UMBRA

por César Vega

Por César Abraham Vega

Han sido días muy intensos, pienso, ¡vertiginosos en verdad! y no es sino hasta ahora, que descanso aquí, medio tirado en el piso tibio de tu habitación, que reparo cuán cansado estoy; que me doy cuenta que hace tanto que no he parado… ni un momento, que hasta resulta difícil decirte cuando fue la última vez que dormí en mi habitación. Parecía que el tiempo se me acababa, quería aprovechar a tope este talento, que ironía es pensar que hoy, en serio, el tiempo se acabó. Siento que se me duermen los dientes, ¿es eso posible?… ¿y por qué no? todos estos días he viajado entre las sombras, recorriendo el tinieblar de un laberinto que me lleva hasta donde yo quiero… aquí… contigo, por ejemplo.

Me pregunto, si a veces en medio de las noches has tenido la horrenda sensación, casi certeza, de que hay alguien sentado en aquella silla que tienes frente a tu cama; te maldices por haber arrojado la ropa en ella, por esa manera que tienes de aventarla tan descuidada, pues cuando apagas las luces parece que en verdad hay, ahí, una persona sentada, que te mira en la oscuridad.

Sé que un escalofrío recorre todo tu espinazo cuando te percatas de que a tu gato le ha parecido ver lo mismo que a ti pues no aparta la mirada de esa silla en la que tu imaginación traidora dibuja un ente protervo que te mira desde el otro lado del tinieblar, lo jalas de la piel del pescuezo y lo metes contigo debajo de las cobijas, lo abrazas fuerte para disipar tu paranoia pero él está inquieto, quiere volver afuera y se escabulle entre las sabanas hasta que regresa a las penumbras de la habitación; sigiloso se sienta al filo de la cama y como una gárgola, en medio de la oscuridad, se queda mirando fijamente a lo que sea que está con ustedes en esta habitación… a veces, gruñe quedo y eso te mata de terror.

Tratas de conciliar el sueño apretando los dientes, abrazando tus rodillas y musitando una oración; te revuelves diez mil veces debajo del cobertor, odias esta puta neurosis, y cuando la angustia se vuelve flema que sofoca tu respiración, reúnes el valor para sacar un brazo de tu endeble refugio y alcanzas a tientas el móvil en el buró, buscas en la pantalla el ícono de la linterna y en un acto bravucón arrojas el edredón con un brazo y con el otro, blandes la navaja de luz que apuntas muy exaltada hacia la silla y a su alrededor… ¿es sólo la ropa que cuelga en ella la que estimuló a tu imaginación? No… no estabas loca, el que estaba en esta silla siempre había sido yo.

Cuando sacabas de entre las ropas de cama, tu blanco brazo esplendente que rasguñaba la oscuridad, comprendía que ese fulgor casi fluorescente era el indiscutible pie para salir de tu habitación. Una vez casi me atrapas, pues mientras pasaba por el umbral de tinieblas alguna de la luz que me arrojaste cerró el portal de repente y el cordón de una de mis zapatillas, que llevaba desanudada, no bien terminaba de atravesarlo cuando la luz, como guillotina, de tajo lo cortó… ahora que lo pienso ¿qué hiciste con la agujeta? ¿la echaste al cesto de la basura? ¿no te pareció raro encontrarla? ¿no le diste ninguna importancia?, o sólo, tal vez, tu gato se la llevó.

Aun no comprendo cómo o porqué se me ha dado esta concesión, me inclino a pensar que tendrá alguna explicación molecular que la ciencia habrá de validar, pero cuando recuerdo que se me ha otorgado en sueños el secreto de las sombras nocturnas, murmurado por una voz cuasi diabólica que me contaba cuales sombras podían cruzarse y cuales no, lo mismo que el mantra sacrílego que uno debe recitarles para que te dejen pasar… no me preguntes cómo es que un disparate de un sueño lo llevé a la realidad, creo que no dispongo de tanto tiempo para contarte, lo que sí importa es que funcionó.

Por otro lado me tortura pensar el suplicio que te causará encontrarme por la mañana en tu habitación; el horror y el asco que te provocará mirarme en el estado en el que estoy, me angustia el daño mental y emocional que voy a causarte, porque créeme, después de esto nada volverá a ser igual, vas a quedar trastornada para siempre, por mi culpa, por este… ‘accidente’ que soy. No me preguntes porque no he ido a otros sitios, ya he estado en todos, y para mí, tu habitación es el mejor, ni la profunda noche pleyada en el Cairo, ni el arrobador arrullo del Amazonas, ni las tibias playas caribeñas, o las bellezas albinas de las tundras, o el soporífero horizonte de París y Budapest; ni el exacerbante y deleitoso delito de robar una bóveda en Suiza o Nueva York suplen jamás el consuelo y el solaz que encuentro al contemplarte dormida y escuchar desde esa silla el canto hermoso de tu respiración, tocar tu frente dormida, besar tus párpados suaves, respirar de tu aliento dulce, sentir el ronronear de tu gato en mis brazos mientras me paseo, a veces desnudo, por esta habitación; todas estas cosas son mi más dulce predilección.

Me he vuelto un esclavo estos desvelos, prisionero de mi extravío… ¿por qué me rechazas todo el tiempo? ¿acaso no ves cómo te quiero yo? ¿no ves que todo sería tan fácil si no me dijeras que no?… He perdido la templanza y la fineza de mi juicio; acecharte es una adicción de la que no puedo sobreponerme, me he pasado de cabrón por tanto tiempo y me he ganado esta lección… no ha sido descuido mío, pero el destino me la cobró; maldito el preciso segundo en el que entrando en tu habitación, por el umbral de las sombras, un relámpago de verano centelleó en cada rincón de este cuarto, cercenando por la mitad de mi cuerpo en un corte limpio, perfecto y casi sin dolor; cuando el portal oscuro, obligado por el destello, brevemente desapareció… ha quedado mi torso aquí y mis piernas… qué sé yo.

Así, mientras tu gato relame y mastica los jirones de mis intestinos de los que brota la mierda de mi última comida en Bangkok; noto que la noche ya declina y que mi vida se me acaba en un batidillo espantoso que me escurre de las tripas. Definitivamente esto no es un sueño ni una horrible alucinación.

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