorial Abismos, 2017), el decanto de Yelenia Cuervo se alquimiza en una trinidad de esencias o momentos representativos de las partes. En los versos de Variaciones II, verbigracia, asistimos al hallazgo de una piel que fue desollada e inyecta el desconcierto primario, con que el incauto se da cuenta de que, como revela Yelenia, estás vivo. La lectura confirma la sospecha, el himno de la autora es el de una tristeza encarnada, que sonríe torcidamente. Triste es el único terreno seguro, por tanto, real. A lo largo del poemario los versos pautan un ritmo de cuatro cuartos intervenidos por el mono. ¿Qué más da si me refiero al mono de W. W. Jacobs en el cuento de La pata del ídem, o a la drástica reducción metronímica en que se convierte la solitaria sílaba en la marcha grave del dodecasílabo? Lo que importa es la declaración de principios con que irrumpe el referido verso. Cito:

He ejercitado mi tristeza como al cuerpo:

con energía y dominio

Confieso que la primera revelación me empujó por la espalda, por la escotilla, a los Cantos de Maldoror y a las profundidades cuyas bestias defenestran a nos en lo maligno. Hay en la literatura universal varios maestros del no ser. Las variaciones de la certeza a la que ha llegado Cuervo, la que sea que refiera, se erigen sobre incorporaciones líricas del filosofar, a un vals poético, baste la sonoridad para querer decir “gótico”. Estas variantes iluminan un puente transversal entre la nostalgia de los siglos del ajolote y el pesimismo y mortal esplín de Occidente. “Nihil nihil” se intitula el poema. Sin embargo en Énfasis, la autora da cuenta de la cita siguiente:

Resulta que existo

Y de vez en cuando

Paseo mi recuerdos por tu letargo…

Porque en Variaciones hay un sol polar, una luz tenue y guante al estro yeleniano como una aurora boreal. Sin embargo, éste es el mismo que palpita en lo recóndito del ático de la casona Bates, junto a un hacha todavía sin sangre. La noche está plagada de ausencias, advierte la autora. La desazón echa a la calle al lector a empaparse con la reiteración de la lluvia como elemento del universo yeleniano. Pero esa depresión no corroe las rocas lunares en la vesícula, el petrificado calcio de un aullido perene. Por eso Yelenia lo confiesa en el poema Infancia:

Soy sin remedio una adicta a la desilusión

Sin embargo, insisto como indigente en callejón, la fría taberna bostoniana se calienta cuando el graznido del cuervo enuncia en nombre de Yelenia, izamiento capilar, libre opresión, disposición mórbida, primavera de obsidiana que le fue asignada como por destino. Cito:

Prefiero tus rencillas estelares.

El ostracismo donde coloreas mi nombre

tu cuerpo de fractales (…)

Pero tampoco sonría porque no hay esperanza. Y si mueres es porque estás vivo, sentencia la autora. Porque hay un abismo al que resistimos a cada instante, en el que el verbo deviene invasor, entre la precipitación del circunstancial que lucha por extender sus alas. Así en la noche como en los versos de Variaciones de una certeza.

Las imágenes de Yelenia se desenvuelven más en la sonoridad de lo racional que en la quimera concreta. Por contraste, el trabajo de Variaciones tañe las campanas del castillo de Transilvania, donde aspira reclutarse para el ejercicio intuitivo del devenir del dolor y el pesimismo, donde buscan refugio los que carecen de un lugar en la normalidad de los días, como testimonia en el poema Impronta. Cito:

No me importan los escrutinios

(…)

los hechos y deshechos del hombre:

´su estiércol privado´

En el humus del México hundido nadie se salva del tremendismo. Tampoco en el alto Cielo. Ni del abandono al cuerpo del otro. En nombre de Baudelaire, que no nos toque un Búfalo Bill que nos desuelle, porque así lo precisa Yelenia en algunos nanopoemas, como nombra la brevedad: “La noche fenece sin algún sentido”.

Entre las variaciones que la autora posee de la dichosa certeza, se anuncia la elegía de la existencia pesarosa, el Cuervo que grazna por las noches, ya dijimos, su presencia de agüero cumplido, el susurro que confundes con malos sueños y el insomnio. Cito el nanopoema número doce:

¡Ya no quiero silencio!

¡Ni una gota de misticismo!

Requiero la palabra

que apostilla y derrumba

la noche…

Como sugiere la autora, uno soporta el negro cósmico sólo para descubrir que la luz tampoco es el refugio anhelado, y caminar infinitamente apenas satisface el alma. Celebremos pues este canto a la existencia; quizá la única certeza de la vida sea la incertidumbre. Como insistía la mujer más gótica que conozco, mi abuelita: “No hay esperanza pero no desesperemos”, empatada desde sus días con la poética de Cuervo Yelenia. Con ustedes pues, Variaciones de una Certeza (Editorial Abismos 2017).

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