TODAS LAS COSAS DEBEN PASAR

por Roberto Marav

Por Roberto Marav

 

Apacible y solitaria

la hoja del viento

recorre las calles vestida de blanco lino

y roza los párpados con pupilas tenues.

Sigilosa, seduce los rostros de la inocencia

y templa sus brazos

a la danza del silencio.

 

Tiritan las luces del cielo

en el ocaso de la tarde somnolienta y migratoria

y la desierta brisa recorre la noche

en la vereda que sueña con senderos más amplios.

 

Una roca cierra sus ojos al ensueño de la noche

y despierta atrapada entre el asfalto

y el estrepitoso cambio caduco

del excedido tiempo.

 

El cielo cubierto de melancólicas despedidas

se aflige a la sordina del ruido terrestre

que se arrastra por la vereda baldía.

Las aves migraron a un lugar inalcanzable

y los árboles montunos de espíritu impávido

se resisten a la carga del insuficiente destino.

 

Acaso la luna dance

en la memoria de unos restos

desecados de murmullos,

sobresaltos y poemas

estropeados al tacto del malogrado anochecer.

 

A lo lejos, las arenas del desierto humedecen

la sal y en cascada se precipita la lumbre del sol

solidificando un barranco sin fin;

finalmente habrá quien extienda

puentes altivos y prolongados atajos.

Pero, ¿para el corazón?

¿Quién se atreverá a extender

una nube de blancos brazos?

¿Quién con su cantar derribará

las murallas del olvido?

 

En una playa de sacrificios, en un campo despoblado,

en la cima de la quebrada montaña

mi alma se arrimará al encuentro

del exilio mundano

mientras los caminos se supuren unos sobre otros

y se hinchen las ulceradas defensas de la razón

encharcando las veredas de saliva

y purulentas evasivas de verdad.

Si mi distancia pudiera proyectar la línea

que detenga la impaciencia…

 

El pensamiento queda y se abandona a las posibles

calles innombradas de la memoria,

a plausibles deseos inauditos

en los abrojos que despojan largos sollozos a las noches.

 

La hoja alcanza al otoño con su vestido de ocasos

en la hora sin hora, contrapunto de añoranzas

y de los sentidos sin resentimientos.

Todas las ansias atentas

se revuelven en la agonía de la incoherencia

que no haya fin al laberinto

de sucesiones arrastradas.

 

Todas las nubes pasan

entre las luces de azul y oro

que embellecen la añoranza,

entre la oscurísima lluvia de la nostalgia

de la gente que mira el tiempo

retorcerse sobre sus caras.

Todo cambia, muda, se desplaza,

anida la esperanza…

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